miércoles, 15 de septiembre de 2010

Ecos de la insurrección Víctor Orozco

Ecos de la insurrección

La ley de Salcedo es de hecho bastante temprana, pues a las más lejanas tierras de su jurisdicción todavía no llegaban los ecos del Grito de Dolores, cuando ya estaba emitido el decreto. Sin embargo, cuando lo hagan, encontrarán un ambiente favorable para propagarse como en Texas.

Es, como puede leerse un mandato de guerra, como que se estaba enfrentando la autoridad colonial al conflicto y al mayor reto que jamás se hubiesen presentado desde la época de la Conquista. Sus preceptos no dejan ningún hueco: o juntan conmigo o derraman.

No basta abstenerse, ni siquiera apoyar a la autoridad, se requiere la participación activa para combatir a la revolución, pues de otra manera se incurre en el delito de traición.

Vale hacer una relación: el 2 de mayo de 1808, Joaquín Murat , jefe del ejército francés en España, emitió un decreto similar al de Salcedo, dirigido allá en contra de los patriotas españoles.

Disponía entre otras cosas que: “Todo corrillo que pase de ocho personas se reputará reunión de sediciosos y se disipará a fusilazos.

Toda villa o aldea donde sea asesinado un francés será incendiada. Los amos responderán de sus criados, los padres de sus hijos… los autores de libelos impresos o manuscritos, que provoquen a la sedición, los que los distribuyeren o vendieren, se reputarán agentes de Inglaterra y como tales serán pasados por las armas”.

Por otra parte, desde 1808 se habían formado los “Batallones Fernandinos” en las Provincias Internas, que tuvieron poca oportunidad de combatir, pero que contribuyeron a mantener a raya a la insurgencia, al menos en la Nueva Vizcaya.

También se integró con extrema rapidez un destacamento comandado por el cura de Santa Cruz de Tarahumares (sic) José Francisco Álvarez quien se distinguió por la saña y ferocidad que le imprimió a la lucha contra los insurgentes en Durango y Zacatecas.

También un grupo de comanches trató de incorporarse a la lucha contra los insurgentes, pero Salcedo, más precavido con esta nación guerrera, les agradeció su ofrecimiento.

La acusación de que los revolucionarios estaban animados y financiados por agentes franceses, no estaba del todo desencaminada para la visión de la época, porque desde que las tropas napoleónicas ocupaban España, sí hubo una buena cantidad de emisarios galos que agitaron a favor de la independencia de las colonias iberoamericanas, tratando de desmembrar el imperio español. Incluso se publicaron documentos detallados sobre la forma de provocar y conducir a la insurrección. Miguel Hidalgo tuvo oportunidad de escuchar a alguno de esos agentes. Sin embargo, era una visión miope o puramente propagandística el pretender que los insurgentes fueran “emisarios de los franceses”. La realidad es que representaban a fuerzas sociales muy profundas que se habían arraigado a lo largo de la dominación hispánica y que ahora salían a la luz, en medio de una erupción social. Incluso a los novovizcainos del Norte y a los nuevomexicanos, tan ansiosos de conservar la paz, les llegaría el ansia de los cambios, como se verá.

Los acontecimientos del centro del país y de Coahuila y Texas, provocaron una terrible zozobra a las autoridades virreinales que extremaron el celo para cuidar las fronteras y evitar que se propagase por cualquier medio, ya sea mediante escritos o de palabra cualquier noticia o apología de la insurrección. Sin embargo, ello fue imposible, pues informes y rumores se difundieron como reguero, de acuerdo con los numerosos expedientes incoados por las autoridades a posibles infidentes. Algunos de ellos, son bastante significativos, según se verá por los que comento en seguida.

Una de las vías por donde podían llegar tales novedades, era el camino que conducía hacia Coahuila y que pasaba por el Presidio del Norte cerca del pueblo de Coyame. Allí se interrogaba a cuanto viajero venía del Oriente, como si estuviera sujeto a una causa penal. El 5 de marzo de 1811, tuvo la mala fortuna de pasar por el puesto la conducta de Luciano García, un modesto comerciante de la Villa de El Paso del Norte, quien había ido hasta Monclova con frazadas del Nuevo México, orejones (anillos de manzana seca) y otras mercancías para realizarlas en los pueblos de Coahuila y Texas regresando con varias cargas de piloncillo. Allí informó que efectivamente había estado con los insurgentes y se había enterado de que tenían revolucionadas a estas provincias y buscando a todos los españoles. Dijo que un capitán insurgente le preguntó que si era europeo a lo que él contestó que no, que “era paseño”. Con esta respuesta, por cierto, García revelaba la manera como se reconocían los habitantes de la Nueva España. Salvo los peninsulares, “muy españoles”, el resto debía conformarse con la identidad que se derivaba de su pequeña comunidad y a lo más de su región.

Uno de los arrieros, Roberto Ximénez, había escuchado lo que a él le parecieron una “buenas décimas” a un soldado en un tendajón del Presidio del Río Grande del Norte y acabó por comprárselas en un real y una copa de aguardiente. Nadie entre los que conducían la recua sabía leer, así que no pudieron enterarse sino por las referencias de Ximénez. Los papeles fueron incautados y el hecho les costó largos meses de suplicios y prisión en Chihuahua y en Paso del Norte, en donde fueron procesados por “seductores”. Aunque de la información que se desprende del voluminoso expediente formado por las autoridades, no aparece que se hayan difundido las décimas, es bastante probable que muchos otros las conocieren, ya sea por los escribientes o asistentes de los magistrados. Las tales coplas decían:

“Nuestro padre mui amado

y excelentísimo Cura,

Virrey y Gobernador

Nuestra Libertad procura

Ya el reino estaba bendido

Napoleón lo había mercado

Ya el trato lo había firmado

El Gachupín atrevido

Ya nos habían sumergido

Con una venta fatal:

Nos vendieron por igual

Y para mayor imperio

Mugeres a dos y medio

Y hombres a tres por real

Dichoso Guadalajara

En lo temporal y eterno

Vendito el nuebo Gobierno

Que al reyno de Indios

ampara

Querían marcarnos la cara

Los gachupines traidores

Y así hermanos moradores

Las gracias debemos dar

Que nos vino a libertar

El cura de Los Dolores

Quando se hizo aquel padrón

De asentar toda la gente

No fue mas de solamente

Darle cuenta a Napoleón

Esta cautela y traición

La hicieron los superiores

Los gachupines traidores

Dichoso Guadalajara

En lo temporal y eterno

Vendito el nuebo Gobierno

Que al reyno de Indios ampara

Querían marcarnos la cara

Los gachupines traidores

Y así hermanos moradores

Las gracias debemos dar

Que nos vino a libertar

El cura de Los Dolores

Mucho más acertado que los que llamaban a los insurgentes “emisarios de los franceses” estaba el autor de los versos al acusar al gobierno español de haberse vendido a Napoleón, pues si no fue una venta la que hizo la familia real sí una ignominiosa claudicación de sus deberes.

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