Por Alfredo Lecona
Que no vaya a Washington. Que se vea fuerte. Que vaya a la frontera.
A nadie escuchó hasta que no había de otra.
Ahora todo es más incierto. La única certeza es que solo escuchará -como siempre- a su grupito de amigos nocivos. Tomará decisiones sobre nuestro futuro en la misma oficina en la que alguna vez habló con Luis para planear cómo saldrían de la crisis que les ocasionó que se diera a conocer que Juan Armando les obsequió casas a cambio de enriquecerlo. La misma en la que en septiembre decidieron tomar distancia. “Si gana, regresarás, habremos demostrado que teníamos razón al invitarlo”, seguro se escuchó en la despedida.
La aventura que hace años soñaron desde tierras mexiquenses, hoy es una pesadilla. Se sabían poderosos, imparables, invencibles. Se creían capaces de enfrentar cualquier obstáculo a la “Atlacomulco”. Que la amigocracia resolvería cualquier situación. Así fuera investigándose a ellos mismos o negociando con un monstruo más poderoso que ellos. Ese que no predijeron que aparecería.
Lo peor de todo es que lo siguen creyendo. Solos, porque ya nada los respalda. Casi 9 de cada 10 mexicanos los desaprueban y aún así, intentan hacer creer que la popularidad es un simple asunto de vanidad. Que a pesar de todo el daño que han hecho, una inteligencia superior respalda sus acciones. Que la ciudadanía no se da cuenta del bien superior que creen construir y que solo ellos ven desde sus palacetes y aviones.
Se siguen rodeando de grupos que les aplauden en actos repletos de acarreados de cuello blanco. Como en 1970. Don Carlos, el líder de la CTM, le dice a él que los mexicanos lo respaldan. Él seguro intenta creerle. Pero después llega el momento de reunirse con los demás. Los encargados de inteligencia han de llevarles información sobre el malestar social. El enojo es más real y palpable que nunca. La gota derramó el vaso, pero hacen un esfuerzo por seguirlo viendo todavía medio vacío.
Planean viajes. Son hombres de Estado. Pero contrario a toda lógica, Enrique desprecia el multilateralismo y opta por lo bilateral. También son hombres de negocios. Descarta la posibilidad de ir a la CELAC para forjar una alianza con los países de América Latina y el Caribe y se queda en casa preparando el viaje del martes 31 a Washington. Luis e Ildefonso se adelantan. Los humillan. Luis estudió con el yerno del monstruo, pero al monstruo poco le importó. “¿Por qué nos está pasando esto?”, debe preguntarse después de enterarse que a pocos kilómetros se firmó la construcción del muro. Nadie les había hablado de un lugar en el que las promesas de campaña se cumplen y no sólo se firman. Nadie les enseñó a enfrentar una situación en la que ser amigo de un pariente serviría de nada.
Luis aparece en televisión. Se queja de los mensajes contradictorios que les mandaron. Se muestra positivo. Casi repite lo mismo que dijo en septiembre después de haber invitado al monstruo a casa. En aquella ocasión encontraba palabras alentadoras en el candidato. Hoy las encontró en el presidente. Sigue rezando públicamente por un cambio. El que no se dio después de la visita en Los Pinos. El que no pasó cuando fue presidente electo. El que no ocurrirá como presidente de los Estados Unidos de América.
Le llamó a Enrique. Le aconsejó no cancelar el viaje a Washington. Juntos encontraron la mejor forma de embarrar en la impopular decisión al resto de la no más popular clase política. Enrique grabó un mensaje y quienes lo vimos descubrimos que hasta la habilidad para usar teleprompter ha perdido. Dijo nada. La visita quedó en suspenso. “Consultaría” al Senado y a los gobernadores para tomar la decisión. En verdad solo lo iba a decidir con Luis y la camarilla de inútiles que lo rodean cuando la misión diplomática regresara derrotada a casa. Pero el monstruo se les adelantó de nuevo.
Y mientras la construcción del muro se confirmaba, el país que Enrique administra como feudo, cayó 28 posiciones en el Índice de Percepción de la Corrupción. Por ahí debimos empezar.
El tamaño y debilidad de Enrique en el momento trascendental que atravesamos, se debe en buena medida al 12% de popularidad que arrastra. Buena parte del desgaste radica en la corrupción que fielmente representa. El monstruo quiere hacernos pagar por un muro que, por ahí dicen, será de 40 mil kilómetros de largo, 16 metros de alto y 4 de ancho. Que costará 40 mil millones de dólares, que hoy equivalen a unos 840 mil millones de pesos, aproximadamente. Pero anualmente perdemos esa cantidad con los 890 mil millones de pesos que se queman directa o indirectamente a causa de la corrupción, según reportó el IMCO a finales de 2015. Cada año pagamos nuestro propio muro y hoy Enrique se encuentra entre ese y el fronterizo.
¿Quién puede creer que algo les va a salir bien a Enrique y sus amigos? ¿Quién puede calcular todo el daño que puede hacer un presidente débil en los casi 20 meses que todavía le quedan a este gobierno? ¿Por qué no nos estamos planteando seriamente la salida de Enrique para mandar un mensaje de verdadera soberanía y poder ir hacia una negociación de TLC hasta que pongamos orden en casa?
No hay ninguna necesidad de seguir observando cómo van perdiendo –cada vez más- la dignidad, comprometiendo la de un país que es mucho más grande que Atlacomulco.
No solo es una reunión de trabajo, es el presidente quien está cancelado.
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