Gabriela Rodríguez
G
randes hombres escribieron las constituciones de 1857 y de 1917; no hay que olvidar que la de 1917 fue la primera que reconoció los derechos sociales y económicos.
En aquellos tiempos no se permitía a las mujeres figurar en los congresos ni en los puestos ejecutivos, ellas no eran elegibles y ni siquiera electoras, pocas eran las que participaban en el mercado laboral y menos las que alcanzaban niveles escolares superiores.
Los cambios ocurridos en 100 años son impresionantes. El siglo XX marcó un hito histórico en el avance de las mujeres. En el ámbito de la sexualidad cambiaron muchas cosas que contribuyeron a que la libertad y el crecimiento intelectual, económico y político fueran una experiencia femenina: los anticonceptivos hicieron efectivo el control sobre la reproducción y accesible el sexo en el noviazgo, se normalizó la cohabitación prematrimonial y la unión libre, el tamaño de las familias se redujo de manera drástica, las tasas de divorcio aumentaron, crecieron los hogares comandados por mujeres y, con excepción de Latinoamérica y África, el aborto se despenalizó. En el nuevo siglo, Internet crea nuevas formas de interacción sexual y se estrenan los primeros matrimonios entre personas del mismo sexo; hasta Enrique Peña Nieto presenta una iniciativa al respecto. La secularización ha sido causa y efecto del menor peso de lo religioso en la vida familiar y sexual.
Pero la transición ha sido muy desigual. Quienes viven en pobreza y en pobreza extrema no han experimentado tales transformaciones. Prácticamente la mitad de las mujeres mexicanas no son libres: ni deciden sobre su cuerpo ni sobre su forma de vida, ni tienen acceso a niveles altos de escolaridad ni a servicios de salud reproductiva, ni tienen empleos bien remunerados ni posiciones políticas. En vez de que el Estado se ocupe de los cuidados de niños, enfermos, ancianos y personas con discapacidad, sin pago alguno se delega esa tarea a las mujeres. La situación de las indígenas presenta el mayor rezago. Muchos hombres son víctimas de políticas de exclusión, pero la biología y la discriminación siguen determinando mayores grados del lado de las mujeres. A medida que se impone el neoliberalismo más se pronuncian las desigualdades, hoy tenemos que agregar la violencia, la impunidad y la corrupción, que alcanza niveles escandalosos en la clase política.
La constitución que se construirá este año en la Ciudad de México es una oportunidad excepcional para recuperar la ciudad y revertir las políticas neoliberales. Veníamos caminando hacia la igualdad social y de género, pero la administración actual se mimetizó con las peores prácticas del gobierno federal. Hay también temas emergentes, como la distribución espacial, la movilidad y el derecho a un medio ambiente saludable.
Esta vez las mujeres tienen un lugar de paridad como constituyentes. Participo con orgullo en el selecto grupo de Morena. Hay hombres muy valiosos entre los candidatos a la constituyente: juristas y constitucionalistas, actores y promotores culturales, periodistas y escritores, activistas de movimientos indígenas y urbanos, sindicalistas y campesinos, líderes del movimiento LGBTI y de movimientos estudiantiles, ingenieros y dirigentes políticos, académicos jóvenes y experimentados.
Me referiré en particular a las candidatas de Morena, un grupo intergeneracional de activistas, académicas y de empresarias como Lilia Rossbach y Elvira Daniel. Algunas construyeron una frase simbólica con miras a la constitución.
Declaramos la construcción de una economía social y solidaria, dice la académica Irma Sandoval;
por una ciudad diversa, incluyente e igualitaria, se pronuncia la joven politóloga Patricia Ortiz Cuturie; la filósofa Margarita Valdés sostiene:
Nos han engañado, nos han expoliado y ahora nos quieren privatizar.
Siempre hacen lo que se les da la gana. ¡No nos toman en cuenta!, apunta la feminista Virginia Chávez. Para la antropóloga Consuelo Sánchez
la ciudad es de quien la vive, no de quien la gobierna;
colocar lo público por encima de los intereses privados para garantizar el derecho a la ciudad, sostiene Clara Brugada, presidenta del Consejo Político de Morena en la ciudad y ex delegada en Iztapalapa.
Para recuperar la ciudad que merecemos, es la frase de Bertha Luján, sindicalista y contralora general de la administración de López Obrador. La socióloga Patricia Ramírez Kuri va
por el derecho al espacio público. Patricia Ruiz Anchondo, ex candidata a la Venustiano Carranza, buscará que
las alcaldías sean soberanas y presten los servicios públicos. Para la líder Cecilia Jordán,
la revocación de mandato se realizará de la misma forma en que se eligió al funcionario público. La activista Ramona Bencomo pretende
que se recupere la organización de pueblos originarios. La joven que encabeza la Secretaría de las Mujeres de Morena, Carol Arriaga, va
por el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo. “Por el derecho a decidir sobre nuestra vida… y sobre nuestra muerte”, es la frase de Patricia Llaguno, secretaria de comunicación de Morena estatal.
Por tus derechos ¡Tú decides!, asegura la activista Esperanza Lira, y yo agrego que vamos
por una ciudad donde el gobierno respete todos los credos y no adopte ninguno como oficial.
Nota: De gravedad, que al cierre de la campaña al Congreso Constituyente se descubre una red de estafadores que involucra a miembros de la jefatura delegacional en Coyoacán: gastan millones en compras del voto para mantenerse en el poder.
Twitter: @Gabrielarodr108
No hay comentarios:
Publicar un comentario