Simple y sencillamente, un traidor. |
June 7, 2009
— 12:00 am
La biografía política de Jesús Ortega es una metamorfosis, pletórica de metáforas y contradicciones. Es un perdedor que siempre avanza. Tiene una epidermis gruesa y un alma correosa. Pero sobretodo, su hígado es excepcional: aguanta todo.
Quiso ser líder del PRD en 1996, pero lo derrotó Andrés Manuel López Obrador. Reintentó en 1999 compitiendo contra Amalia García, y volvió a perder. Regresó para tratar de vencer a Rosario Robles, y lo volvieron a doblegar. Cambió de destino y se enfrentó a Marcelo Ebrard por la candidatura para el gobierno del Distrito Federal y, como es obvio, tampoco pudo. A finales del año pasado, derrotó a Alejandro Encinas en la lucha por la presidencia del partido, y asumió un poder que realmente no tiene.
Se puede asumir como el jerarca máximo, pero el aire no le da para volar mucho, y menos aún con las realidades dentro del partido. No tiene peso público ni control total de la estructura partidista. No tiene carisma, ni liderazgo, y mucho menos el respaldo fuera del partido que le permitan ganar una elección. Lleva años luchando contra lo que él mismo llama “caudillismos”, pero no pudo romper el cordón umbilical con Cuauhtémoc Cárdenas, ni tampoco ha podido hacerlo con Andrés Manuel López Obrador.
Tiene muchas de las tuercas que se necesitan para ganar, pero no cuenta con las herramientas necesarias para atornillarlas. Esto lo hace un interlocutor devaluado que representa poco. Los líderes de los otros grandes partidos no lo toman en cuenta. En las cámaras, sus lugartenientes han decepcionado a sus pares por inconsistentes. Hoy que tiene al partido, que encabeza la corriente Nueva Izquierda que controla el aparato del partido en el país, que llegó a las posiciones más altas que ha tenido hasta ahora, está dejando de avanzar.
Qué ironía. Por primera vez no es música de acompañamiento, y está estancado. Cambió su dinámica histórica y no está funcionando como se esperaba. Ir atrás y saltar a tiempo le había funcionado desde que dio sus primeros pasos en la política de partido bajo el regazo de un traidor de toda la izquierda, Rafael Aguilar Talamantes, líder del Partido Socialista de los Trabajadores, un aguerrido luchador de causas personales, experto en invadir propiedades privadas y luego chantajear a sus dueños para que se las liberara.
Aguilar Talamantes lo hizo secretario general de ese partido, que ya se había ganado fama de ser un renovado esquirol dentro del sistema político, y le dio una diputación. La mala fama de su protector podía pegársele por osmosis y decidió fundar en 1980 el Partido Mexicano Socialista, que se quedó con el registro y el dinero del PMT cuando ya no tuvo combustible para continuar. Pero, nobleza obliga, nominó al ingeniero Castillo como su precandidato a la Presidencia para las elecciones de 1988. Sin haber podido levantar la expectativa popular que esperaban sus correligionarios, Castillo retiró su candidatura y apoyó la de Cuauhtémoc Cárdenas, como el candidato de la izquierda unificada. Atinó. Ortega se quedó con una diputación.
En esos tiempos no era conocido más allá de los círculos de izquierda. Era un joven que estaba comenzando a consolidar una fuerza política dentro de la izquierda, con otros camaradas. En Guanajuato se encontraba un don nadie en la época, Carlos Navarrete, operador político en su tierra. En el Distrito Federal trabajaba mucho con Jesús Zambrano, quien había militado en la Liga Comunista 23 de Septiembre, y con quien hacía dúo, trabajaba en tándem y daban tanto la impresión de ser inseparables, que su corriente fue bautizada como “Los Chuchos”.
La corriente tomó forma hasta 1999 en Tlaxcala, cuando diferentes grupos, muchos de ellos dentro del PRD, formaron lo que se llama Nueva Izquierda. Esta corriente, como lo fue el Frente Democrático Nacional, que fue la agrupación que cobijó la candidatura presidencial de Cárdenas en 1988, es un paraguas de diversos grupos de interés. Nueva Izquierda estuvo inspirada de alguna manera por la rebeldía de una nueva generación de políticos de izquierda a los cacicazgos que habían nacido en el PRI y tomado a la izquierda por asalto, lo que cohesionó intereses particulares en un objetivo común.
Nueva Izquierda es la corriente que controla más del 70% de la estructura del partido y la mayoría de las posiciones políticas en el Distrito Federal, el bastión del PRD. Como su líder, Ortega tendría que ser el poder supremo. Pero Beatriz Paredes, líder del PRI, y Germán Martínez, del PAN demostraron públicamente lo depreciado de su valor, al ignorarlo en la propuesta original para un debate. Hasta que gritó Ortega que él también tenía que estar, Paredes lo volteó a ver. Martínez le dijo que el tango se bailaba entre dos, por lo que el trío no era lo suyo. Los operativos contra narcopolíticos en Michoacán, donde el gobernador Leonel Godoy está protegido por él, y los incidentes en Zacatecas, donde la gobernadora Amalia García también está cercana a Ortega, enseñan también la debilidad de la corriente y de él en particular, como dirigente.
Ortega había tratado de reinventarse nuevamente. Desde el año pasado comenzó a tener reuniones con empresarios de México y Monterrey para presentarse como la izquierda democrática y parlamentaria, y junto con sus más cercanos ha tenido acercamientos con el gobierno federal, aceptando jugar su estrategia electoral contra el PRI, que tenía una ecuación simple: fortaleciendo al sector amable del PRD, hacían contraste con la beligerancia de las fuerzas que apoyan a López Obrador, con lo cual debilitaban al tabasqueño e inyectaban fuerza a una opción antipanista que no querían que se fuera al PRI.
La cercanía con el gobierno federal le generó a esa corriente muchos calificativos de “colaboracionistas”, y tras los operativos contra narcopolíticos, hasta sorna. Inclusive, un dirigente priista se sorprendía, enfocado en la crítica al gobierno, que hubieran golpeado al sector del PRD que más cercano estaba. Con el paso de los días se vio que, en efecto, sólo lastimó a Nueva Izquierda, sin beneficios visibles. Las fuerzas que apoyan a López Obrador siguen cohesionadas, mientras que las de Nueva Izquierda ya enseñan sus fisuras, particularmente entre los dos grandes bloques de “Los Chuchos” y la que encabeza René Arce, a quien Ortega, en alianza con otras corrientes del PRD y el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, derrotaron en la delegación que tenía inventariada cuando se decidieron candidaturas a delegados y diputados.
A luz de los últimos acontecimientos, el Chucho mayor ha quedado descobijado. Hacia el interior de Nueva Izquierda, la amalgama está recomponiendo alianzas, que no necesariamente tienen que ver con el proyecto que las fusionó en 1999. Hacia el exterior de la corriente, pero dentro del PRD, la ruta de colisión con López Obrador está totalmente perfilada. De cara al gobierno, se sienten traicionados. Están buscando al PRI, al que hicieron a un lado mientras negociaban con el gobierno, para hacer un frente común con ellos, pero los priistas los han rechazado. Ortega está a la baja.
Con él al frente del PRD, la diáspora puede llegar. La cita definitoria es el 5 de julio, día de la elección federal, cuando se abrirán las cartas y Ortega demostrará de qué está hecho. Es la oportunidad para demostrar a quienes no creen en él como político, que su tallado es florentino, y que no tiene los pies de barro como muchos otros lo consideran. Pero también puede pasar lo contrario. Que como lo fue durante toda su carrera política, es un burócrata sin alas para mayores vuelos, buen segundón, pero mal líder. Excelente para hacer bulto, pero no para hacer historia. Indispensable como apartachik, pero totalmente desechable cuando de construcción de poder a largo plazo se trate.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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