Editorial EL UNIVERSAL
La encuesta nacional que publica hoy EL UNIVERSAL sobre la posesión de armas de fuego es reveladora. Parece que la ciudadanía lucha entre su convicción de no violencia y su necesidad de defenderse a sí misma de los delincuentes, a quienes las autoridades no han podido frenar pese al enorme descontento social.
Por un lado, una tercera parte de los mexicanos se dice dispuesta a poseer una pistola para defender a su familia del crimen, pero al mismo tiempo dos de cada tres consideran que el país sería menos seguro si muchas personas poseen armas.
Contrario a lo que pudiera pensarse, después de años de estar inmersos en una espiral de violencia criminal, la gente todavía aspira a no tener que hacerse de un rifle o una pistola para vivir en paz. Cerca de 75% no tiene un arma en su hogar y tiene poco interés en conseguirla.
El dato anterior contrasta con lo que puede observarse en Estados Unidos, donde 90 millones de personas poseen alrededor de 200 millones de armas de diversos calibres. Casi uno de cada tres estadounidenses tiene en promedio más de un arma de fuego en su casa, descomunal cifra que explica a su vez la frecuencia con la que cada año suceden matanzas en aquel país por obra de sujetos desequilibrados, en escuelas, centros comerciales, oficinas, plazas públicas.
A diferencia del vecino del norte, en México ocurren también tragedias, pero no por iniciativa de personas comunes que por motivaciones personales de pronto deciden asesinar a sus congéneres, sino por la acción del crimen organizado y de la delincuencia común que se ha hecho de un arsenal gracias a la facilidad con la que se compran armas de manera clandestina, traficadas en su mayoría desde Estados Unidos.
Tomó muchas décadas a México desterrar la cultura violenta cultivada desde el siglo XIX y principios del XX cuando en el país eran comunes los golpes de Estado, el bandolerismo y el ajusticiamiento sin ley de por medio. A través de las instituciones, de la estabilidad económica y de la educación se logró disminuir la barbarie. De ahí vienen las cifras alentadoras de una mayoría de mexicanos que todavía rechazan un arma de fuego en su casa.
Pero México podría involucionar. Al menos desde mediados de los años 90 han aumentado secuestros, extorsiones, robos. Decrece la confianza en las instituciones, aparecen los linchamientos en poblados hartos de la inseguridad y los ciudadanos que deciden recibir a balazos a los delincuentes antes de llamar a la policía.
Ojalá los firmantes del Acuerdo Nacional por la Seguridad en 2008 y coautores de la reforma penal de ese mismo año no olviden la urgencia de los compromisos que adquirieron. El país corre el riesgo de volver a creer en la violencia como único método para lograr justicia.
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