sábado, 8 de noviembre de 2008

López Dóriga escribe con la tarjeta de crédito : ¡ lambiscón !


Réquiem por Iván



La mañana era fría, como deben serlo todas las mañanas tristes, todas las mañanas de duelo; y en el Campo Marte todo estaba alineado: los soldados, las sillas, las banderas, las armas, los ataúdes, los retratos de los nueve muertos el martes pasado en el accidente del avión de la Secretaría de Gobernación. Todo estaba alineado menos las emociones.

La bandera monumental distribuía, al ondear en lo alto, luces y sombras. En el centro del campo las ocho cajas (los familiares del capitán Álvaro Sánchez y Jiménez prefirieron lo privado), pero al frente, las fotos de los nueve muertos a menos de mil metros de donde ayer el Estado mexicano los despedía.

Al frente de los ataúdes, el de Juan Camilo Mouriño, que sonreía desde una fotografía colocada al pie de la caja.

En las tribunas, trabajadores de la Secretaría de Gobernación, gobernadores, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, dirigentes de los partidos, de las cámaras, de la Corte, del IFE, empresarios.

Una carpa era insuficiente para contener el dolor y devastación de los familiares de las víctimas. Madres y padres que habían perdido a sus hijos, hijos que habían perdido a sus padres, mujeres que habían perdido a sus hombres, hombres que habían perdido a sus mujeres. El Campo Marte los abrazaba.

A las nueve en punto ya había llegado el gabinete presidencial, arribó el presidente Calderón y su esposa Margarita, y fue directo al centro de la alineación de gobierno, justo frente al retrato y cadáver de su amigo.

Y allí habló el jefe de Estado en un tono que contenía su pesar. No dejó espacio para el sentimiento, duelo personal que no ha podido cubrir.

Lo único que se permitió al final fue un réquiem, el de los bienaventurados, y un apunte del legado de su amigo.

En medio de un doloroso silencio, un clarín rasgó el espacio. Le acompañó el redoble mortuorio de los tambores, suave, bajo, grave, acompasado.

El silencio pesado del Campo Marte sólo era roto por los sollozos, los latigazos de las cámaras y el flamear de la bandera.

El Presidente se acercó a los familiares al tiempo que efectivos de la PFP recogían y doblaban las banderas de los ataúdes. En fila, las llevaron, una a una, al presidente Calderón, que una a una las entregó a cada esposa, a cada padre, a cada hijo, a cada familia.

Fue el momento más intenso.

Y al terminar, la despedida. Comenzó el cortejo mortuorio, una tras otra, las ocho cajas. No hubo otro desfile que el de los ataúdes hacia la salida, en medio de un aplauso largo y triste.

Al final, cuando los muertos se habían ido y sólo quedaba el dolor, una niña recibió una foto que habían colocado frente a uno de los ataúdes. La pequeña María de los Ángeles besó el retrato desde el que le sonreía su papá, Juan Camilo.

Nos vemos el martes, pero en privado.

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