L
a hora de la política ha sonado en México. En la nación y en su capital, que tienen el mismo nombre, lo que es raro en el mundo. La efervescencia, esa peculiar vitalidad que tiene la competencia por el poder, va a ir penetrando nuestro ambiente hasta llegar a un clímax, y no se disipará hasta julio de 2018. Nos esperan 22 meses de
tiempos interesantes, como dicen los chinos: riesgos, incitaciones, respuestas y nuevas vías, al filo de una oportunidad histórica.
No es para menos: el sistema político vigente desde 1929 y ajustado por una clase política corrupta en el poder, gracias a un pacto contra México ratificado hace tres años, pero vigente desde hace 16. Parchado por reformas sucesivas, en el fondo absurdas, está agotado. La ineptitud del Presidente de la República no es una cuestión sólo personal: es la expresión de la decadencia del régimen. La nación y su metrópolis necesitan un proyecto nuevo. Una vía para renovarse, renacer, regenerar. Y es una oportunidad única, la última para dos o tres generaciones, la última para la maltratada democracia mexicana que secuestraron aquellos que no quieren renunciar a los espacios privilegiados en que habitan. Es la disputa por la nación.
El mismo día vamos a elegir a un nuevo Presidente de la República, a los dos poderes legislativos federales, varias gubernaturas, entre las que brilla, como ninguna, la de la capital. La decadencia nacional y sus responsables van a enfrentar un verdadero referendo. En México capital, la población más avispada, mejor informada y madura del país va a ir a las urnas, más de 5 millones de votos. La opción progresista debe y puede esperar alrededor de 4 millones, los que no sólo decidirán los comicios aquí: puede ser el peso decisivo para conquistar la Presidencia de la República.
Twitter: @ortizpinchetti
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