viernes, 12 de agosto de 2011

A poner el cuerpo. Minerva Valenzuela.

ladelcabaret

Minerva Valenzuela
Hace muchos, muchos años, cuando yo era una cabareterita peinada de trencitas, empecé a ver de lejos cómo las personas se organizaban para hacer algo en contra de lo que lo que no les gustaba. No entendía muy bien, pero me causaba un morbo terrible.
No supe qué pasaba en el 88. Es más, yo misma, con todo y mis trencitas, pegué estampas de Salinas en los automóviles sin la autorización de sus propietari@s y repartí encendedores. Conservo uno.
Mi razonamiento era que seguramente todo el país estaba muy contento porque iba a haber presidente nuevo. Y algo nuevo siempre es cosa bonita. Como el año nuevo, como una Barbie nueva, como el primer día de clases.
En fin, que la cabareterita creció un poquito y le tocó llevar la materia de Ética. La maestra era luchadora sesentayochera y decía cosas que yo no podía creer.
El último día de clases, nos dictó una serie de preguntas que nada tenían que ver con la materia, y nos dijo que esa calificación se promediaría con el examen final. Preguntó cosas de deportes, de química, de política y de temas de los que yo no tenía ni la menor idea. Era injusto. Yo había aprendido mucho a lo largo del año, para que por unas preguntas extrañas, mi calificación fuera a bajar.
Copié.
Terminó el tiempo para responder. Pidió que guardáramos las plumas y que si habíamos copiado, en ese momento debíamos romper nuestro cuaderno, pues no habíamos aprendido nada de ética en todo el ciclo escolar. Que si las respuestas eran correctas o no, era lo de menos. Que lo importante era estar segur@s de lo que sabíamos.
Me quedé en shock y fue hasta entonces cuando aprendí lo que debí haber aprendido durante el año. No rompí mi cuaderno, porque lo quería mucho. Lloré en secreto. Entendí. Y supe que desobedecer la orden de romper era lo correcto.
El año siguiente, la misma maestra me dio la materia de Filosofía. Aprendí mucho. Sobre todo, aprendí a desobedecer. Recuerdo por ejemplo una tarea que había que entregar y que no debía exceder las dos cuartillas (a máquina, ¿eh?). Era sobre “las mujeres”. Quién sabe qué tarugadas habré escrito en esos tiempos, pero chin, que me salen tres cuartillas. (Deben comprender, jovenchuel@s, que quitarle una cuartilla a una tarea hecha a máquina y conchervar el dichcurcho, ech tardado y no garanticha el logro del propóchito). Y que lo vuelvo a leer y no, no quería quitarle nada. Decidí usar media cuartilla más, además de la cuartilla excedente, para explicar que me era importante decir todo lo que decía y para disculparme por no seguir la regla. Mi maestra me regresó la tarea con un comentario en rojo felicitándome por darle prioridad a mi necesidad de expresar mis pensamientos, y no a una regla absurda. Una vez más, me cambió la vida.
Luego, la cabareterita creció más, y sin darse cuenta ya andaba desobedeciendo por aquí y por allá. Luego se enteró de que había otras personas que desobedecían y se puso a desobedecer con ellas. Desobedeció con manual y todo, y descubrió que lo mero mero importante para desobedecer como Dios manda, es saber decidir dónde poner el cuerpo, en qué momento hacerlo y qué hacer con él. No hay más.
Mucha gente quiere lograr transformaciones sociales y va y pone su cuerpo en un mal momento, o peor aún, lo pone en el momento apropiado, pero no lo usa adecuadamente. Eso no es lo peor. Lo peor es cuando la gente ni siquiera lo pone.
Esta cabaretera ha encontrado que su manera adecuada de poner el cuerpo es haciendo cosas que a ella misma le resulten divertidas, y en el mejor de lo casos, también a l@s demás. Cree firmemente en el poder de la risa y en la resistencia creativa.
El martes pasado, fui a protestar en contra de las reformas que se quieren hacer a la Ley de Seguridad Nacional. Todo estaba, digamos, normal. Demasiado normal para mi gusto. En eso, un chico transformó la realidad. Apareció vestido de militar, con una nariz roja y se puso a señalar las cosas “peligrosas” que l@s transeúntes portaban, a catearl@s con un detector poderosísimo, cuyo sonido hacía el mismo: pi pi pi pi, y pasó lo que pasa cuando el mundo es perfecto. Las personas que estaban en su protesta normal, empezaron a unirse a la acción, informando a l@s transeúntes sobre la Ley de Seguridad Nacional; y la gente empezó a cooperar con el militar de nariz roja, permitiendo el cateo con sonrisas y carcajadas.
¿Qué pasó? Que participaron en la misma acción el militar de nariz roja, las personas que protestaban de manera normal, la gente que pasaba, la gente que ingresaba a la Cámara de Diputad@s, y hasta los guardias de seguridad. ESO ES el mundo perfecto, a fe mía.
Un@ diría que esa es una situación extraordinaria y que ni modo de andar por la vida con nariz roja haciendo cosas para perfeccionar el mundo. Pero ¿no será que hay más maneras? ¿No será que tod@s podríamos elegir una pequeña acción al día para perfeccionar al mundito lindo? Bueno ¿una a la semana? ¿Una al mes?
Nomás es cosa de ver dónde y cómo poner el cuerpo y pensar qué vamos a hacer con él. Apuesto a que no es lo mismo ver a una persona con una playera blanca a verla con una playera blanca con letras que digan algo importante y transformador. Apuesto a que no es lo mismo ir a un karaoke (yo nunca he ido, pero seguro ustedes sí) y en vez de cantar una de Pedro Infante con su letra machista original, cambiársela para que informe o critique algo que nos está jodiendo como sociedad. A que no es lo mismo ir y comprar en el super, que decir en voz alta en el pasillo correspondiente que tal o cuál producto hace experimentos con animales y que sería mejor comprar otra marca. A que no es lo mismo poner en la entrada de nuestra casa un tapete que diga “Bienvenidos” a poner uno con la letra o evidentemente convertida en arroba.
¿Tons qué? ¿Una transformadita de mundo al mes? ¿Ponemos el cuerpo? ¡Va!
PD.- Les recuerdo que el 26 de agosto tenemos la oportunidad de apostar por el Derecho a Decidir en la Noche de Casino del Fondo María. Es importante.

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