Distrito Federal– Vacío. México siempre ha tenido abundancia de carencias. Sin embargo en los últimos tiempos, a las penurias materiales se añade la ausencia de un elemento intangible pero con consecuencias concretas en la vida colectiva. Se trata de la falta de una idea capaz de despertar la imaginación de la nación y permitirle sortear los tiempos difíciles al generar la visión de un futuro digno en aras del cual pueden y deben asumirse con buen ánimo las tareas gravosas.
México e India son dos países donde el atraso es evidente, los menesterosos abundan –mucho más en el segundo que en el primero–, los contrastes sociales ofenden y donde pasará un buen número de años antes de que las carencias materiales de las mayorías dejen de ser incompatibles con lo que se considera un nivel de vida digno. En ambos países los sistemas políticos están llenos de ineficiencias y afectados por la corrupción.
Sin embargo, en India la dinámica económica es mayor que en México –el PIB crece al 8.5 por ciento anual–, se tiene mayor confianza en el futuro y, finalmente, no se ha perdido la confianza en el personaje cuyas ideas y acciones impulsaron a millones en la lucha por la independencia: Ghandi y el ghandismo. En contraste, en México la economía marcha mal, envuelta en la duda y sin brío. Las celebraciones del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución de 1910 fueron, básicamente, luz y sonido, desfiles previsibles y marionetas gigantes, pero en medio de un gran vacío de ideas motrices, de un una reflexión genuina sobre el pasado que sirviera de inspiración para conquistar el futuro.
“Alma Grande”. En Nueva Delhi, en India, está el Rajghat, el lugar en donde fue incinerado en 1948 el cuerpo de Mohandas Karamchand Gandhi, a quien hoy se conoce simplemente como Mahatma o “Alma Grande” Ghandi. Se trata de un sitio de peregrinación, donde centenares de visitantes acuden diariamente para detenerse frente a una simple plataforma de granito negro y una inscripción: ¡Oh Dios (He Ram), que recoge las últimas palabras que pronunció el Bapu (padre) de la India moderna antes de morir asesinado, a los 78 años, a manos de un nacionalista que rechazaba su visión de una India independiente y generosa, donde convivieran en paz sus diferentes comunidades religiosas.
Un sitio tan simple como el descrito obliga al visitante a usar su imaginación y su conocimiento sobre Ghandi y su país, como la única forma de rendir homenaje a uno de los líderes políticos más extraordinarios del siglo XX, uno que asumió que “la no violencia permite al alma medirse contra la voluntad del tirano” y derrotar a un imperio que, aunque en decadencia, podía haber seguido echando mano de la fuerza para retrasar su fin. Fue la enorme confianza de las masas indias en Ghandi y su visión del mundo lo que les llevó a movilizarse y confrontar desarmados a las estructuras de poder hasta poner fin al Raj británico en el Indostán.
Ghandi, como más tarde lo harían en Sudáfrica –justo el país donde él asumió por primera vez su papel de líder de los subalternos– Nelson Mandela o Martin Luther King en Estados Unidos, decidió dejar de lado la visión maquiavélica de la política –esa donde el fin justifica los medios– para remplazarla por una donde la búsqueda de fines evidentemente justos, –en su caso, la independencia de India– fuera llevada a cabo sólo por medios igualmente irreprochables: la no cooperación sin violencia, la desobediencia civil en gran escala (la marcha al mar en 1930 para contravenir el monopolio británico de la sal) o la huelga de hambre.
La Realidad y el Legado en India. El nacimiento en 1947 de la India independiente quedó marcado no sólo por el ghandismo sino también por su opuesto, por una sangrienta y brutal lucha entre sus comunidades. El llamado de Ghandi a la convivencia pacífica entre hindúes, musulmanes y sikhs, naufragó en una orgía de violencia que dejó un millón de muertos y en vez de una sola nación unida por un gran proyecto a dos en confrontación permanente: India y Pakistán.
El espasmo de violencia que siguió a la partición del subcontinente y el asesinato de Ghandi pueden interpretarse como el trágico final de una gran y generosa idea fundadora y la vuelta por sus fueros de Maquiavelo, pero sería esta una interpretación parcial e injusta. Es verdad que la India actual está llena de tensiones y contradicciones. Su política cotidiana, como la mexicana, está dominada menos por el espíritu democrático y de servicio y más por la mezquindad de los partidos y por una corrupción que se calcula que entre la independencia y la actualidad fecha, le ha costado al erario de India 462 mil millones de dólares (The New York Times, 19 de noviembre). Por su parte, la política externa de India cuya meta es alcanzar el status de gran potencia, se rige por las reglas propias de la política del poder lo que le lleva a confrontarse con los otros países de la región, en particular con Pakistán y China y a jugar a toma y daca con Estados Unidos.
Pese a la enorme distancia que hay entre la vida pública en India y las ideas de Ghandi –la no violencia, la indiferencia ante los bienes materiales, la prioridad de la vida espiritual, las virtudes del trabajo manual y de la vida en la pequeña comunidad rural– la política en ese país no se concibe sin una referencia obligada y constante al ghandismo. El general retirado Vinod Saighal, fundador del Movement for Restoration of Good Government, señala que no obstante la creciente distancia que separa a los principios de Ghandi de la práctica de todos los líderes que le sucedieron, ni el pueblo de India ni el exterior pueden concebir a la India real o a la imaginada sin tener en su centro los ideales del Mahatma. La discordancia entre la realidad no ghandiana y las propuestas del “Padre de la Patria”, asegura el general, son el meollo de la disputa en torno al proyecto nacional de India; una disputa en donde incluso quienes en la práctica niegan a Ghandi, en el discurso están obligados a declarar su apego a los principios enunciados por él pues sin esa reafirmación al ideario del Bapu ningún gobernante o partido tendría legitimidad a ojos de la mayoría de un pueblo indio que no concibe un discurso político ajeno al ghandismo. Es el homenaje del vicio a la virtud.
Nuestro Caso. En el México actual y según las encuestas, los personajes históricos más conocidos y admirados son Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Emiliano Zapata y Francisco Villa, (Consulta Mitofsky, septiembre 2010). A cada uno de ellos se les puede identificar con ciertos valores: independencia y libertad a los dos primeros, también Estado de derecho al segundo, justicia social a los dos últimos y a todos con la “violencia justa”. Sin embargo, esas mismas encuestas muestran que existe poco conocimiento y una gran confusión en torno al significado de esas figuras y que se aprecia más lo lejano –la independencia– que lo cercano –la Revolución. En suma, el legado de nuestros héroes es sólo parcialmente conocido y poco útil como guía precisa, como brújula moral, para entender dónde nos encontramos ahora y, lo que es más importante, hacia dónde debemos marchar para encontrar un futuro aceptable.
Las conmemoraciones que acaban de concluir con motivo de los inicios de sendas guerras civiles, la de Independencia y la Revolución, fueron básicamente luz y sonido, espectáculo, pero muy poco la ocasión para un debate que captara la atención del ciudadano en torno las grandes ideas-guía para clarificar cual puede y debe de ser el papel de nuestro país en el sistema internacional, para determinar hacia dónde nos podemos y debemos encaminar como comunidad nacional, cuáles pueden y deben de ser los medios para alcanzar los objetivos que se supone que debemos perseguir según nuestros proyectos históricos y cuáles y cómo deben de llevarse a cabo las tareas colectivas para cumplir con la agenda nacional en torno a temas fundamentales: independencia frente a las grandes potencias, crecimiento sostenido de la economía, disminución de la pobreza y de la desigualdad social reproducidas a lo largo de los siglos, educación de calidad, atención a la salud, sistema de gobierno efectivamente democrático, representativo, responsable y honesto, respeto a la ley, destierro de las discriminaciones, seguridad ciudadana y control de la violencia, protección del medio ambiente y, en general, todo lo que favorezca la convivencia entre los mexicanos.
La existencia en la imaginación de una colectividad nacional de grandes ideas y símbolos no aseguran su éxito, pero sin ellos se priva de una fuerza insustituible en la lucha por su viabilidad. A México le urge remediar esta carencia.
México e India son dos países donde el atraso es evidente, los menesterosos abundan –mucho más en el segundo que en el primero–, los contrastes sociales ofenden y donde pasará un buen número de años antes de que las carencias materiales de las mayorías dejen de ser incompatibles con lo que se considera un nivel de vida digno. En ambos países los sistemas políticos están llenos de ineficiencias y afectados por la corrupción.
Sin embargo, en India la dinámica económica es mayor que en México –el PIB crece al 8.5 por ciento anual–, se tiene mayor confianza en el futuro y, finalmente, no se ha perdido la confianza en el personaje cuyas ideas y acciones impulsaron a millones en la lucha por la independencia: Ghandi y el ghandismo. En contraste, en México la economía marcha mal, envuelta en la duda y sin brío. Las celebraciones del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución de 1910 fueron, básicamente, luz y sonido, desfiles previsibles y marionetas gigantes, pero en medio de un gran vacío de ideas motrices, de un una reflexión genuina sobre el pasado que sirviera de inspiración para conquistar el futuro.
“Alma Grande”. En Nueva Delhi, en India, está el Rajghat, el lugar en donde fue incinerado en 1948 el cuerpo de Mohandas Karamchand Gandhi, a quien hoy se conoce simplemente como Mahatma o “Alma Grande” Ghandi. Se trata de un sitio de peregrinación, donde centenares de visitantes acuden diariamente para detenerse frente a una simple plataforma de granito negro y una inscripción: ¡Oh Dios (He Ram), que recoge las últimas palabras que pronunció el Bapu (padre) de la India moderna antes de morir asesinado, a los 78 años, a manos de un nacionalista que rechazaba su visión de una India independiente y generosa, donde convivieran en paz sus diferentes comunidades religiosas.
Un sitio tan simple como el descrito obliga al visitante a usar su imaginación y su conocimiento sobre Ghandi y su país, como la única forma de rendir homenaje a uno de los líderes políticos más extraordinarios del siglo XX, uno que asumió que “la no violencia permite al alma medirse contra la voluntad del tirano” y derrotar a un imperio que, aunque en decadencia, podía haber seguido echando mano de la fuerza para retrasar su fin. Fue la enorme confianza de las masas indias en Ghandi y su visión del mundo lo que les llevó a movilizarse y confrontar desarmados a las estructuras de poder hasta poner fin al Raj británico en el Indostán.
Ghandi, como más tarde lo harían en Sudáfrica –justo el país donde él asumió por primera vez su papel de líder de los subalternos– Nelson Mandela o Martin Luther King en Estados Unidos, decidió dejar de lado la visión maquiavélica de la política –esa donde el fin justifica los medios– para remplazarla por una donde la búsqueda de fines evidentemente justos, –en su caso, la independencia de India– fuera llevada a cabo sólo por medios igualmente irreprochables: la no cooperación sin violencia, la desobediencia civil en gran escala (la marcha al mar en 1930 para contravenir el monopolio británico de la sal) o la huelga de hambre.
La Realidad y el Legado en India. El nacimiento en 1947 de la India independiente quedó marcado no sólo por el ghandismo sino también por su opuesto, por una sangrienta y brutal lucha entre sus comunidades. El llamado de Ghandi a la convivencia pacífica entre hindúes, musulmanes y sikhs, naufragó en una orgía de violencia que dejó un millón de muertos y en vez de una sola nación unida por un gran proyecto a dos en confrontación permanente: India y Pakistán.
El espasmo de violencia que siguió a la partición del subcontinente y el asesinato de Ghandi pueden interpretarse como el trágico final de una gran y generosa idea fundadora y la vuelta por sus fueros de Maquiavelo, pero sería esta una interpretación parcial e injusta. Es verdad que la India actual está llena de tensiones y contradicciones. Su política cotidiana, como la mexicana, está dominada menos por el espíritu democrático y de servicio y más por la mezquindad de los partidos y por una corrupción que se calcula que entre la independencia y la actualidad fecha, le ha costado al erario de India 462 mil millones de dólares (The New York Times, 19 de noviembre). Por su parte, la política externa de India cuya meta es alcanzar el status de gran potencia, se rige por las reglas propias de la política del poder lo que le lleva a confrontarse con los otros países de la región, en particular con Pakistán y China y a jugar a toma y daca con Estados Unidos.
Pese a la enorme distancia que hay entre la vida pública en India y las ideas de Ghandi –la no violencia, la indiferencia ante los bienes materiales, la prioridad de la vida espiritual, las virtudes del trabajo manual y de la vida en la pequeña comunidad rural– la política en ese país no se concibe sin una referencia obligada y constante al ghandismo. El general retirado Vinod Saighal, fundador del Movement for Restoration of Good Government, señala que no obstante la creciente distancia que separa a los principios de Ghandi de la práctica de todos los líderes que le sucedieron, ni el pueblo de India ni el exterior pueden concebir a la India real o a la imaginada sin tener en su centro los ideales del Mahatma. La discordancia entre la realidad no ghandiana y las propuestas del “Padre de la Patria”, asegura el general, son el meollo de la disputa en torno al proyecto nacional de India; una disputa en donde incluso quienes en la práctica niegan a Ghandi, en el discurso están obligados a declarar su apego a los principios enunciados por él pues sin esa reafirmación al ideario del Bapu ningún gobernante o partido tendría legitimidad a ojos de la mayoría de un pueblo indio que no concibe un discurso político ajeno al ghandismo. Es el homenaje del vicio a la virtud.
Nuestro Caso. En el México actual y según las encuestas, los personajes históricos más conocidos y admirados son Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Emiliano Zapata y Francisco Villa, (Consulta Mitofsky, septiembre 2010). A cada uno de ellos se les puede identificar con ciertos valores: independencia y libertad a los dos primeros, también Estado de derecho al segundo, justicia social a los dos últimos y a todos con la “violencia justa”. Sin embargo, esas mismas encuestas muestran que existe poco conocimiento y una gran confusión en torno al significado de esas figuras y que se aprecia más lo lejano –la independencia– que lo cercano –la Revolución. En suma, el legado de nuestros héroes es sólo parcialmente conocido y poco útil como guía precisa, como brújula moral, para entender dónde nos encontramos ahora y, lo que es más importante, hacia dónde debemos marchar para encontrar un futuro aceptable.
Las conmemoraciones que acaban de concluir con motivo de los inicios de sendas guerras civiles, la de Independencia y la Revolución, fueron básicamente luz y sonido, espectáculo, pero muy poco la ocasión para un debate que captara la atención del ciudadano en torno las grandes ideas-guía para clarificar cual puede y debe de ser el papel de nuestro país en el sistema internacional, para determinar hacia dónde nos podemos y debemos encaminar como comunidad nacional, cuáles pueden y deben de ser los medios para alcanzar los objetivos que se supone que debemos perseguir según nuestros proyectos históricos y cuáles y cómo deben de llevarse a cabo las tareas colectivas para cumplir con la agenda nacional en torno a temas fundamentales: independencia frente a las grandes potencias, crecimiento sostenido de la economía, disminución de la pobreza y de la desigualdad social reproducidas a lo largo de los siglos, educación de calidad, atención a la salud, sistema de gobierno efectivamente democrático, representativo, responsable y honesto, respeto a la ley, destierro de las discriminaciones, seguridad ciudadana y control de la violencia, protección del medio ambiente y, en general, todo lo que favorezca la convivencia entre los mexicanos.
La existencia en la imaginación de una colectividad nacional de grandes ideas y símbolos no aseguran su éxito, pero sin ellos se priva de una fuerza insustituible en la lucha por su viabilidad. A México le urge remediar esta carencia.
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