Ráfagas
Corte derechizada
Café con plomo
Encuestas a la carta
Julio Hernández López
Tal como se había rumorado, el conservadurismo avanzó ayer a la hora de nombrar sustitutos de Mariano Azuela y Genaro Góngora. En el paquete de arreglos entre PRI y PAN para repartirse tajadas del pastel de los relevos institucionales y las decisiones legislativas, el gabinete de Felipe Calderón ganó ayer dos nuevos miembros en las personas de Luis María Aguilar y Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, surgidos de la manga ejecutiva y “elegidos” por el Senado, que se ha convertido en rica fuente de acuerdos mercantiles de elite.
La nueva conformación de la Supremamente Corta de Justicia consolida un desbalance favorable a la derecha que se suma a otros episodios en los que languidece la confianza popular en la funcionalidad de sus instituciones. Poco podrán esperar de la máxima instancia impartidora de justicia quienes ven desde ahora un diseño faccioso, comprometido con el calderonismo y condicionado por factores religiosos –la jerarquía católica impuso vetos y promovió candidatos afines– e ideológicos.
La mala telenovela de la Corte se desarrolló mientras en una cafetería capitalina de aires cosmopolitas estallaba una sangrienta muestra de la podredumbre que domina el aparato nacional de presunta procuración de justicia. Alguien que había sido jefe policiaco federal fue asesinado y así se hizo más visible el entramado de aberraciones que a nombre de la tal “guerra” contra el narcotráfico se ha tejido en años recientes. Édgar Bayardo era testigo protegido de la PGR, informante de la DEA y servidor de los intereses específicos de la rama de Ismael Zambada, El Mayo, que junto con el Chapo Guzmán dominan el cártel de Sinaloa. Bayardo había sido, además, consultor y funcionario consentido de Eduardo Medina-Mora, el ex ejecutivo del Grupo Desc, especializado en asuntos de petroquímica, inmobiliarios, autopartes y alimentos (Luis Téllez, ligado al grupo Carlyle, también fue ejecutivo de Desc) al que Fox convirtió en bisoño director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y luego en secretario de seguridad pública, hasta llegar a procurador general de la República con Calderón y, ahora, embajador de México en Londres.
El asesinato de Bayardo puso bajo la lupa el papel de los testigos protegidos y las condiciones en que se les permite actuar. El golpe dado ayer tiene como contexto el supuesto suicidio de un sobrino de El Mayo Zambada, el pasado 20 de noviembre, en una casa de seguridad de la PGR. Este sobrino había ayudado a encarcelar al entonces jefe policiaco Bayardo al delatar sus nexos con el cártel de Sinaloa. El “suicidio” de Jesús Zambada colocó a la ciudad de México en la ruta de las venganzas sangrientas y las ejecuciones públicas. Esas batallas entre bandos del narcotráfico instalan estratégicamente el factor del miedo en una ciudad capital a la que hasta ahora no han alcanzado los horrores de la “guerra” que sobre todo en el norte del país mantiene a los pobladores absolutamente a la defensa, abandonados y claramente sabedores de que en ese contexto del narcotráfico oficial y extraoficial todo puede suceder.
En ese contexto de retraimiento social ha sido lanzada una ráfaga demoscópica de Consulta Mitofsky que instala a Enrique Peña Nieto como el precandidato presidencial más adelantado, dejando atrás por mucho a sus compañeros priístas y con un catálogo débil y dividido de adversarios de otros partidos: los panistas, sin figura importante al frente (el tapado de Calderón es el secretario de desarrollo social, Cordero que no da ni para un platillo de fiesta municipal) y el perredismo con un López Obrador fuerte en su ámbito de partido, pero rechazado fuera de él y con Marcelo Ebrard mejor colocado en ese terreno general.
La cuestión de las encuestas no es ni siquiera un acto de fe, es decir, de creer o no creer, sino de historia y de veracidad. En el primer punto, el histórico, está claro que la mayoría de las casas encuestadoras importantes se pusieron en 2006 al servicio del golpe electoral contra López Obrador, al generar la falsa percepción de que milagrosamente habían cambiado las preferencias cívicas de un diciembre de 2005 al inicio del año electoral. Los datos de esas encuestas sirvieron para que las maquinarias mediáticas bien aceitadas tomaran los “resultados” como indicios científicos, irrefutables, casi bíblicos, a partir de los cuales defendieron y promovieron la tesis del increíble repunte felipesco.
Pero, entonces como ahora, el talón de Aquiles de esas encuestas está en la falta de mecanismos que permitan comprobar la veracidad de sus procedimientos y desenlaces, atenido todo, hasta ahora, a esbozos metodológicos que pretenden ser creídos a partir de la buena fe, nada más porque ellos, los empresarios redactores de informes de presuntos comportamientos de la opinión pública, así lo dicen. Impuestos así como presuntos sucedáneos “científicos” de los escrutinios hechos en la antigüedad por augures y brujos, han prosperado los despachos de estudios de opinión pública (montados en muchos casos por personajes ligados al ejercicio público, miembros de grupos políticos, malabaristas de sus intereses propios, redactores por encargo, inductores a comisión). El truco está a la vista: encuesta (o haz como que encuestas) que algo queda; luego, los medios amigos tomarán como verdad desmenuzable los datos acomodados y ¡zaz! ya hay “tendencias” electorales deseadas (y facturadas) y a partir de allí se puede explicar al votante desplazado el desenlace electoral que él en lo individual no entiende ni comparte, pero ahora estará cobijado por el manto de las encuestas supletorias de la voluntad sufragante.
Astillas
López Obrador escribió en Twitter: “Ayer me calumnió Joaquín López Doriga en su programa de radio. Por este medio le estoy solicitando derecho de réplica. Espero respuesta”... Y, mientras visitan www.twitter.com/juliojornada y Facebook con el nombre y apellidos de este tecleador instantáneo, ¡hasta mañana, con Carstens que quiere irse a curar el catarrito en el Banco de México!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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