martes, 21 de septiembre de 2010

UNAM centenaria, la razón sobre la infamia


Álvaro Delgado



MÉXICO, DF, 20 de septiembre (apro).- Pasados los dispendiosos y pueriles festejos oficiales del Bicentenario de la Independencia, cuyo colofón glorificó la traición que simboliza Benjamín Argumedo en el monigote alzado frente a Palacio Nacional, donde Felipe Calderón honró a Carlos Salinas, hay una razón para el regocijo: Se cumple el primer centenario de la Universidad Nacional, fundada por la genialidad de Justo Sierra para “mexicanizar el saber”.

Fue al final de su agónica dictadura, el jueves 22 de septiembre de 1910, cuando Porfirio Díaz erigió, en solemne ceremonia, a la Universidad Nacional de México, lo que representó el colofón de los festejos del primer centenario del inicio de la gesta independentista, que fueron y son inmensos si se contrastan con los que coordinó el presidenciable Alonso Lujambio.

Para lucirse ante los visitantes de las fiestas del centenario, Díaz se planteó construir edificios suntuosos como el Palacio de las Bellas Artes, la casa de Correos, el ministerio de Comunicaciones --hoy sede del Museo Nacional de Arte (Munal)--, la penitenciaría de Lecumberri –actual Archivo General de la Nación--, la Escuela Normal de Maestros --antiguo Colegio Militar de Popotla--, el proyectado como palacio legislativo --que es el monumento a la Revolución-- y, por supuesto, el monumento a la Independencia.

Pero, sin duda, la obra cumbre de esas celebraciones y su gestión antes de su exilio por la insurrección revolucionaria que estalló el 20 de noviembre de 1910 fue la creación de la Universidad Nacional que, en 1929, obtendría su autonomía y a partir de entonces se llama Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La creación se debe a Justo Sierra, quien como ministro de Instrucción Pública de Díaz logró que en mayo de 1910 fuera aprobada la ley constitutiva de la nueva institución, pero la idea embrionaria la había presentado tres décadas antes, en 1881, cuando era diputado, aunque entonces no tuvo éxito.

Los ejes de la institución expuestos por Sierra ante los diputados son tan vigentes como entonces, como el separar los intereses políticos del campo académico, un paso previo precisamente a la autonomía de la que goza la UNAM.

“La enseñanza superior no puede tener, como no tiene la ciencia, otra ley que el método”, postulaba, aunque aclaraba que el Estado no podía desentenderse de sus obligaciones en el financiamiento de la institución.

“La Universidad Nacional (…) será la encargada de dictar las leyes propias, las reglas propias de su dirección científica; y no quiere decir esto que el gobierno pueda desentenderse de ellas, ni impedir que lleguen a su conocimiento, ni prescindir, en bien del Estado, del derecho de darle su aprobación última. Por ello, a no ser en lo que entrañe una reforma de las leyes, será excepcional…”

El segundo eje fundamental que Sierra presentó a los diputados para convencerlos de crear la institución universitaria fue el carácter laico que debía sustentar en su programa académico, sobre todo porque en 1865 se había suprimido la universidad por su alianza con los sectores conservadores y contraria a los fines liberales y republicanos de la facción política que triunfó en 1867.

“Una universidad es un centro donde se propaga la ciencia, en el que se va a crear la ciencia; ahora bien, señores diputados, la ciencia es laica, la ciencia no tiene más fin que estudiar fenómenos y llegar a esos fenómenos últimos que se llaman leyes superiores. Nada más; todo lo que de esta ruta se separe puede ser muy santo, muy deseable, pero no es ciencia; por consiguiente, si la ciencia es laica, si la universidad se va a consagrar a la adquisición de verdades científicas, deben ser, por la fuerza del mismo término, instituciones laicas.”

Sierra logró aprobar la creación de la Universidad Nacional de México y en una ceremonia solemne, que este miércoles 22 cumple cien años, si bien reconoció la naturaleza histórica y el papel de la anterior universidad, que nació en 1551, expuso el carácter renovado de la nueva institución académica:

“Me la imagino así: Un grupo de estudiantes de todas las edades sumadas en una sola, la edad de la plenitud intelectual, formando una personalidad real a fuerza de solidaridad y de conciencia de su misión y que, recurriendo a toda fuente de cultura, brote de donde brotara, con tal de que la linfa sea pura y diáfana, se propusiera adquirir los medios de nacionalizar la ciencia, de mexicanizar el saber.”

Al cumplir una centuria de su fundación, cuyos festejos estarán encabezados por el actual rector de la UNAM, José Narro, es preciso que, además del júbilo que implica para los formados en esta institución la efemérides, se haga una valoración sobre la condición que tiene en el México actual y su prospectiva como motor del desarrollo nacional.

La UNAM cumple un siglo en momentos infaustos, donde gobierna la barbarie y parece cancelada la perspectiva de desarrollo para dos terceras partes de los mexicanos, un escenario que exige de los universitarios ejercer su liderazgo en la sociedad y que la institución misma enarbole las causas de ésta.

La UNAM debe acreditar, con hechos, que no es capaz sólo de formar profesionistas que sirvan a sí mismos en un marco de libertad de cátedra e investigación, que defiendan la pluralidad, la tolerancia y la razón, sino que sean capaces de asumir un contundente compromiso social, como en las transformaciones de las décadas de los sesenta y setenta.

Hace un siglo, esta universidad tenía apenas mil 969 alumnos y ahora son más de 300 mil inscritos en 82 campos del conocimiento científico, artístico y humanístico, un ejército de muchachos que deben enarbolar algo que el poder político escamotea: El nivel cívico y cultural de la sociedad, pero también su fervor patrio...



Apuntes



El asesinato del joven fotorreportero Carlos Santiago Orozco y las graves lesiones a Carlos Manuel Sánchez Colunga, ambos de El Diario de Ciudad Juárez, no motivó a Calderón emitir siquiera un boletín para dolerse de tal embate criminal, acontecido el miércoles 16, cuando vivía la cruda de la noche del Grito, una conducta que contrasta con los afanes propagandísticos que exhibió tras el secuestro de un grupo de periodistas en Gómez Palacio, Durango, el 26 de julio. Llegó a un extremo inusitado: El sábado, pasadas las siete de la mañana, hizo que su mujer, Margarita Zavala, lo comunicara, desde el lecho matrimonial, con Ciro Gómez, directivo del Grupo Multimedios, para darle la primicia de la liberación, que resultó en otro montaje de Genaro García Luna. Ahora, cuatro días después del crimen, manda a su vocero en seguridad, Alejandro Poiré, para decir que el móvil es de carácter personal. Por eso, de haber otra marcha de periodistas, debe ser con gritos de indignación y directamente a Los Pinos, el lugar que indebidamente habita ese individuo que, la noche del Grito, todo el mundo pudo ver que vestía pantalones de brincacharcos...



Comentarios: delgado@proceso.com.mx

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