Guillermo Almeyra
E
l golpe contra Dilma Rousseff es resistido cotidianamente por manifestaciones populares en todas las ciudades importantes. Pero éstas no son encabezadas por los dirigentes históricos del Partido de los Trabajadores (PT). Dilma misma dice que seguirá la lucha, pero se va a Porto Alegre, y el PT, con excepción de la consigna de “Fora Temer” y de un vago llamado a elecciones anticipadas, no da a sus simpatizantes ni al país ningún objetivo de lucha, y se limita a presentar recursos judiciales. Igual hizo Cristina Fernández de Kirchner al día siguiente de la derrota electoral, que ella tanto ayudó a preparar. Durante meses mantuvo silencio en sus propiedades mientras sus hombres de confianza se pasaban al macrismo o lo apoyaban en el Congreso, y cuando reapareció, sólo propuso una
nueva mayoríacon los tránsfugas y los aliados de Macri, no una vía de movilizaciones ni una salida a la crisis del país.
Es vano pretender una conducta diferente de dirigentes procapitalistas y de partidos que proclaman defender al Estado y al sistema. ¿Qué se puede esperar de gente que sólo piensa en elecciones y espera todo de las relaciones en el Parlamento y en las instituciones respetando los poderes de facto que, desde las cámaras empresariales y las trasnacionales, deciden, sin tener ningún mandato popular, todas las medidas políticas y económicas?
La real defensa de un gobierno defenestrado ilegalmente por la oligarquía porque no era el más apto para ella en esta fase mundial del capitalismo no puede depender de apelaciones y de abogados, sino que se basa por completo en un cambio en la relación de fuerzas entre los oprimidos y explotados y sus explotadores porque la Suprema Corte, la justicia electoral y el aparato judicial forman parte esencial del aparato de dominación y son tan poco
neutralese
independientescomo las fuerzas represivas.
El Partido de los Trabajadores nació de la ola de huelgas que derribó la dictadura militar a fines de los 70. Lo apoyaron sectores de la Iglesia católica y de las comunidades de base, las tendencias democráticas que en los sindicatos luchaban por sacarse de encima los
pelegos(la burocracia sindical agente del gobierno), los campesinos que se organizaban sindicalmente o luchaban por una reforma agraria y los restos de las muy maltrechas organizaciones de la izquierda nacionalista, maoísta, estalinista, trotskista.
Pero ese partido fue dirigido por el grupo sindical de Lula, nacionalista conservador y no anticapitalista. El PT funcionó así como partido burgués. Su dirección era de origen humilde, pero tenía ideología burguesa y mantuvo y difundió los valores de la burguesía. Sin embargo, era temido por la burguesía porque potencialmente podía convertirse en canal para los trabajadores, que eran su principal base de apoyo.
Todos los que sobrestiman su capacidad política y creen que los procesos históricos avanzan sólo convencen de algo a los líderes de movimientos complejos y contradictorios, intentaron influir a Lula y a los otros dirigentes desdeñando la construcción de un partido de masas donde las bases tengan medios de informarse, discutir, autoorganizarse, proponer y decidir.
El PT se transformó así en un partido pragmático y sin principios, electoralista y dependiente de un líder carismático respaldado por algunos sindicalistas. Ahora bien, los sindicatos, como los trabajadores mismos, son burgueses cuando negocian en el mercado de trabajo las condiciones de venta de la mercancía fuerza de trabajo. Pero, al unir al sector más calificado de los trabajadores para enfrentar a los patrones, afectan al capital y pueden ser también instrumentos de lucha contra una fracción del mismo.
Los sindicalistas, cuando se identifican con un partido y aceptan la integración de éste en el aparato estatal capitalista, se convierten en funcionarios estatales conservadores abiertos a la corrupción en todas sus formas (mordidas o coimas, participaciones en negocios, puestos parlamentarios muy bien pagados). Eso explica la pasividad de la CUT ante el golpe contra Dilma: los sindicalistas del PT, muchos de ellos parlamentarios o involucrados en actos de corrupción, no intentaron ni un simple paro de protesta en defensa de la legalidad democrática. Anteriormente habían aceptado también sin problemas que Dilma gobernase con la derecha e hiciera la política del gran capital, así como la compra de votos parlamentarios para tener mayoría. El PT no volverá al gobierno porque no podrá contar con los votos de los partidos que antes compraba y sólo se reconstruirá si se convierte, en el llano, en un partido de lucha.
No se puede, por consiguiente, esperar nada de dirigentes que temen se les descubran actos delictivos o se preocupan sobre todo por los procesos de corrupción en que están involucrados o que, como los ex primeros ministros, ministros y gobernadores kirchneristas, buscan lazos con los ex adversarios políticos macristas (también ex peronistas), con quienes comparten el conservadurismo procapitalista sin preocuparse así por apoyar a enemigos de clase de los trabajadores.
La lucha puede y debe ser iniciada directamente por comités de fábrica, comunidades de base en los barrios y territorios, así como comités de lucha regionales no dependientes del PT, pero que no discriminen a los simpatizantes y militantes de base del mismo. Para que sea el pueblo el que decida y no un puñado de senadores antes pagados por el PT y ahora por la oposición hay que llamar en efecto a nuevas elecciones y el
¡Fora Temer!permitirá llegar a quienes no confían en el PT pero ven los efectos de la crisis.
Pero esas consignas generales deberían ir unidas a reivindicaciones concretas: empresa que despida será ocupada, las tierras baldías pero fértiles serán ocupadas y distribuidas; también es indispensable una reforma agraria integral que dé tierra y trabajo, y la educación y la sanidad deben ser públicas y gratuitas. Esta es la vía para expulsar a Temer.
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