domingo, 27 de febrero de 2011

Hace un año murió Montemayor; su obra cubre la ausencia física

Este lunes se conmemoran 12 meses intensos, de catársis, afirma Susana de la Garza
En los próximos meses se presentarán tres títulos que ya circulan en librerías, entre ellos el poemario Apuntes del exilio
En el DF se abrirá una biblioteca con su nombre, que será sede de la Agrupación de Escritores en Lenguas Indígenas, adelantó la viuda del luchador social
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Emilio Montemayor, hijo del maestro y albacea de su legado, decidirá en el futuro lo relacionado con nuevas publicaciones del poeta. En la imagen, el escritor durante una entrevista con este diario, en 2007Foto Cristina Rodríguez
 
 
Mónica Mateos-Vega
 
Periódico La Jornada
Domingo 27 de febrero de 2011, p. 2
Este lunes se cumple un año de la muerte del escritor y luchador social Carlos Montemayor, el imprescindible, el maestro, el artista, como lo recuerdan quienes compartieron con él sus ideales.
Su inmensa y poliédrica obra ha sido capaz de llenar el vacío que su presencia física dejó: durante los recientes 12 meses se presentó su novela Las mujeres del alba (Random House), y se encuentran ya circulando en librerías Apuntes del exilio (poesía), Conversaciones con Águeda Lozano y Análisis de nahuatlismos polémicos, editados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Estos tres últimos libros serán presentados en los próximos meses. Además, durante la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería se dará a conocer la antología del encuentro internacional de escritores en lenguas indígenas, llamado ahora Festival de Poesía Las lenguas de América Carlos Montemayor, que se realizó en marzo pasado.
En charla con La Jornada, Susana de la Garza, compañera inseparable del autor de Las llaves de Urgell (Siglo XXI, 1971), explica que 2010, luego de la partida del escritor, fue un año muy intenso, de catársis, para ella y el resto de la familia, pues fueron innumerables los actos y homenajes en honor del poeta.
Respecto de los recientes libros que han salido a la luz, explica que el dedicado a la escultora y pintora Águeda Lozano “es muy bonito. Carlos lo hizo en París, donde vivimos una corta temporada, cuando fue a dar una cátedra; ella radica allá y tuvieron tiempo de conversar mucho.
El poema es un libro que trabajó muchísimo, durante unos dos años; era su descanso, se desconectaba de toda la parte violenta, de crisis o política, del mundo alborotado. La poesía o el cantar eran su espacio de relajación, como para hacer tierra, tomar fuerza y seguir en este mundo.
Susana de la Garza señala que será Emilio Montemayor, hijo del maestro y albacea de su legado, quien decida en el futuro acerca de nuevas publicaciones, pero, hasta donde se sabe, no dejó nada inédito; habrá que revisar con calma sus papeles, su archivo.
En cuanto a la enorme biblioteca que tenía en su casa, buena parte se encuentra ya en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. El propio Montemayor entregó en 2008 a esa institución parte del acervo. “Él se quedó con algunas cosas para trabajar, pero tenía la idea de regresar a Ciudad Juárez para ayudar y encaminar a los muchachos en las investigaciones que requirieran la consulta de sus archivos; era una labor en la que tenía mucho interés.
Otra parte importante de su biblioteca se donó a la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, pues en Chihuahua nos dijeron que no había mucha investigación respecto de temas relacionados con ellos; les dimos 17 cajas enormes. Los libros estarán en la sede de la agrupación, que será inaugurada probablemente este año en la ciudad de México, en un inmueble que les donó el Gobierno del Distrito Federal y que está siendo restaurado. La biblioteca llevará el nombre de Carlos Montemayor.
Por supuesto, varios integrantes de la familia se quedaron con algunos libros. Susana eligió toda la obra de Montemayor, tratando de tener uno de cada uno para tenerla completa; posiblemente me falte algo de los inicios, porque siempre se les daba libros a instituciones como el Seminario Mexicano de Cultura o la Academia Mexicana de la Lengua, a las que ya mandamos lo último.
El piano, ése que acompañó las tardes bohemias que Montemayor compartía con amigos y colegas, como el poeta Alí Chumacero, lo tiene ahora el nieto de Carlos, un niño de 11 años que toca violín y piano, llegaba a mostrarle al abuelo cómo iba en sus clases; nadie mejor que él para conservar el instrumento, dice De la Garza.
Reandar los pasos del narrador
A finales de la pasada primavera, la familia Montemayor realizó un viaje a Chihuahua para cumplir con la última voluntad de montemayor: esparcir sus cenizas en su tierra natal que tanto amó. El primer punto fue en la zona conocida como Las Lajas, muy cerca de Ciudad Madera, justo en el lugar donde los sobrevivientes del asalto al cuartel, Ramón Mendoza y Lupito Scobel, lograron escapar del cerco militar que el escritor recreó en Las armas del alba.
Fue en un atardecer cuando la familia escaló la montaña para buscar la cuevita descrita por Montemayor y desde donde la vista del paisaje de la sierra es impresionante por su belleza: iba con nosotros el activista Salvador Gaytán; fueron momentos muy emotivos, recuerda Susana.
Luego acudieron a Guachochi, territorio rarámuri, para dejar en la barranca La Sinforosa otra porción de cenizas.
Justo el 13 de junio, el día en el que Montemayor cumpliría años, la urna con los restos del narrador fue depositada en el templo de San Juan de Dios, en Parral, tal como él lo indicó, no tanto por cuestiones religiosas, sino porque ahí está la virgen de los mineros. Para él era significativo, porque sus dos primeras novelas abordan, precisamente, la vida de estos trabajadores. Carlos, con esa tranquilidad que tuvo al final, pensó en eso cuando nos hizo la petición, concluye De la Garza.

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