Ni en los más duros exámenes de matemáticas daban tanto horror los números. Veamos: según la Fiscalía General del Estado durante 2010, en todo Chihuahua, el número de homicidios dolosos ascendió a cinco mil 212, contra tres mil 249 en 2009, un 60.4% más. En Ciudad Juárez y los dos municipios del Valle de Juárez la cifra de asesinatos ascendió a tres mil 111, contra 2,754 en 2009, un 13% más.
Durante 2010 fueron ultimadas 446 mujeres en el estado, según la organización Justicia para nuestras hijas. De ellas 304 o 306 tan sólo en Ciudad Juárez, más que ningún otro año.
Las comparaciones no son odiosas, son rabiosas, generadoras de una intensa rabia. Vea usted : en las tres mayores ciudades de los Estados Unidos, el número de muertes violentas entre 1990 y 2009, experimentó decrementos muy significativos: en Nueva York, de dos mil 245 homicidios anuales se pasó a 471 en esas dos décadas, un 79% menos; en Chicago, de 850, a 458 asesinatos anuales, un 46% menos, y en Los Angeles, de 983, a 312, un 68% menos. (Datos de USA Today, 29 de diciembre de 2010).
Es más, en El Paso, Texas, que colinda metro por metro con Juárez, la urbe más violenta del mundo, el número de homicidios del 1 de enero hasta el 25 de diciembre de 2010, fue de sólo cinco, contra 12 en 2009, lo que la convierte en una de las localidades más seguras de la Unión Americana. (El Diario de El Paso, 2 de enero de 2011).
Entonces no es cierto que a mayor número de adictos, más violencia: en la ciudad de Nueva York se cuenta un millón 300 mil adictos, el 18% de su población, según la New York City Liberties Union, mientras que en Juárez hay cerca de cien mil, pero el número de homicidios dolosos en esta última durante 2009, fue 660% mayor al de aquella. Aun sumando los asesinatos que en 2010 acaecieron en las tres urbes norteamericanas, los homicidios en Ciudad Juárez son aun 250% más: tres mil 111 contra mil 241, pero el número de adictos en esta última, mucho menor.
¿para quién trabaja la estrategia del Estado mexicano? ¿para hacer más segura la distribución de droga en las calles de las ciudades norteamericanas? ¿por qué acá pagamos los costos en vidas, en seguridad, en tensión familiar en desgarramiento del tejido social y allá no?¿Qué otros combates está emprendiendo Calderón bajo la cobertura de la guerra al narcotráfico por encargo de quienes detentan el poder allende el Bravo? Cuando la seguridad de la mayoría de los ciudadanos es la que ha sido gravemente vulnerada, ¿puede decirse que la guerra calderoniana es por “la seguridad nacional”? En todo caso ¿de cuál nación?
El aspecto absurdo de esta guerra no debe, sin embargo, invisibilizar otro no menos importante: los feminicidios. Si bien no pueden todavía catalogarse como tales los 446 asesinatos de mujeres ocurridos en todo nuestro estado, nos revelan con toda claridad que en el contexto de esta guerra, hay una situación de extrema vulnerabilidad para la vida de las mujeres. Más cuando las mujeres se atreven a reclamar justicia y a defender los derechos humanos, como lo acaba de mostrar a todo el mundo el feminicidio de Marisela Escobedo Ortiz, el pasado 16 de diciembre.
Y hasta ahora el Estado Mexicano en su conjunto, no ha hecho nada por atacar de raíz esta situación de violencia. Así lo muestran la tardanza y la negligencia en acatar y llevar a cabo de inmediato la sentencia sobre el caso del Campo Algodonero emitida por la Corte Interamericana de los Derechos Humanos desde noviembre de 2009. En ninguno de sus niveles el Estado ha puesto los medios necesarios para llevar a la práctica cada uno de los resolutivos de dicha sentencia, orientados no sólo a reparar el daño a las familias de las víctimas, sino también a generar las condiciones para desterrar de raíz la violencia de género.
Y mientras gobierno federal y gobierno del estado siguen atascados en esta absurda y costosa guerra sin traza alguna de cambiar de estrategia, las voces ciudadanas, que llevan agravios, que llevan reclamos, que exigen cuentas, se siguen expresando en las velas que ya rodean al Palacio de Gobierno en Chihuahua. Ahí donde la muerte de Marisela generó una indeclinable lucha por la vida. Ahí es la cita, mejor si es con una vela.
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Víctor M. Quintana Silveyra es político, catedrático, escritor y periodista. Ha colaborado en la Opinión (Los Ángeles. EUA), La Jornada (México D.F.) readiodifusoras XEPL (Cuauhtémoc, Chih.) XEBN (Delicias, Chih.) y 860 Noticias (Juárez, Chih.). Libros publicados: 'Movimientos Populares en Chihuahua', en coautoría con Rubén Lau Rojo, UACJ 1991;'Elecciones con Alternativa', libro Colectivo, La Jornada Editores, 1993; 'Familia y Trabajo en Chihuahua', en Coautoría con Luis Reygadas y Gabriel Borunda, UACJ 1994; 'México Una Agenda para Fin de Siglo', libro colectivo, La Jornada Editores, 1996. Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), tiene una Maestría en Sociología en la Escuela de Altos Estudios Sociales en París, Francia y es candidato a doctor en Ciencias Sociales por la misma institución. Ex Diputado de la LXII Legislatura chihuahuense por el Partido de la Revolución Democrática
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