Gran Bretaña, criminalizar a los jóvenes en la sociedad de consumo
Escrito por Jenaro Villamil
Engallado, fiel a su tradición conservadora, el primer ministro británico David Cameron afirmó sobre la ola de protestas en ocho ciudades inglesas, protagonizadas por miles de jóvenes que “esto es criminalidad pura y dura, y como tal ha de ser enfrentada y derrotada”.
Sus palabras no difieren mucho de los juvenicidas históricos como el mexicano Gustavo Díaz Ordaz o el dictador español Francisco Franco. El odio a las manifestaciones de una juventud insumisa, descontenta, que demuestra su ira generacional a través de las protestas e, incluso, de la violencia, sólo tiene una explicación para el líder conservador: se trata de pandillerismo, “son rufianes”.
Fiel a esa tónica Cameron ordenó a la Scotland Yard, recientemente protagonista del escándalo de escuchas telefónicas ilegales a través del semanario News of the World, que interviniera las cuentas de Twitter y del servicio de mensajería cifrada de Blackberry para detener a los integrantes del movimiento.
Otro dato emparenta a Cameron con Díaz Ordaz: su obsesión por mantener el control social en vísperas de los Juegos Olímpicos de 2012. No hay que olvidar que también el presidente francés Nicolás Sarkozy definió como “escoria” a los insurrectos de hace unos dos años en las calles parisinas.
Sin embargo, otras voces en los medios de Londres advierten que esto no se trata sólo de “criminalidad pura y dura”. Para el sociólogo Zygmunt Bauman lo ocurrido en 8 ciudades inglesas no es una revolución sino un “campo minado creado por la desigualdad social”.
“Esas minas son la rabia y la impotencia de los que no tienen frente a los que tienen, en un mundo en el que no tener (y no poder consumir), se ha convertido en un estigma y en una humillación”, escribió Bauman, autor de libros indispensables como La Sociedad Líquida.
También el catedrático en Psicología de la Universidad de Liverpool, Clifford Stott, subrayó que “la irracionalidad de las turbas no se puede explicar por la predisposición individual al crimen, sino por su sentimiento de grupo social deslegitimado en su relación histórica con los que les rodean”.
Para Nina Power la oleada de protestas y disturbios son resultado de “décadas de individualismo, de egoísmo atizado por el Estado y la economía competitiva, combinado con un aplastamiento sistemático de los sindicatos y una creciente criminalización de toda disensión, han convertido a Gran Bretaña en uno de los países más desiguales del mundo”.
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