jueves, 30 de abril de 2009

Lo que México no responde. Pablo Ordaz para El País (España)

Las muertes decaen y las dudas crecen. Lo primero calma, pero lo segundo, inquieta. El jefe del Gobierno de la ciudad de México, Marcelo Ebrard, dijo ayer que en las últimas horas el número de fallecimientos y de contagios en el Distrito Federal —principal foco del virus de la gripe— está cayendo de forma lenta, pero sostenida. Sin embargo, hay una pregunta que ninguna autoridad ha respondido aún con solvencia: ¿por qué sigue muriendo gente en México?

Según los expertos, el virus no es mortal si el enfermo acude al hospital nada más sentir los síntomas —fiebre alta, dolor de cabeza, congestión nasal, cansancio general—. Los médicos disponen entonces de un plazo de 24 a 48 horas para diagnosticar la enfermedad y para tratar al paciente con un fármaco antiviral llamado Tamiflu. El Gobierno de México asegura que tiene las dosis suficientes para atender todos los casos. Si esto es así, y si la población sabe desde el pasado jueves por la noche de la existencia del virus, ¿por qué entonces en México sigue muriendo gente y en el resto de los países donde se han detectado casos aún no se ha confirmado ningún fallecimiento?

La pregunta se la hizo un periodista al secretario de Salud, José Ángel Córdova, durante su última comparecencia pública. Y su única respuesta fue: "Porque aquí siguen llegando tarde". Lo único que se sabe es que los fallecidos tenían entre 20 y 50 años, que no hay niños ni ancianos entre las víctimas mortales —aunque sí entre los contagiados— y que eso parece indicar que las poblaciones vacunadas contra el virus de la gripe común están resistiendo el embate de la influenza porcina. Pero se supone. Porque —por ahora— tampoco eso se ha explicado con claridad.

Y esa opacidad aumenta los rumores en un país —no hay que olvidarlo— cuya clase política no puede presumir precisamente de transparencia. Conscientes de ello, los responsables de Salud pidieron ayer que el máximo experto gubernamental en la materia, Miguel Ángel Lezana, director general de vigilancia epidemiológica y control de enfermedades, explicara a un grupo de corresponsales extranjeros la realidad de la situación. Y su versión de la realidad es que, en contra de lo que se había dicho hasta ahora —incluso por el presidente Felipe Calderón—, de los 152 casos de muertes sospechosas de haber sido causadas por el virus de la influenza sólo existe la confirmación plena de siete, ni siquiera de 20, como también se había asegurado oficialmente. ¿Y el resto? "El resto sólo huelen a influenza", reconoció Lezana. ¿Podría pasar que, de las 159 muertes anunciadas, finalmente sólo fuesen atribuibles a la influenza 10 ó 20? "Podría ser posible". Entonces, le preguntaron los periodistas, toda esta alarma mundial... "Era la única manera de actuar, si no lo hubiésemos hecho así, en vez de 30 muertes podríamos haber tenido 3.000..."

A la espera de más respuestas, lo único cierto es que la ciudad de México sigue luchando a brazo partido contra la amenaza invisible. Mientras las autoridades federales aparecen de vez en cuando y casi por sorpresa, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, tiene una presencia constante ante la población. Cuando, el lunes por la noche, se percató de que sus conciudadanos se habían volcado sobre los supermercados para hacer acopio de los alimentos fundamentales como si de una guerra se tratase, salió en las emisoras de radio para llamar a la tranquilidad y garantizar el abastecimiento. En situaciones así, y en ausencia del medicamento mágico que los libere de la pesadilla, los ciudadanos agradecen de sus políticos verdad y cercanía. En dosis suficientes.

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