Fausto Fernández Ponte.
"México es el país de los jóvenes, pero ¿cómo será ese país si los jóvenes son las víctimas principales de la desintegración del Estado?"
Pedro Jesus Toledo.
I
La interrogante del caro leyente Toledo --quien informa leernos desde Chihuahua en Diario Libertad-- es conturbadora. Todos los mexicanos, tengamos conciencia de ello o no, padecemos las secuelas de la imparable desintegración del poder político del Estado mexicano que, eventualmente, causaría, a su vez, el desmoronamiento mismo de éste.
Aclárese que por Estado entendemos al país entero y sus elementos constitutivos --el pueblo, el poder político, el territorio y, desde luego, la soberanía tan preciada hoy precarísima-- y no únicamente al andamiaje institucional burocrático de gobierno que posibilita ejercer la potestad de monopolizar legalmente la coacción y la coerción.
La crisis deviene de ese proceso desintegrador iniciado hace casi tres dècadas, pero intensficado y acelerado no sin dramatismo en los sexenios del priísmo protopanista (el de Ernesto Zedillo) y el panismo propiamente de Vicente Fox y Felipe Calderón y afecta a todos los mexicanos, pero en particular a la infancia, adolenscencia y adultez joven.
Cierto. El fenómeno de desintegración del poder político del Estado federal y, por consecuencia, de los 31 Estados federados y las crisis concomitantes, simultáneas y concurrentes se ha traducido en una erosión de expectativas generales en los mexicanos y, desde luego, en el adelgazamiento de la esperanza societal, sobre todo en la juventud.
Esa juventud --no olvidemos que la media nacional es de 27 años de edad-- abarcaría, mediante el empleo de ciertos parámetros demográficos utilizados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, a un grueso poblacional que va desde el primer día de nacido hasta los 40 años, que, según un añejo proverbio francés, es la vejez de la juventud.
De la definición taxonómica de la juventud deviene el promedio aquí elucidado. Ese grueso poblacional es, como diría Rubén Darío, un divino tesoro. Un tesoro que, como también lo describió el gran poeta nicaragüense, se va para no volver. Es, pues, un activo perecedero y finito, aunque posee el atributo de la renovación. Recurso renovable.
II
Más para el caso del tema de la entrega de hoy, identifiquemos a los jóvenes con arreglo a otros paradigmas, aquellos que establecen que alguien es considerado joven a los 30 ó incluso a los de 35 años de edad. Por la media nacional disciérnese que éste es un país de jóvenes y ello lo sitúa como uno muy rico en el recurso más importante y, ergo, estratégico.
Si bien ese recurso acusa esa peculiaridad de vital --es la garantía de la trascendencia demográfica, el futuro inmediato y mediato, de México-- el poder político del Estado federal y los 31 Estados federados ha desestimado, por los motivos que hubiesen sido, el desarrollo de dicho activo fundamental. Deficiencias de origen en el desarrollo humano.
La consecuencia es dramática: el promedio de escolaridad de la población de México es el cuarto grado de educación primaria y del quinto grado en el conjunto demogràfico considerado joven. Por ello, en los jóvenes mexicanos no se advierte la existencia de contentamiento alguno, sino lo opuesto: hay resentimiento.
Millones de jóvenes carecen tal vez de conciencia de las causales de ese resentimiento o, incluso, de que estén resentidos, pues su registro vivencial limitado por su misma edad, su escolaridad cercenada y el contexto general dentro del cual interactúan social y culturalmente, en lo anìmico y existencial y sólo asumen sus efectos: la estratificación y la enajenación.
Atrapados por las garras afiladas de la estructura y las zarpas cortantes de la superestructura de la sociedad, la juventud mexicana tiene escasas vías de escape y espitas por las cuales liberar sus energías subsumidas por la estratificación económica, política, social y cultural y la enajenación existencial e incluso la frustración esperiencial.
La estratificación le impide la movilidad social. La enanejación lo disocia del esfuerzo personal o colectivo --societal-- y lo induce a estados de ánimo colectivos escapistas, lo cual explicaría el creciente consumo de estupafeacientes y psicotrópicos, cuyo tráfico comercial es un quehacer altamente organizado y, culturalmente heroico.
III
Así, la juventud registra, discierne, identifica y asimila ese tráfico como una protesta al statu quo que lo oprime, sepa o no si esa es la causa real de su opresión. Sumarse al "narcotráfico" --como vendedor, sicario o lo que sea-- es por añadidura fontana de aventura, excitación, desafío, protesta, búsqueda y afirmación de identidad y de un "lugar" en el universo inmediato.
Es posible que por esos motivos, la inmensa mayoría (un 90 por ciento) de los 60 mil y pico "narcos" que el Presidente de Facto Felipe Calderón presume haber encarcelado en los 30 meses que va de su sexenio esté conformada por jóvenes. Según estadísticas confiables, el promedio de edad de la población carcelaria es igual al nacional: 27 años.
No sorprendería descubrir (o confirmar) que los sicarios de las organizaciones dedicadas al "narcotráfico" tienen, en promedio, esa misma edad, a lo que añadiríase otro componente importante, el de una media baja de escolaridad. Otros vectores aúnan a ese fenómeno aquì identificado: hogares fracturados de hecho, exaltación sistémica de valores antisociales, etcétera.
Los valores antisociales no sólo se fomentan en el hogar, fracturado o no (el 41 por ciento del total de familias tiene por cabeza a la mujer), sino también en la escuela y el ámbito socio-cultural y, acusadamente, en la escala emulativa, muy degradada, de los prohombres (y promujeres) del modelo economico, político y de la cultura. Ganar y prevalecer con trampa. A como dé lugar.
Por ello, para millones de jóvenes mexicanos los héroes a quienes emular son o imaginarios --síntoma de escapismo patológico virulento incluso-- o notorios por sus conductas o quehacer antisociales, abanderados de filosofías de violencia, de alevosías y ventajas --de agandalle-- o protagonistas de aventuras extremas y ganadores de mucho dinero fácil.
El fenómeno no parece detenerse en su crecimiento en las fronteras entre clases sociales. Los jóvenes de familias pudientes --los menos, en el gran universo demográfico mexicano-- exhiben también la peculiaridad de estratificación y enajenación, aunque con estilos distintos a los de otro origen, además de que por causas obvias son numéricamente menos.
ffponte@gmail.com
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