Astillero
Recomponer a la izquierda
AMLO, con empresarios
Ebrard y la última alianza
Hay un ambiente generalizado de enrarecimiento en el país. No sólo es la violencia desatada a partir de la demencial “guerra” contra el narcotráfico y la consecuente demostración pública, constante y consistente, de que se vive en una virtual ley de la selva, sin instituciones ni Estado capaces de ofrecer seguridad a los ciudadanos y respeto a las leyes. Es como una neblina generalizada, que impide ver con claridad los procesos e identificar y valorar personajes, propuestas, intereses y eventuales desenlaces. Escenarios intencionalmente marcados por la confusión y la imprecisión: a río revuelto, ganancia de las elites siempre pescadoras.
La izquierda electoral está hoy en esa sala de cirugías opacas. El modelo mercantil del perredismo pareciera agotado, pero subsisten voces que pretenden darle vida artificial e impedir su reforma y reconstitución. A las conocidas tretas de los dirigentes del grupo denominado Nueva Izquierda se han sumado las palabras, que han merecido interpretaciones multívocas, del dirigente histórico Cuauhtémoc Cárdenas, que en función de su tradicional seriedad declarativa ahora pareciera fuera de tono, viruela sarcástica a edad impropia, lo que pareciera someter un debate fundamental –el rumbo de la izquierda ante las alianzas con el PAN– a enredos y bromas que degradan la discusión y abonan la rispidez, como se ha visto con las respuestas casi coléricas del dirigente formal, Jesús Ortega, y con las reacciones de antiguos seguidores del ingeniero michoacano que ya se sentían distantes de él pero ahora reviven enconos al encontrar en sus palabras e intenciones recientes una apenas disimulada pretensión de continuar entrampando a López Obrador.
Los golpes de malograda ironía cuauhtemista tienen mayor resonancia negativa si se toma en cuenta el difícil contexto de recuperación y crecimiento de ese (pre)candidato tabasqueño. Sometido a una fragorosa campaña de difamación, sobre todo en medios electrónicos, y sujeto a una estrategia de marginación mediática que buscó su desvanecimiento en el radar popular que es definido en gran parte por la presencia o ausencia en las pantallas de televisión, López Obrador ha ido remontando obstáculos y retomando un posicionamiento competitivo. Ayer, por ejemplo, tuvo reuniones que en dos polos permiten valorar sus avances. Una de ellas, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, confirmó el apoyo crítico de segmentos altamente preocupados por la crisis del país y deseosos de impulsar una opción de reformas o transformaciones profundas cargadas a la izquierda.
Otra, una comida con empresarios, permitió al ex candidato de 2006 retomar el diálogo con un sector influido por las campañas de descrédito apoyadas por las cúpulas. Un ejemplo de esas obstrucciones se vio cuando el Club de Industriales fue negado para que allí se desarrollara la plática que acabó siendo en el University Club: “A López Obrador, no”. ¿Por qué, entonces, a Cárdenas y a Ebrard, que han estado allí en actos recientes?, preguntaron los solicitantes. La respuesta: el ingeniero es un académico, y Marcelo es el jefe de gobierno. Y tuvo que ser en otro lado. Como se ve, el tendido de lazos al segmento de los capitales, y el reposicionamiento ante la clase media, son tareas necesarias para darle viabilidad a esa precandidatura atacada constantemente por fuego ajeno y, también, presuntamente amigo.
En medio de la batalla, sin embargo, y en un escenario que cada día va exigiendo mayores definiciones, se abren posibilidades peculiares de reordenación interna. Silencioso y escurridizo, tratando de atenuar el hecho de que ha sido principalísimo impulsor de las alianzas con el calderonismo panista que han creado la crisis actual, Marcelo Ebrard tiene la oportunidad de leer con inteligencia lo que está sucediendo hoy en el PRD y la izquierda, y manifestarse públicamente en contra de la siguiente etapa de los pactos repudiados, la del estado de México. El jefe del gobierno capitalino ya ha conseguido suficientes triunfos para su precandidatura (en Oaxaca, Puebla, Sinaloa y Guerrero, instaló plataformas y recibirá apoyos desde el poder), de tal manera que una prudente revaloración podría llevarle a ser el factor decisivo del sepelio de la alianza final, la más impugnada y envenenada, declarándose contrario a ella y abriendo el camino a una comparecencia victoriosa en el estado de México de Encinas, López Obrador y el propio Ebrard. Al ingeniero Cárdenas también le ha llegado en forma de bumerán la oportunidad de recomponer figura, si es capaz de aceptar la invitación devolutoria que Alejandro Encinas le ha hecho para que acepte presidir el PRD, previas reformas estatutarias. Cuauhtémoc podría luchar desde allí para conservar la hegemonía familiar en Michoacán, despejar senderos de candidaturas para algunos de sus cercanos, disolver parte de los agravios reales o supuestos que le adjudica una parte de la izquierda y permitir una gráfica que sería altamente motivante para las expectativas de 2012: Cárdenas, López Obrador y Ebrard reunidos.
Por razones diversas, le sería difícil concurrir a un replanteamiento izquierdista de esa magnitud al subcomandante Marcos. Claro está que mantiene distancia y escepticismo explicables respecto a lo electoral, y que técnicamente no está en condiciones legales de acudir a un acto de ese tipo, pero, además, ayer mismo abundaron las versiones de complicaciones graves de salud que a la hora de cerrar esta columna no habían sido confirmadas ni desmentidas.
Astillas
Dramático optimismo pinolero: cinco personas aparecían colgadas en un puente de Mazatlán, mientras un funcionario guerrero desgranaba sus planes ilusionados de convertir al país en uno de los cinco máximos destinos turísticos del mundo. La disociación gubernamental de la realidad sangrienta llevó en Twitter a macabros juegos de crítica en los que se planteaba construir una Narcolandia, como parque temático con múltiples diversiones en vivo a cual más terrible... ¡hasta mañana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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