CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La sangre de Nochixtlán tiene sin cuidado al gobierno. Lo único que le interesa es apagar el fuego de la creciente resistencia magisterial, estudiantil, popular y ciudadana. Desde las comunidades indígenas de Oaxaca hasta Nueva York, desde Monterrey hasta la UNAM, todos los días crece el repudio a la masacre cometida por los policías federales y estatales el pasado domingo 19 de junio. La solidaridad nacional e internacional incluso se ha generalizado más rápidamente que después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014.
Lo que ocurrió en Nochixtlán no fue un “choque” o un “enfrentamiento” entre dos grupos en conflicto, maestros y policías, sino un ataque premeditado y ejecutado a sangre fría por hombres encapuchados, fuertemente armados, al servicio de un gobierno despótico y corrupto. Las víctimas fueron maestros y ciudadanos de una zona con fuerte presencia indígena que defendían, con lápices, cuadernos y palos sus derechos laborales, su cultura y su tierra.
Ni un policía recibió un solo impacto de bala, por la sencilla razón de que ninguno de los manifestantes estaba armado. Tampoco hay evidencia alguna de que la Policía Federal hubiera sufrido una “emboscada” de parte de algún grupo violento ajeno al movimiento magistral. El pueblo mexicano ya no se deja engañar tan fácilmente por las “verdades históricas” del poder. Ya fluye suficiente información vía internet y redes sociales para poder desmentir, casi de inmediato, las manipulaciones de Televisa, Letras Libres y ¡Hola!
De acuerdo con testimonios recogidos por Arturo Cano, de La Jornada, fueron los mismos policías vestidos de civil quienes habrían incendiado los camiones y automóviles del bloqueo con el fin de generar un caos que pudiera “justificar” la utilización de fuerza letal contra los manifestantes. Los policías también dispararon una gran cantidad de gases lacrimógenos, de fabricación estadunidense, desde sus barricadas y sus helicópteros.
Los médicos en la comunidad de Hacienda Blanca tuvieron que suspender la atención a los heridos y desalojar su centro de salud para evitar ahogarse en la nube de gas tóxico. Los policías también detuvieron arbitrariamente a docenas de pobladores de la zona que no tenían relación alguna con el conflicto, incluyendo un amplio grupo de personas que estaba participando en un funeral en el panteón municipal, cerca del operativo.
El hecho de que la mayor parte de las víctimas del ataque no hayan sido maestros sino personas de la comunidad solidarias con la causa magisterial, demuestra la profundidad de la batalla civilizatoria en que se encuentra inmersa la nación. La lucha contra la reforma educativa cada día se convierte más en una batalla de todo el pueblo mexicano en defensa de la patria, la historia y la dignidad.
Es entonces plausible que el diálogo no sea con el secretario de Educación Pública, sino con el de Gobernación. Lo que está en juego no es solamente la contrarreforma educativa, sino todo un sistema de gobierno despótico y corrupto que busca imponer por medio de la fuerza una agenda colonial y privatizadora en todos los sectores de la economía nacional, incluyendo el petróleo, la electricidad, la salud, el agua, las universidades, las pensiones, el sindicalismo, entre otros.
Los maestros de la CNTE tienen perfectamente clara la interrelación entre las diversas causas. Por ejemplo, en su convocatoria para la marcha del pasado viernes 17 en la Ciudad de México, los profesores explícitamente ligaron la reforma educativa con la reforma energética y celebraron el hecho de que “la insurgencia magisterial se articula con una insurgencia popular” más amplia.
Al enviar los maestros a negociar con Miguel Ángel Osorio Chong en lugar de con Aurelio Nuño, el gobierno tiene la intención de limitar y encasillar las demandas de los maestros. Pero en realidad esta situación abre el panorama para abordar un abanico mucho más amplio de temas. La CNTE tendría que aprovechar este error táctico de su adversario para poner a discusión de una vez todas las “reformas estructurales” del Pacto contra México, así como la “gobernabilidad” en general del país.
Pero primero habría que superar otro tema delicado. Recordemos que como resultado de las reformas impulsadas por Peña Nieto, la Policía Federal ahora pertenece a la Secretaría de Gobernación. En consecuencia, Osorio mismo sería el principal responsable por la masacre de Nochixtlán. ¿Cómo podrán los maestros sentarse en la misma mesa con el presunto asesino de sus amigos y colegas?
Osorio se ha comprometido a llevar a cabo una investigación exhaustiva de los acontecimientos del 19 de junio. Pero la única forma para realizar una indagación auténticamente transparente e imparcial sería si el principal responsable de la corporación bajo investigación primero se separara de su cargo. Así como Ángel Aguirre tomó licencia después de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, Osorio también tendría que abandonar su cargo a raíz de la masacre de Nochixtlán.
Una condición más para el diálogo tendría que ser la libertad inmediata de todos los presos políticos de la CNTE, y en particular de los 13 pertenecientes a la Sección 22 del sindicato, con sede en Oaxaca. La detención arbitraria y fabricación de cargos contra Rubén Núñez y Francisco Villalobos, los dos líderes máximos de esta sección sindical, fue la dinamita que terminó de polarizar la situación en la entidad. Ningún diálogo podría avanzar sin su libertad inmediata, así como la de sus otros 11 colegas también injustamente encarcelados.
México se acerca a un momento crítico en su historia. Para avanzar con paso firme habría que ejercer la autocrítica y aprender de los errores cometidos durante las negociaciones de paz entre el EZLN y Ernesto Zedillo, las mesas de diálogo entre Javier Sicilia y Felipe Calderón y los múltiples encuentros entre los padres de familia de Ayotzinapa y el gobierno de Peña Nieto. Evitemos las trampas del poder y la esterilización de los diálogos. Aprovechemos esta importante coyuntura para sentar las bases de una transformación profunda de la República.
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