jueves, 2 de diciembre de 2010
Oaxaca Miguel Ángel Granados Chapa Periodista
Distrito Federal– Ayer tomaron posesión los gobernadores de Aguascalientes, Oaxaca y Veracruz elegidos el cuatro de julio pasado. El senador Carlos Lozano de la Torre recuperó para el PRI el gobierno hidrocálido, después de doce años de panismo, si bien los últimos seis estuvieron marcados por una administración ambigua, más inclinada al tricolor que al partido que llevó a gobierno a Luis Armando Reynoso Femat, expulsado del PAN precisamente por embatir contra Martín Orozco, el candidato blanquiazul que aspiraba a sucederlo. Aunque Lozano de la Torre –miembro en el Senado del grupo más próximo a Manlio Fabio Beltrones– padeció unos días de incertidumbre porque la justicia electoral puso en duda la claridad de su elección, asumió una responsabilidad mayor que la municipal que no pudo lograr en 2007.
En Veracruz el PRI mantuvo el gobierno, y Fidel Herrera, el gobernador saliente salió avante en su decisión de que Javier Duarte lo reemplazara, seguro de que le guardará la fidelidad en cuyas manifestaciones no es omiso sino al contrario. Además del dinero público que sin límites ofreció Herrera a los operadores de la campaña de Duarte, y a éste mismo (y a otros candidatos, a alcaldías y diputaciones), un factor que contó en su provecho fue la división interna del PAN. En compensación a su resuelta oposición a que Miguel Ángel Yunes fuera el candidato panista, porque carecía de los méritos partidarios para serlo y, al contrario, avergonzaba al PAN, Gerardo Buganza será el número dos de la administración de Duarte, como secretario de gobierno. No es remoto que su permanencia allí sea breve, y esté sólo destinada a poner el último clavo en el ataúd de Yunes Linares, muerto para la política local (por lo menos personalmente, ya que sus hijos herederán su presencia y influencia aunque sea menguada).
Debido a su cercanía y afinidad con sus antecesores, los nuevos gobernadores de Aguascalientes y de Veracruz contaron con ellos en la ceremonia de su asunción. No ocurrió lo mismo en Oaxaca, donde el gobernador saliente Ulises Ruiz prefirió practicar el principio filosófico que reza: “más vale que digan aquí corrió que aquí quedó”, y se ausentó de un acto donde sería mal visto y mal recibido por una legislatura que le es hostil, aunque en mucho menor medida en que él lo fue contra algunos de sus componentes, como Flavio Sosa, ahora diputado y a quien, con la complicidad del gobierno federal Ruiz mantuvo preso en un penal de alta seguridad como si el activismo político pacífico fuera un delito de alta peligrosidad.
Ruiz no tendría cara con qué presentarse a un acto cuyo origen y naturaleza son antitéticos con los suyos. En 2004, el gobernador que ahora lo sucede, Gabino Cué fue derrotado con malas artes por Ruiz mismo y su entonces contlapache José Murat, al que acaba de expulsar del PRI, como muestra de la descomposición de los grupos que dominan ese partido en el último decenio. Pero ahora Cué tomó posesión, victorioso sobre su adversario porque los mecanismos de control, de represión y de compra e inducción al voto resultaron insuficientes ante el reclamo generalizado, que una vasta alianza de partidos pudo organizar y convertir en votos, tantos que fue imposible impedirlos u ocultarlos.
No ha sido esta la primera derrota de Ulises Ruiz, aunque a diferencia de las anteriores, de esta no podrá levantarse. En 1999 encabezó la campaña de Roberto Madrazo, en la contienda interna por la candidatura presidencial del PRI. No obstante el destino adverso que compartió con el gobernador tabasqueño, la autonomía de los gobernadores priístas, ganada con la pérdida de la Presidencia favoreció su afán de mandar en Oaxaca, auspiciado por su amigo José Murat, con quien después rompió al punto de hacerlo expulsar del PRI, ya de últimas, el sábado pasado. En 2006, el comienzo de la rebelión civil en su contra lo sorprendió ocupado en la campaña presidencial de Madrazo. La estrepitosa caída de éste hubiera conllevado la de su principal operador, que estaba crecientemente en apuros, de no ser porque prosperó la extorsión a que Ulises sometió al gobierno federal. Sugirió que podría unirse a la protesta de Andrés Manuel López Obrador por el fraude electoral, cuya última fase se procesaba entonces, y hasta ofrecerle el territorio oaxaqueño como zona de resguardo. Concitó de inmediato la atención de Fox y su secretario de Gobernación Carlos Abascal que, de buena o de mala gana, decidieron no dejarlo solo ante el hervor popular que bullía en las calles oaxaqueñas. De diversos modos, incluido el ruin de aprehender a los opositores al gobernador y enviarlos, a la usanza porfirista, a ergástulas remotas, y sobre todo con la presencia de la Policía Federal, Ruiz frustró el propósito popular de echarlo del gobierno. En cierto modo, sin embargo, ese objetivo se logró en julio pasado, cuando él mismo y su candidato fueron derrotados por la movilización ciudadana organizada.
Ruiz deja detrás de sí una negra herencia. La pobreza sigue siendo el dato de identidad de las comunidades oaxaqueñas, especialmente las indígenas. Se dirá que no está al alcance de una sola persona, de un gobierno, en seis años, superar un lastre secular. Pero Ruiz contó para combatir la miseria de los suyos con recursos multimillonarios, que se perdieron en el baril sin fondo de la ineficiencia y de la corrupción. Por si no bastara, a esa abulia inescrupulosa Ulises Ruiz agregó la impunidad a la violencia contra sus opositores y la practicada por agentes de la autoridad. Por eso no pudo dar la cara ayer.
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