sábado, 5 de mayo de 2018

El día en que AMLO “se convirtió” en Bernie Sanders

J. Jaime Hernández en LAJORNADA

El pasado 27 de abril, durante un acto organizado por estudiantes del Tecnológico de Monterrey, el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia, Andrés Manuel López Obrador, fue ovacionado por un auditorio de jóvenes que, al final de una larga entrevista en formato de cabildo ciudadano, le gritaron a coro: ¡Presidente! … ¡Presidente!…

De forma inmediata, no pude evitar asociar esta imagen con la del senador por Vermont y ex candidato presidencial, Bernie Sanders, quien se transformó en 2016 en un remedo del flautista de Hamelin para millones de jóvenes universitarios que le siguieron entusiastas porque, simple y sencillamente, deseaban un cambio radical en la forma de entender y practicar la política en EU.

Hoy sabemos que Sanders se convirtió en el líder de un movimiento anti establishment que tropezó antes de alcanzar siquiera la nominación del partido demócrata por la candidatura presidencial.

Irónicamente, Sanders se convertiría en el aspirante presidencial que sucumbió a manos del viejo orden. De esa cúpula del partido demócrata en manos de Hillary y Bill Clinton.

De no haber sido por el matrimonio de los Clinton, Bernie Sanders quizá habría tenido mejores oportunidades para evitar la sorpresiva victoria de Donald Trump en noviembre de 2016.

Pero, bueno, esa es otra historia.

El éxito de Bernie Sanders, un anciano de más de 70 años, entre los más jóvenes y universitarios se produjo por un cúmulo de circunstancias. Entre ellas, el hartazgo de la sociedad con el poder político; la grosera desigualdad en la democracia “más avanzada e igualitaria” del planeta; la concentración del poder en muy pocas manos y el desvanecimiento del poder y la autoridad de unos partidos políticos que hoy no sólo no responden a las aspiraciones de la mayoría, sino que se han convertido en las mascotas o en las complacientes cortesanas de las grandes corporaciones.

Frente a este mosaico de agravios, hartazgo, desigualdad y descreimiento entre los ciudadanos, Bernie Sanders propuso una “revolución política” contra el sistema, contra la voracidad de Wall Street y contra esa desigualdad insultante que ha llegado en forma de segregación económica y racial en un vasto territorio de EU.

"Una campaña por la presidencia tiene que ser mucho más que una lucha para obtener votos y ser elegidos. Tiene que ayudar a educar a las personas y enseñarles a organizarse. Si podemos hacer esto, podemos cambiar la dinámica de la política durante años y años por venir”, aseguraba Sanders.

Todo este torrente de pensamientos y circunstancias vinieron a mí, cuando observé la reacción de un auditorio lleno de jóvenes en el campus Monterrey del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores.

Para dejar las cosas en claro, no es mi intención presentar al candidato presidencial de MORENA como una especie de hermano ideológico gemelo del aguerrido senador por Vermont, ni la versión mexicana de Bernie Sanders.

De eso ya se han encargado otros, como la cadena FOX de noticias, el altavoz del movimiento conservador en EU que, en febrero pasado, presentó a Andrés Manuel como “El Bernie Sanders de México” para etiquetarlo como “un populista de extrema izquierda” que se ha propuesto “expropiar, romper o acabar con los monopolios corporativos”.

¿Les resulta familiar el argumento?

El político e historiador español, Antonio Cánovas del Castillo, solía decir que “la política es el arte de aplicar en cada época, aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible”.

Y, en este sentido, me atrevería a decir que Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en un extraño compañero de viaje de Bernie Sanders por su capacidad para entender el momento, el cabreo, el hartazgo y las legítimas aspiraciones de sus conciudadanos.

A eso, y no a otra cosa, me refiero con el provocador titular de “El día en que AMLO se convirtió en Bernie Sanders”.

Una de las circunstancias que han favorecido al Movimiento de Regeneración Nacional que encabeza López Obrador, ha sido esa vertiginosa y casi imperceptible mudanza del poder político de los Palacios de Gobierno a las calles o a las plazas públicas.

No sólo en México, sino en todo el mundo.

Las razones de esta mudanza o deslave del poder político están relacionados con la corrupción y el abuso de ese poder surgido (a veces de forma cuestionable) desde las urnas. 

A ello se ha sumado,  la ausencia de un poder judicial independiente y la abismal desigualdad entre ricos y pobres.

Al mismo tiempo, hemos constatado el surgimiento de lo que algunos denominan como “nuevos micropoderes” en manos de ciudadanos que han tomado por asalto las redes sociales o las calles, robusteciendo las posibilidades de aquellos candidatos que, como Andrés Manuel López Obrador, han encontrado aliados espontáneos en aquellos que han decidido arrimar el hombro para desafiar al viejo sistema político que se resiste a morir.

Hoy, son millones los mexicanos que están hartos con la forma tan injusta y obcena en que se ha ejercido el poder en beneficio de solo unos cuantos.

En medio de este forcejeo, el poder político ha contado con la inapreciable ayuda de un determinado grupo de intelectuales, o de esos patrocinadores del sector empresarial que mascullan tras bambalinas para sumarse a las campañas de desinformación.

Son los que el candidato de MORENA ha descrito como “los alcahuetes del poder” politico.

Esos que, durante décadas, han contribuido por activa o pasiva a la construcción de una nueva desigualdad, mientras se aseguraban su mercado clientelar, su zona de confort, poder e influencia.


Precisamente, la defensa de ese estatus. O los compromisos de algunos candidatos en liza con el poder menguante de los partidos políticos y de líderes de ademanes autoritarios, son lo que ha impedido a los adversarios de Andrés Manuel López Obrador conectar con ese electorado que ya está harto de la situación y que difícilmente aceptará un fraude.

En este sentido, al igual que Bernie Sanders, el candidato de MORENA se ha convertido en el candidato del hartazgo y la desilusión. Pero, a diferencia de Sanders, nadie desde la  estructura partidista ha intentado obstruirle el paso en su campaña por la presidencia.

Ahora sólo falta por saber si, acaso, los dueños del poder económico y político en México, estarán dispuestos a reconocer su posible victoria en las urnas.

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