Jorge Carrasco Araizaga
México, DF; 13 de noviembre (Apro).- La noche del viernes 12, Felipe Calderón se mostró ya no como alumno aventajado, sino como el empleado del mes de Estados Unidos. Nada sorprendente en perspectiva de la larga relación subordinada de los gobernantes mexicanos hacia Washington; pero de extrema gravedad por la connotación y consecuencias de lo que anunció.
En una entrevista con el noticiario nacional Evening News with Karie Couric, de la cadena CBS, dio cuenta a los estadounidenses de que en su “guerra al narcotráfico” echó a andar en México un Comando Central de Inteligencia que opera en un búnker simulado en un lugar de la ciudad de México.
Resulta no sólo ofensivo, sino grave que quien se dice presidente de todos los mexicanos menosprecie a sus gobernados y rinda cuentas a los televidentes estadounidenses de la manera en que, según él, está logrando que los narcotraficantes en México “pierdan territorio y mercado”.
En los cuatro años trágicos que van de su presidencia, el ocupante de Los Pinos ha gastado millones de pesos en una intensa propaganda para convencer a los mexicanos de que su decisión de embarcar al país en una sanguinaria confrontación que ha dejado ya más de 30 mil muertos –como si se tratara de una guerra civil– nada tiene que ver con su presidencia huérfana de legitimidad.
Mientras en México oculta y miente con su machacona propaganda, en Estados Unidos se presenta en la televisión para informar a los pagadores de impuestos de ese país que el dinero que le ha dado el Congreso estadounidense como parte de la Iniciativa Mérida “está bien gastado”.
No se puede entender de otra manera el anuncio del Comando Central de Inteligencia, que es una de los componentes de la Iniciativa Mérida, la versión mexicana del Plan Colombia.
Calderón presentó el comando como si fuera uno de sus logros: “Yo quería todos los juguetes; todo eso, todos los instrumentos necesarios para ser superiores a los criminales”, dijo según lo publicado por la prensa mexicana el sábado 13.
La gravedad de lo anunciado por Calderón también está en lo que omitió. A decir de esa versión, nada mencionó de la manera en que opera el ahora conocido Comando Central de Inteligencia.
Se trata de la Oficina Binacional de Inteligencia que negoció con Estados Unidos como parte del Plan Mérida para el establecimiento de un centro de inteligencia y espionaje en la propia capital mexicana.
No es la primera vez que agentes de Estados Unidos realizan esas labores en México. Desde mucho antes de Calderón lo habían hecho con la cobertura diplomática y con colaboradores en la política, el sector económico y líderes de opinión mexicanos.
Desde que oficialmente empezó a operar esa oficina binacional, el primero de septiembre pasado, los agentes estadounidenses actúan de forma abierta como si estuvieran en su territorio.
Pero no son sólo las tradicionales agencias de inteligencia, como la CIA, la DEA y el FBI, las que están operando desde el Distrito Federal; por cierto, en un edificio ubicado en el número 265 de la Avenida Paseo de la Reforma, a unos metros de la embajada de Estados Unidos, como se informa en la edición 1776 de la revista Proceso.
En el Comando Central de Inteligencia hay una marcada presencia de los servicios de inteligencia del Pentágono. En otras palabras, la inteligencia militar estadounidense está operando en el país gracias a que Calderón les abrió las puertas, a pesar de la natural resistencia de las Fuerzas Armadas mexicanas, incluida la Marina Armada de México, que ha sido la más proclive a la cooperación internacional, en especial con Estados Unidos.
Calderón ha cometido uno de los actos más claros de cesión de soberanía. Contrario al discurso neoliberal de los globalizadores, esta vez hay razones suficientes para asegurar que México ha entrado a un punto de no retorno.
Los servicios de inteligencia civiles y militares de Estados Unidos ya están en el mismo corazón político y financiero de México. Sus objetivos van más allá del narcotráfico, incluso de México.
Por ahora, tienen oficinas en Tijuana y Ciudad Juárez. Después se podrán establecer en el centro y el sur del país, siempre con el reconocimiento oficial, tal y como ocurre en Iraq y Afganistán, países ocupados por Estados Unidos.
En México no fue necesaria una intervención militar. Bastó que alguien sirviera de manera útil a los servicios de seguridad e inteligencia estadounidenses, que siempre quisieron operar a sus anchas en México. El empleado del mes tiene contrato hasta diciembre del 2012. Se irá en dos años, los agentes estadounidenses se quedarán mucho más.
jcarrasco@proceso.com.mx
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