En ocasiones, y debido a los extraños gustos de mis más entrañables amigos, he
tenido que sufrir la interacción con un sector de la población que detesto
sobremanera; me refiero a esas extrañas criaturas catalogadas vulgarmente como fresas.
Incluso me he adentrado a las profundidades de los extravagantes tugurios que ellos
mismos denominan antros y que se pueden identificar fácilmente dado que a sus
puertas se encuentran, por lo general, un grupo más o menos grande de jóvenes
dispuestos a embriagarse con alcohol adulterado y danzar al ritmo de los sonidos
proferidos por un farmacodependiente que se distingue por su capacidad de generar
ruidos artísticamente equiparables con la música que acompañaba al plomero Mario en
su travesía electrónica para rescatar a una princesa en la década de los 80's (cabe
señalar que ellos, los fresas, le llaman música).
En esos lugares he logrado escuchar conversaciones de muy elevada inteligencia,
que se distinguen por su elocuencia y calidad argumentativa. Para ejemplificar esto,
plasmaré un diálogo de un par de jóvenes que aparentemente eran estudiantes de
derecho:
(Nota: para una mejor entonación lea en voz alta, eche la mandíbula para atrás y cuando utilice el
fonema “s”, arrastre el vocablo de forma palatoalbiolar. Esto es lo que se denomina entonación fresa)
> Si brooo, esta chido (dijo Jenny) -la llamaremos así porque parecía descendiente
de norteamericanos-. > Es que yo no sé porque me dan matemáticas en la uni... ¡qué
hueva! si yo no voy a utilizar eso, por eso me metí a derecho.
> Igual güey, la neta (interpuso Pablo) -este si parecía mexicano (pero panista)-.
-Después de que ambos personajes estuvieron un rato moviendo la cabeza al ritmo
de la “música”, continuaron con el clímax y finalmente llegaron a una brillante
conclusión-.
> Pues si güey, esta del nabo esa de derecho... ¿como se llama? la de las empresas. >
¿Empresarial? (dijo Jenny titubeante). > No güey... ¡mercantil! (expresó con euforia
Pablo). > No que hueva, la neta lo mío es el derecho civil, esa si esta padre. > ¡Si!
esa si está chida, es lo más chido la neta (terminó con contundencia Pablo).
Obviamente es injusto juzgar a todo un grupo de individuos solo por su aspecto
y por una pequeña conversación entre dos no muy versados jovenes de la high, sin
embargo considero que en general este sector de la población no merece ninguna
consideración, dado que tratan de indio o naco a todo aquel que por su aspecto
consideran fuera de onda -cabe aclarar que en esta ocasión y en todos los artículos que
componen nuestra e-magazine, la palabra indio es sinónimo de orgullo y la palabra naco
es sinónimo de auténtico-.
Pero ese acalorado debate que acabo de relatar no es tan diferente a todos los
que, siempre de forma accidental, he tenido el privilegio de escuchar entre chavos cool.
Si no me creen solo es cuestión de que sintonicen en su televisor cualquier programa
de la televisión mexicana -solo eviten para dicho propósito los canales 11 y 22-, se
darán cuenta de que diálogos como el que acaban de leer -muy a su pesar- son parte de
los programas de debate político cuyas mesas de análisis están conformadas por gente
tan brillante como el mismo López Dóriga, A. Micha, Carlos Marín, P. Sanchez
Susarrey y Pablo Hiriart, y que a pesar de su elevada formación académica, la cual les
permite utilizar con propiedad algunas preposiciones como “en”, “entre”, “cabe” y
hasta “hasta”, sus pensamientos son igual de sustanciosos que los de Jenny y Pablo. A
pesar de esto, hay que reconocerles que cumplen muy bien con su única misión,
mantener idiotizados a la mayoría de los hombres y mujeres que conforman este país.
Después de tanto análisis sobre el deplorable estado de nuestra nación, es
ridículo el que no se haya llegado a un consenso general sobre las causas de la
marginación, la ignorancia y todo lo relacionado con la autodenigración del mexicano.
Es tan fácil como encender por un momento el televisor y reflexionar sobre la enorme
cantidad de niños, jovenes y adultos que están recibiendo la información incorrecta,
luego salir a las calles y sentir nuestro devastado entorno; ¿acaso nadie ha advertido
que la violencia que recibe el hombre por el hombre mismo es generada por la
ambición de poseer? ¿cómo podríamos culpar a un joven delincuente que creció
convencido de que lo más importante en la vida es tener, motivado por la ferviente
idolatría que reciben quienes son capaces de negar sus orígenes, cambiar el color de su
piel, transformar sus rostros hasta lo bizarro y morir intoxicados en una suite de
100,000 dólares la noche? ¿cómo podríamos transformar al mundo si en nuestros
tiempos se valora más a dioses plastificados creados por publicistas, que a los
verdaderos héroes que dan sus vidas a diario por llevar el alimento a sus casas?;
aquellos que tenemos siempre a nuestro lado cuando vamos en el colectivo, haciendo
cuentas para pagar las injustas deudas creadas vilmente por los poderosos. Aquellos
que construyen con sus manos y el sudor de su frente el mundo que habitamos y que
los ignorantes llaman nacos. Aquellas que se destrozan las rodillas, por lavar los pisos
de quienes les llamarán despectivamente gatas. Aquel que abandona el campo, que lo
abandonó primero, para llegar a la metrópoli con la sola intención de conseguir algo
que llevarse a la boca, solo para escuchar, como si se tratará de la peor ofensa, el indio
proferido por Jenny y Pablo cuando al salir del antro les pide una moneda.
Por Jacinto Zapata