C
omo nunca, los saludos de fin de año se dan en una atmósfera oscura. Hay síntomas de desintegración del aparato político, también una tribulación: la que aflige al alma humana en la incertidumbre.
Momento difícil para mi generación que ya se despide y que vivió desde la paz y la prosperidad de los años 60 a la descomposición de los últimos lustros del siglo XX y principios del XXI.
Podemos pensar diferente. México no ha perdido nada de su dimensión, belleza y grandeza potencial. Sigue siendo el puente natural entre América del Norte y América del Sur. Somos una gran nación, la decimocuarta entre las 180 del planeta, tenemos una superficie de 2 millones de kilómetros cuadrados.
Tenemos grandes riquezas en el mar, en las extensas cadenas montañosas, en los bosques y selvas, en nuestras reservas acuíferas, en los ríos tropicales, marismas y lagos. Tenemos los dos océanos y una enorme diversidad de los climas de todo el mundo.
Millones de hombres y mujeres que trabajan duramente para subsistir, creando una civilización que avanza constantemente. Tenemos artistas extraordinarios, una masa de investigadores, científicos y deportistas de clase mundial. Una cultura potentísima que asocia elementos orientales y occidentales.
De nuestra originalidad pueden surgir nuevas empresas, descubrimientos, invenciones. México no puede rendirse ante la prepotencia ni pedir ayuda con desesperación. Debemos erguirnos y ocupar el lugar que nos corresponde, tenemos más que aportar de lo que debemos recibir o imitar.
La nación ha vivido durante décadas una crisis tras otra, hoy vivimos la crisis de la crisis y a la vez la oportunidad de crear otra respuesta: otra forma de organizar el poder para acabar con la corrupción y desigualdad.
A cada amigo, a cada lector le deseo felicidad personal y una participación exitosa en la construcción de una patria nueva que, como escribió Gabriel Zaid en 1968, no cesa de convocarnos.
Twitter: @ortizpinchetti
Mail: joseaorpin@gmail.com
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