sábado, 16 de julio de 2011

Juegan con fuego los políticos

Acentos
Epigmenio Ibarra
Destapa la cloaca Elba Esther Gordillo, y su ahora ex cómplice Miguel Ángel Yunes la exhibe a ella. Con descaro ejemplar se agrega a la disputa en el fango diciendo que no cedió ni la caja chica ni la impunidad con la que pagó el apoyo de la maestra el propio Felipe Calderón Hinojosa, y remata entonces Enrique Peña Nieto, que anda ya de compras y sintiéndose con la banda presidencial cruzada al pecho, declarando ufano que el PRI ha de volver a Los Pinos de la mano de Elba Esther. De esa misma que, supuestamente en 2000, ayudó a Vicente Fox a sacarlo a patadas de la residencia oficial.

¿Y qué con nosotros, los ciudadanos? ¿Cómo es que dejamos a unos y otros exhibir así, impunemente, sus miserias, ventilar de esta manera tan estridente sus asuntos turbios, la forma en que se comercia con la democracia, con nuestros votos, y se le convierte, baratija de segunda mano, en botín de unos cuantos?

¿Por qué, lo que en cualquier país democrático que se respete hubiera significado al menos una crisis política, aquí no pasa de ser el escándalo del día destinado a ser borrado, olvidado en cuanto se festeja un campeonato de futbol o, peor todavía, se produce una nueva masacre?

¿Qué ha sucedido con nuestra capacidad para reaccionar, para indignarnos, para asombrarnos ante tanto cinismo, para exigir al menos decoro y recato a la clase política? ¿Cómo es que hoy tenemos la piel tan gruesa y aceptamos sin chistar cosas tan indignantes de quienes nos gobiernan? ¿Dónde quedó la esperanza de cambio? ¿La fuerza que impulsó lo que se creía la transformación democrática del país? ¿Los millones de votos, ese aliento de cambio que se sintió en 2000? ¿Por qué marchamos no sólo resignados, sino sufragando masivamente a ese pasado oscuro de corrupción e impunidad del que tantas décadas nos costó salir?

Acostumbrados como están los miembros de la clase política a burlarse impunemente de la gente han llegado al extremo de perder incluso la capacidad de simular, de negociar en “lo oscurito”. Confiados en que “aquí nunca pasa nada” han perdido por completo lo que les quedaba de pudor, de discreción, de sigilo y hoy operan tan suciamente como antes, pero paseándose por los titulares de la prensa, apoderándose de los espacios estelares de los noticiarios de la radio y la televisión para exhibirse y exhibir nuestra apatía.

Terminó haciendo el PAN, tras una década en el poder y desde los tiempos de Vicente Fox, sólo el trabajo sucio de legitimación del PRI. Tapete, ensangrentado además, para su regreso a Los Pinos, ha sido la gestión fallida de Felipe Calderón que, si no hacemos algo para evitarlo, se irá impunemente a casa con sus 50 mil muertos a cuestas. Ya nos hacen falta presidentes en la cárcel o al menos ante los tribunales para que quienes gobiernan no se burlen más de los gobernados.

Con la zozobra y el miedo, que el mismo Calderón ha fomentado y utilizado como instrumento de legitimación y control, rondando el país; los militares fuera de los cuarteles; los narcos empoderados imponiendo su ley de plata o plomo; el autoritarismo de viejo cuño se vuelve para muchos incautos, para muchos desesperados (esos que prefieren, y así lo dicen, a “los corruptos que a los pendejos”) la panacea, la solución a lo que ahora se antoja un problema insoluble.

Así sucedió en la Alemania de los años 30. Así puede suceder aquí. Serán Peña Nieto y el PRI los que ofrezcan esa mano dura y serán millones, me temo, si la ciudadanía no activa antes sus sentidos hoy tan profundamente adormecidos, los que sin chistar voten por ella. La democracia, más bien la ilusión de la misma, parafraseando a Goya, también crea monstruos.

¿Y la alternancia? ¿Y la transición democrática? ¿Qué significó este proceso que costó tantas vidas, por el que tantos y tanto lucharon desde distintos flancos, bajo distintas banderas, si los mismos mañosos de siempre, con su mismo arsenal de trapacerías, han seguido, en primer plano, disponiendo de los recursos del erario público, ordenando a su manera y conveniencia el destino del país? ¿Si esos, como Elba Esther, se erigen desde ya en grandes electores y se aprestan a pavimentar el regreso de sus viejos patrones a los que deben su poder corporativo?

Pero no sólo el PRI y el PAN tiene responsabilidad en esta debacle, también el PRD y los demás partidos de la “izquierda electoral” han contribuido a la misma. Olvidados sus compromisos esenciales con las grandes mayorías, asumiendo usos y costumbres de la clase política tradicional, seducidos por la nube de ayudantes, los celulares, las camionetas blindadas y las prácticas clientelares, muchos que fueron antes luchadores sociales se hicieron idénticos a aquellos contra los que combatieron por décadas.

Juegan con fuego los políticos. La democracia real, una que entregue resultados, que permita la transformación profunda del país, es la única garantía del mantenimiento de la paz social. Este “acostumbramiento” general a la violencia, la apatía y la inalterable conformidad de la población son síntomas peligrosos de una profunda descomposición social que, ocupados en repartirse el botín, no perciben quienes la han provocado.

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