viernes, 23 de abril de 2010

Guido Picelli, Comandante antifacista.


Matteo Dean
¿Cómo se define un héroe? ¿Por sus gestas? ¿Por su actitud frente a la vida? ¿Por la dinámica de su muerte? ¿O simplemente por algún aislado episodio en su existencia? Cualesquiera sean las respuestas, hay personajes en la historia de la humanidad que, logrando reunir esos y otros requisitos, obligan –incluso a quienes no somos partidarios de las definiciones grandilocuentes– a buscar adjetivos y descripciones capaces de distinguir una vida de la otra. Diferenciar las vidas dedicadas a la normalidad del cauce planteado por el poder establecido, de las vidas guiadas por ideales y principios tan firmes y claros que no permiten la corrupción ética por parte de las épocas históricas o de los miedos en los tiempos difíciles.

El italiano Guido Picelli era así: un valiente de firmes convicciones. Una persona congruente, se podría decir. O más bien una persona que nunca se rindió. Nunca, ni frente a sus enemigos, tan poderosos como lo fue el gobierno fascista de Benito Mussolini, ni frente a los supuestos “compañeros” que lo orillaron, por así decirlo, el 5 de enero de 1937, a morir de un balazo que le perforó el corazón de atrás hacia delante –así es: por la espalda– mientras demostraba sus capacidades y su generosidad frente a su batallón en la Guerra civil en España.

EL HÉROE DE LOS “CINCO DÍAS”

El 9 de octubre pasado, en la ciudad italiana de Parma, en el norte de la península, un grupo de ciudadanos clamaba al gobierno municipal un monumento por el paisano Guido Picelli, olvidado por la historiografía oficial, y, sin embargo, desde hace noventa y un años vivo en el corazón de la memoria colectiva de aquella ciudad. El 9 de octubre se recordaba, en una modesta ceremonia, el nacimiento de Picelli en Parma, sucedido en 1889. Y se clamaba por un monumento digno de ese hombre, hijo de esas tierras que defendió heroicamente en agosto de 1922. En efecto, en aquel mes, al frente de unos cuatrocientos antifascistas, reunidos en un frente único –concepto estratégico-político muy querido por el italiano–, Picelli logró resistir durante cinco días a miles de fascistas armados que, al mando del jerarca Italo Balbo, intentaban tomar la ciudad de Parma. El héroe de los “cinco días de Parma” fue diputado del Partido Socialista Italiano, independiente en las listas del Partido Comunista Italiano (PCI), siempre convencido militante antifascista, fundador de la histórica organización Arditi del Popolo (literalmente: Intrépidos del Pueblo), que se planteaba la resistencia armada frente a las oleadas violentas del incipiente régimen fascista. Mientras los más se quedaban a la espera de los eventos, cuando muchos no creían en la amenaza fascista, durante esos años Picelli combatió al fascismo, poniendo en riesgo antes que todo su propia vida.

La historia de Guido Picelli es poco conocida, inclusive en Italia. Las razones son de diferente índole. No fue solamente la necesidad de aislar la memoria de quien en la última etapa de su vida se había convertido en un obstáculo al diseño “comunista” pensado en Moscú por Stalin y avalado en Italia por Palmiro Togliatti, el histórico secretario del PCI; fue también la necesidad de acotar y poner a la sombra la capacidad de un antifascista que había entendido desde un principio el peligro fascista en Italia y había comprendido que la resistencia unitaria y firme era cosa necesaria y útil. Sus llamados a la unidad entre antifascistas, comunistas, socialistas, anarquistas y luchadores sociales de otra índole, así como sus tácticas desarrolladas en el frente de batalla (y no en las oficinas de los partidos), no fueron escuchadas ni en ese entonces, cuando el fascismo se iba imponiendo con el garrote; ni más tarde, cuando Picelli se asomó durante unos meses en el frente republicano durante la Guerra civil en España.

No obstante lo anterior, en años recientes, la tenaz voluntad del colega (y muy estimado amigo de quien escribe) Giancarlo Bocchi –director de cine, periodista y fiero conciudadano de Guido Picelli– permitieron la publicación de documentos inéditos que arrojan nueva luz acerca de la vida del antifascista italiano. Dichos documentos se suman a otra obra literaria, La grande cruzada, publicada en 1940 y escrita por Gustav Regler, escritor amigo de Hemingway e importante comandante de las Brigadas Internacionalistas, en las que Picelli es descrito no sólo por la gran fama que le rodeaba desde los años veinte en toda Europa, sino por el papel que desempeñó en calidad de oficial de los Internacionalistas.

ACOSO Y AMENAZA

Tras la victoriosa batalla de Parma y ya diputado en el claudicante Parlamento italiano, Guido Picelli se convierte en objetivo prioritario de la represión fascista. En 1923, un disparo a pocos metros de distancia le deja nada más una cicatriz en la frente, gracias a los prontos reflejos del militante. Un año después, el 31 de diciembre de 1924, una nota periodística clandestina denunciaba que “también el compañero Picelli debía de ser suprimido” por la policía fascista. La noticia reportaba las confesiones de un sicario fascista, Vincenzo Tonti, quien, bajo encargo de la policía de Roma y de Parma, tenía la encomienda de “golpear hasta la sangre o desaparecer al diputado Picelli”. El atentado, que de haberse realizado habría seguido al trágico asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti del 10 de junio de 1924, no se llevó a cabo sólo porque el sicario desistió en virtud de que pudo “apreciar sus (de Picelli) óptimas calidades de ánimo y sus acciones dignas de un verdadero caballero”. El sicario se arrepiente y Picelli tiene salva la vida.

Ya bajo estas condiciones de acoso y amenaza, fomentadas también por las audaces acciones de Picelli, quien, por ejemplo, el primero de mayo de 1924, burlando los controles fascistas, puso la bandera roja con la hoz y el martillo en el Parlamento italiano, tras ser detenido, logra escapar primero a Bélgica y luego hasta la Unión Soviética. Es durante su permanencia en Moscú que Picelli entra en conflicto con el comunismo promovido por Stalin. Él, definido como el “comandante militar” o el “mayor hombre de acción” del Partido Comunista Italiano, se encuentra inmiscuido en las luchas intestinas al comunismo soviético, terminando por ser puesto bajo sospecha primero, y abiertamente acosado después, por el régimen de Stalin. Entre los documentos hallados por Bocchi en los archivos de Moscú, se encuentra la carta que Picelli, desilusionado y al borde de la depresión, envía el 9 de marzo de 1935 a Palmiro Togliatti, líder incontestado del PCI. En ella, el antifascista de Parma escribe: “Después de ser despedido por la Escuela leninista y por el Comintern, me orillan a pensar que alguien me considera incapaz y que la experiencia de la guerra [la primera guerra mundial] y de la guerra civil [en contra del fascismo en Italia] no ha servido de nada.” El líder italiano, uno de los mejores amigos de Stalin, interviene aislando aún más a Picelli. Consciente de estar a un paso de los campos de trabajo de Stalin, decide escapar. No sin dificultad, llega primero a París y de ahí a España, en donde ya había estallado la Guerra civil entre la República y los reaccionarios de Francisco Franco.

COMANDANTE INTERNACIONALISTA

Comienza así la última etapa de la vida de Guido Picelli. En París, el italiano antifascista entra en contacto con los dirigentes de Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), la escisión contraria a Stalin del Partido Comunista Español. El dirigente, Andrés Nin, propone a Picelli ser comandante de un batallón del Partido en la guerra que ya se está peleando en la península ibérica. Sin embargo, en España, la noticia de la próxima llegada del comandante Picelli llega antes de que él mismo tome una decisión. Los voluntarios italianos exigen ser dirigidos por él. Los dirigentes del PCI en España ya no saben qué hacer: ¿rechazar al que Togliatti había definido “el compañero italiano sin partido” o aceptarlo por aclamación popular? Finalmente, el PCI, que no puede permitir que uno de los suyos se pase a la oposición del POUM, envía un embajador, quien convence a Picelli de convertirse en comandante del Noveno Batallón de las Brigadas Internacionales. El riesgo es enorme y el antifascista italiano lo sabe: está a punto de entrar en las filas de los estalinistas, justo después de la ruptura en Moscú. Sin embargo, acepta, quizás ilusionado con poder construir ahí, en esas brigadas internacionales, la unidad antifascista que anduvo buscando y creando durante toda su vida.

Tras un escaso mes de entrenamiento, durante el cual –cuenta la leyenda– los internacionalistas bajo el mando de Picelli tenían tantas ganas de pelear bajo su mando que inclusive protestaron frente al comandante demandando que ya se lanzaran a la batalla, los mandos comunistas le quitan el puesto al comandante italiano y le encargan “solamente” una compañía. Picelli comprende que, quizá, tras esa decisión se encuentra la mano de los estalinistas. Pero los demás que lo acompañan parecen no entender a plenitud la situación. En La grande cruzada, Regler escribe: “¡Picelli merecería el mando de una brigada!” En el mismo libro, el autor cita al comandante supremo de la XII Brigada: “¿Cómo puedo decirle que lo admiro? Quisiera que supiera que todos pensamos que es un gran hombre.” Luego al mismo comandante de la Brigada Garibaldi, aquel Randolfo Pacciardi afín a la línea estalinista del PCI: “Quisiera entregarle el mando, según yo él es uno de los grandes italianos.”

En una entrevista recogida por Bocchi hace un año, Antonio Eletto, uno de los últimos sobrevivientes de la Brigada Garibaldi, hoy de noventa y cinco años de edad, quien dice haber conocido “muy bien a Picelli” por haber peleado bajo su mando, cuenta: “Picelli era un gran hombre. Aunque yo fuera un soldado raso me trataba como a un hermano.” Y confirma los múltiples testimonios que describen al comandante antifascista italiano como a una persona valiente, inteligente, con la mirada y la actitud segura, pero también por sus cualidades físicas, es decir alto, fuerte, e inclusive “de buen parecer”. Dice Eletto: “Se parecía mucho al actor Vittorio De Sica [actor y director del neorrealismo italiano]. Parecían gemelos: misma sonrisa irónica, mismo bigote, misma compostura.”

Con todo y los obstáculos internos, Picelli se distinguió en batalla como ya lo había hecho en Parma y en otros muchos episodios en la Italia fascista.

MUERTO EN BATALLA

Pocas semanas después, tras conquistar el monte El Matoral, posición estratégica a un centenar de kilómetros de Madrid, una bala perdida cruzó de parte a parte el corazón de Picelli. Entrando por la espalda, la bala le rompió el corazón y lo dejó en el terreno recién liberado por el sueño libertario de los Internacionalistas. La muerte de Picelli tuvo lugar la tarde de ese lejano 5 de enero de 1937. Muerto en batalla.

En Parma –y en muchos otros lugares– falta un monumento digno que reconozca las gestas heroicas, el valor y la audacia, la generosidad, la perspicacia y la claridad de visión del comandante antifascista Guido Picelli. En toda Italia, sin embargo, existen calles y algunas plazas dedicadas al antifascista italiano. En su ciudad natal, una placa adorna una esquina de la calle Borgo Cocconi y dice de Picelli:

Brillante expresión del heroísmo popular. Caudillo, animador incansable, firme defensor de nuestra ciudad en contra de las oleadas fascistas en 1922 encabezando los intrépidos del pueblo, diputado comunista en el Parlamento, en las cárceles fascistas ejemplo para los compañeros, se inmoló en tierra de España en 1937 combatiendo por la Libertad en la pauta marcada por la tradición de Garibaldi. Vivirá eternamente en la memoria de los pueblos.

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