Y
a se fue el papa Francisco. Habló claro y fuerte de temas que le corresponden como pastor de una iglesia y como invitado oficial en algunos actos protocolarios; sus palabras fueron de aliento y sus críticas certeras, a pesar de ello no contentó a todos y hay quienes esperaban más de él y otros tenían expectativas de recetas infalibles para solucionar los problemas que nos corresponden a los integrantes de la nación mexicana. Se fue, las semillas de su palabra fueron esparcidas y esperemos verlas fructificar.
Tenemos otros temas; el martes di mi primera clase en la Escuela de Derecho Ponciano Arriaga, después de más de 15 años de haber dejado la cátedra; por años fui profesor de la Uia, di clase también en la UNAM, en la Universidad Salesiana y empecé en una modesta preparatoria, la Benito Juárez ubicada en la esquina de Mesones y Las Cruces. Me retiré de la enseñanza cuando mi deber de procurador me impidió continuar cerca de mis alumnos; ahora regreso a una escuela que no cobrará colegiaturas, que unida a otras siete en el país se sostendrá con la generosidad de diputados y asambleístas de Morena y otros amigos; fue organizada por una asociación civil formada por juristas simpatizantes de la idea, entusiasmados por la oportunidad de contribuir a disminuir aunque sea en mínima parte, el déficit de lugares para jóvenes (y no tan jóvenes) que quieren continuar sus estudios.
Con las escuelas ya funcionando se demuestra que los dineros que los políticos y los partidos reciben en abundancia se pueden destinar a fines socialmente valiosos y no a dilapidarse en publicidad, en viajes suntuosos,
buenos vinos, buenas viandas, casas de ensueño, aviones de jeque árabe, vehículos de lujo y otros gastos insultantes por superfluos. La idea de las escuelas fue aprobada por el consejo nacional de Morena y apoyada con generosidad por quienes queremos una transformación de fondo y no sólo una superficial, en la que únicamente cambian los nombres y los colores partidistas de los usufructuarios del poder.
Una actitud tan diferente, por supuesto, no gustó en lo más mínimo a los políticos tradicionales y la han atacado de diversas maneras, así como al licenciado Andrés Manuel López Obrador, autor de la propuesta y su principal impulsor. La forma menos inteligente de hacerlo fue la empleada por la diputada Cynthia López, quien se presentó con un periodista (es un decir) y guardias de seguridad precisamente a la Escuela de Derecho Ponciano Arriaga; lo hizo sin previo aviso, en forma prepotente, tratando de intimidar a los alumnos y alterando el orden de la escuela, para ese día ya con tres de estar funcionando con regularidad. Ciertamente los reconocimientos de la Secretaría de Educación Pública para las escuelas, están en trámite, las solicitudes se han presentado oportunamente y para impartir clases no se requiere de otra cosa sino de voluntad y de espacios limpios, iluminados y cómodos.
Como ha de saber la diputada, a quien las escuelas profesionales y gratuitas le causan escozor, hay en la Ciudad de México cientos de colegios
patito, muchos de ellos que se ostentan como instituciones profesionales, pero son en el fondo un gran negocio y frecuentemente un fraude para los jóvenes estudiantes y para sus familias, que con sacrificios pagan los estudios; me gustaría saber cuántas de esas escuelas han sido visitadas por la legisladora, que, según informó la prensa, preside la Comisión de Educación en la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México.
También le pregunto con todo respeto: ¿dónde estudió ella?, ¿qué grados académicos ha alcanzado? y ¿dónde ha impartido clases?, o bien ¿qué méritos académicos tiene o cree tener para sentirse inspectora o fiscal de las escuelas independientes?
Su ocupación es legislar y para eso se le paga un jugoso salario; constitucionalmente es representante del pueblo de la Ciudad de México y como parte de ese pueblo me gustaría saber en que artículo de la ley se fundó para ingresar a una escuela a la que es ajena y qué facultades legales tiene para actuar como lo hizo, así como conocer cuáles intenciones la llevaron a presentarse al plantel de su incursión.
Por mi parte, estoy contento de volver a dar clases, de poner mi grano de arena para que las nuevas generaciones se incorporen plenamente a la vida social y tengan herramientas para su crecimiento, me parece una labor digna de apoyo, y la verdad no entiendo las razones que tienen los que buscan sólo señalar fallas o poner obstáculos al funcionamiento de centros de enseñanza, mientras cierran los ojos ante la proliferación de antros, casas de juego, cervecerías y otros negocios, sin duda prósperos, pero que no hacen el bien que a la colectividad le genera un centro de enseñanza.
Poner peros a escuelas no es una labor propia de una representante popular y mucho menos, si –como se ha dicho– fue colaboradora del actual secretario de Educación Pública.
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