México, hasta hace cuatro años, era un lugar donde se podía vivir sin problemas graves. En Juárez el empleo pleno le permitía a cualquiera encontrar un trabajo mal remunerado pero suficiente para subsistir y aunque con esto no se resuelve el problema de la marginación y la ignorancia, sirve para mitigar la miseria.
Sí, hemos vivido en una crisis económica constante, pero jamás tuvimos este encierro, jamás vimos morir a niños a manos de asesinos, nunca presenciamos masacres estilo medieval, ni en pesadillas habíamos visto semejante crueldad entre nosotros, y nos fuimos acostumbrando a vernos las tripas de fuera.
Decidimos sentarnos en nuestra butaca y comenzar a ver el espectáculo dantesco, como si la pantalla estuviera en otro lado y se fuera a acabar en cualquier momento, como si las imágenes fuesen de El Salvador, Guatemala o Colombia, como si fuera una película o un cortometraje de Guillermo Arriaga, como si nada.
Y el gobierno federal decidió hacer lo mismo, una vez que se vieron perdidos decidieron acostumbrarse. Felipe Calderón, como lo hace el enterrador entre las tumbas, perdió desde hace mucho la capacidad de sentir dolor, lo mismo le da que sea uno, dos o cien, los muertos del día; tiene el mismo interés por mujeres, niños o ancianos, por jóvenes o adultos. El valor de la población mexicana para el gobierno federal es cero si lo ponen frente a la rentabilidad política de la guerra contra el narco, que le ha servido de estandarte para sostener el discurso del miedo y aprovecharlo para que se nos olvide que su gobierno es espurio.
Y un día la gente decide jugar con las mismas reglas. Los grandes empresarios se blindan como señores feudales y las clases populares se arman de machetes y pistolas para detener la embestida del crimen. En un tránsito natural por las etapas de la historia del hombre, el pueblo decide hacerse de la justicia que el Estado le ha regateado.
Ahí está Ascensión, ahí está el Valle de Juárez que es tierra de nadie, ahí la anciana que combatió a dos secuestradores en Chihuahua y pronto vendrán más hombres a defender a sus familias y sus propiedades sustituyendo al gobierno, haciéndolo ver como un aparato inservible, ilegítimo e incapaz, porque eso es.
Hace ya una semana del asesinato de Luis Carlos Santiago, hace casi dos años de Armando Rodríguez, ambos periodistas de esta casa editora. Vendrán más semanas, meses, años, seguirán las lágrimas de dolor que han corrido por los féretros porque lamentablemente quedarán impunes.
Ante el vació de autoridad, El Diario, en un hecho histórico, ha negado la existencia del Estado, porque no lo ve, porque aquí en Juárez nadie lo vemos, porque no existe y cansados de oír palabrería, como un venablo decidió lanzar la pregunta sin respuesta: ¿Qué quieren de nosotros?
Llévenselo todo, sigan haciendo de Juárez le peor ciudad para vivir del mundo, sigan manchando de sangre las avenidas, acábense de una vez por todas los negocios agonizantes, hagan lo que tengan qué hacer y si alguien no está de acuerdo que se arme y les haga frente. Es el grito de una población herida por el abandono del Estado, que nos hemos visto solos desde el principio pero no queríamos aceptarlo, que ahora vemos lo que entre penumbras era imposible descifrar: el gobierno se ha olvidado de Juárez y nos ha dejado a nuestra mala suerte.
jueves, 23 de septiembre de 2010
Llévenselo todo - Carlos Murillo
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