Distrito Federal– Nota (Urgente) de Inicio de Página. La editorial publicada por El Diario de Ciudad Juárez el 19 de septiembre es brutal: como para todo propósito práctico en esa parte del país la autoridad formal dejó de existir, el periódico se dirige abiertamente a los jefes del narcotráfico –autoridades de facto–, para que ya no manden sus mensajes en la forma de asesinatos de sus periodistas y le digan, claramente, qué es lo que pretenden que publique o no publique ese medio. La degradación de la vida comunitaria en Juárez nos afecta a todos, incluso a los que se muestren indiferentes. Desde hace mucho, las campanas que doblan por las personas asesinadas en Ciudad Juárez, doblan no sólo por ellos sino por todos los mexicanos.
Cambio de Sitio. Ayer se mudo de pedestal a una escultura que estaba en un mal lugar. Se encontraba en un pequeño parque desangelado localizado entre un gran estacionamiento a cielo abierto y una vía muy transitada en el sur de la Ciudad de México; un sitio donde los pocos que lo atraviesan van de prisa, sin ánimo de fijarse en el monumento y menos en su significado. Y es que hace años se puso ahí una escultura de Daniel Cosío Villegas pero ayer, por fin, se trasladó la efigie del estudioso del México moderno y contemporáneo a donde debía de haber estado de tiempo atrás: frente de los edificios que albergan a las dos instituciones imaginadas y creadas por él: el Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México.
La idea que dio origen a esas dos casas dedicadas a actividades complementarias data de los 1930, es decir, de un momento en que nuestro país combinaba el reinicio de su estabilidad política con la fuerza creativa generada por la Revolución Mexicana. El horizonte mexicano aparecía entonces muy prometedor para quienes con preparación, imaginación, inteligencia, voluntad y, sobre todo, sentido de la responsabilidad histórica, se animaban a ser arquitectos de una nueva etapa en la construcción de México. Don Daniel fue de los que se propuso aprovechar a fondo esa oportunidad y, para fortuna de muchos, su empeño tuvo éxito.
Vocación. Se ha dicho respecto de los políticos que unos, los más, simplemente se dedican a vivir de la política mientras que otros, los menos, viven para la política. Pues lo mismo ocurre con los académicos. Cosío Villegas fue de los que vivió no de la academia sino para la academia, para la expansión –y la pasión– del conocimiento disciplinado sobre la naturaleza política de su país.
Alguien puede lanzarse a la búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo, pero ese no fue el caso de nuestro personaje. Para él, la comprensión de lo que era y había sido México tenía como objetivo lograr algo práctico y, sobre todo, urgente: identificar, explicar y remediar las fallas políticas y sociales de un país al que le urgía recuperar el tiempo perdido en sus últimos intentos de construcción nacional, especialmente porque vivía a la sombra de un vecino más grande, más fuerte, agresivo y con un obvio proyecto imperial.
Para los 1930 resultaba evidente que México debía contar con instituciones que le ayudaran a elaborar el tipo de conocimiento de sí mismo y del mundo, y que le sirvieran para guiar sus acciones prácticas y superar sus debilidades, pues en ello le iba la razón misma de su existencia. Y es que resuelta la guerra entre mexicanos iniciada en 1910, el riesgo para el país ya no era tanto un nuevo embate desde el exterior sino el desaprovechar la energía liberada por ese violento esfuerzo de cambio y quedar encallado en la mediocridad, la dependencia, la sumisión y la irrelevancia. Conocer, inconformarse con lo que estaba mal en México, criticar las fallas del poder públicamente y con argumentos forjados en la investigación sistemática de su historia, fue la forma en que Cosío Villegas, el intelectual, ejerció su libertad y su patriotismo. No había otra mejor.
El Diagnóstico. En 1947 en “La crisis de México”, (Cuadernos Americanos, Año VI), Cosío Villegas denunció y explicó el agotamiento de la Revolución Mexicana. El ensayo llevaba a concluir que esa tragedia colectiva había sido el resultado inevitable del mal uso que los herederos de Madero y de los muchos mexicanos que habían dejado la vida en el empeño, habían hecho del gran capital moral que había surgido de la destrucción del régimen porfirista.
Formulada la denuncia y sus razones, Cosío se puso a investigar y un cuarto de siglo y cientos de páginas más tarde, nuestro personaje definiría al sistema político priísta como una “Monarquía Absoluta Sexenal y Hereditaria en Línea Transversal” (“El sistema político mexicano”, p. 31, 1972). Es decir, reiteraba la condena y sus razones.
En la tetralogía de ensayos formada por “El sistema político mexicano”, “El estilo personal de gobernar”, “La sucesión presidencial” y su continuación, “La sucesión: desenlace y perspectivas”, Cosío fijó su atención en los dos últimos líderes del priismo clásico: Luis Echeverría y José López Portillo. Más exactamente, la fijó en el proceso donde el poder autoritario alcanzaba su máxima expresión: en el proceso de sucesión presidencial. Con ese ejercicio de análisis de su presente, Cosío Villegas ya no tuvo necesidad de calificar explícitamente al sistema y a sus hombres, con describir la conducta en la corte de esa Monarquía Absoluta Sexenal, fue más que suficiente para reafirmar lo asentado en 1947: que el agotamiento moral de la Revolución Mexicana había producido monstruos. El sistema en su conjunto ya no tenía salida; el México justo y capaz de sobrevivir con dignidad e independencia frente a Estados Unidos, no podría ser obra de una clase política tan corrupta y tan sin sentido de la grandeza y de la responsabilidad, como la que dominaba en los 1970.
Lo que don Daniel Cosío Villegas hizo entonces fue documentar la repetición de una tragedia mexicana. En la época de la Restauración de la República, la clase política había estado a la altura de su tarea, pero perdió esa altura en la etapa posterior, en la de la consolidación, es decir, en el Porfiriato. La tragedia se volvió a repetir en el siglo XX: quienes acabaron con el Porfiriato, una hazaña extraordinaria, dejaron de estar a la altura en la época de la reconstrucción pero, sobre todo, en la de consolidación y reproducción del régimen, cuando la regeneración por la que clamó Cosío en 1947, simplemente se hizo imposible.
Sentido del Constructor. Críticos de las formas y contenidos del sistema político mexicano siempre los ha habido, aunque no tantos como eran necesarios cuando Cosío Villegas decidió asumir el papel de conciencia de un sistema que se desviaba de sus metas anunciadas. Sin embargo, lo más significativo de nuestro personaje fue su estilo personal de criticar. Y la clave o al menos una de las claves para entenderlo, quizá este justamente en las dos instituciones que hoy sirven de marco a la escultura de don Daniel.
Cosío Villegas siempre respaldo su crítica al régimen con la autoridad que le daba su obra institucional: el haber sido la raíz de la idea y de la energía que dieron vida al Fondo de Cultura Económica, a El Colegio de México y a la producción que surgió de esas dos instituciones. Nuestro personaje se consideraba, por tanto, autor de una parte de lo mejor del México de la Revolución y resentía a aquellos que vinieron más tarde, que se hicieron del poder por la vía burocrática priista y no solo no siguieron por la ruta que servía al interés nacional –la de la honestidad en el servicio público, fomento de la educación pública de calidad, crecimiento y desarrollo de la economía, respeto a la letra y al espíritu del marco jurídico, juego limpio en la competencia política y defensa de la soberanía–, sino que en la práctica se dedicaran, como herederos malcriados e irresponsables, a dilapidar lo ganado durante la Revolución, y a pervertir lo que ésta tuvo de generosa e innovadora.
Cosío vivió como un agravio personal el que su esfuerzo y el de otros individuos como él –un brío impulsado y justificado por su optimismo respecto del futuro– no fuera realmente justipreciado, pues a él un presidente podía entregarle un premio nacional pero al mismo tiempo alentar la publicación de un libelo en su contra y lo peor, desdeñar en la práctica la esencia de los valores públicos que alentaba las empresas y los trabajos de Cosío Villegas.
Hace 34 años que desapareció Daniel Cosío Villegas y su obra se aprecia tanto o más que antes. A la vez, la mediocridad e irresponsabilidad que han caracterizado el ejercicio del poder que él rechazó, persiste y se hace cada vez más nítida. ¡Lástima
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