Nada que no hagamos
La elección de Barack Obama nos obliga a cotejos desagradables. Comparemos la evolución de la sociedad estadunidense con la nuestra en los pasados 40 años. En 1968 asesinaron a Martin Luther King y el gobierno mexicano ordenó la matanza de Tlatelolco. Desde entonces los estadunidenses lograron desmontar la hegemonía blanca y proscribir el racismo sin que hubiera de por medio una guerra civil. El triunfo de Obama es simbólico, desde hace muchos años las minorías raciales se han abierto paso en la elite, gracias a un sistema meritocrático. Mientras nosotros nos hundimos en una decadencia que ahora amenaza el colapso. Nuestro racismo se ha exacerbado sin que seamos capaces de admitirlo. Una minoría criolla que no representa ni el 5 por ciento impone una dictadura económica al resto de las clases y castas. El control de los medios hace un efecto adormecedor, pero la pobreza y la miseria crecen. La crisis de Estados Unidos detonó la nuestra, pero nosotros no tenemos los recursos ni la flexibilidad de ellos. Nuestro país no ha crecido en 25 años, porque 50 grupos controlan el mercado e impiden la competencia. Mientras que la democracia estadunidense ha demostrado vigor, nuestra transición naufragó.
Cuando especulamos si Obama será benévolo con nosotros, estamos actuando como descastados. A partir del régimen de Miguel de la Madrid, la clase dirigente renunció a la autonomía de México y consideró inevitable e indiscutible el sometimiento a Estados Unidos. Nos hemos convertido en un protectorado. Hace tiempo las decisiones estratégicas en materias financieras y de seguridad pública son consultadas con Washington y ellos pueden imponernos modificaciones. El gobierno ha sido convocado para una reunión cumbre en esa capital para buscar soluciones generales a la crisis financiera que afecta al planeta. Seguramente Carstens irá como “nuestro” representante sin ninguna agenda, sin ninguna propuesta. Hará lo que el secretario del Tesoro dictamine. Aceptará la línea, la interpretará y la aplicará a las condiciones de México.
Es sorprendente que la oligarquía tan proclive a imitar a los estadunidenses no haya aprendido de ellos ni una sola lección positiva. Nos cansamos de criticar lo imperfecto de su democracia, pero tenemos que admitir que ellos tienen un sistema que les permite autocriticarse y cambiar de rumbo. Lo más amargo es que el sacrificio de la nacionalidad no nos ha favorecido para resolver uno solo de nuestros grandes problemas. Es inútil volver la mirada hacia Estados Unidos. Obama considerará el tema de México como terciario y trabajará siempre por el interés de su propia nación, lo que deberían de hacer nuestros “próceres”. Lo que nosotros no hagamos, nadie lo hará por nosotros.
domingo, 9 de noviembre de 2008
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