11 DE ENERO DE 2015
ANÁLISIS
Un mural de la Santa Muerte en Las Colonias, Michoacán. Foto: AP / Rebecca Blackwell |
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En los últimos meses la sociedad mexicana ha asistido estupefacta a la puesta en escena de múltiples muestras de actos de corrupción, de conflictos de interés, de impunidad y en el mejor de los casos, de actos políticamente incorrectos. A primera vista parece cinismo, pero cada vez me parece que lo que sucede es peor. Veamos.
Primero. El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, define el vocablo “cinismo” como: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. En otras palabras supone el conocimiento de una práctica incorrecta y a pesar del conocimiento de causa lo lleva a cabo. Históricamente el umbral de tolerancia de la sociedad era alto porque existía la percepción de que nada se podía hacer. No había ejemplos de éxito que generaran incentivos para la protesta social o la denuncia pública de largo aliento. No es que la sociedad sepa todo, pero sí había (hay) esa percepción de que “algo huele mal” y hay una sensación de abuso, injusticia en las que no está de acuerdo, les irrita, les molesta. De entrada, la ira acumulada por muchos años ha hecho que la clase política, sin importar signo político, esté estigmatizada y el principio de presunción de inocencia se modifique 180 grados y ahora todo político es culpable de corrupción hasta que demuestre lo contrario. Abundan los ejemplos de ello: a) el secuestro de un diputado en Guerrero; b) la privación de la libertad de otro legislador en el mismo estado; c) el ejercicio de la justicia por propia mano en Michoacán con las autodefensas y d) el llamado de varios actores mexicanos a que la comunidad internacional suspenda todo acuerdo o tratado con México y a gobernarnos nosotros mismos sin la presencia gubernamental, porque acaso genera más problemas de los que resuelve.
Segundo. En este explosivo contexto social, políticos hacen cuantiosos regalos a sus hijos o se regodean en lujosos viajes al extranjero o de plano aceptan y utilizan camionetas blindadas de proveedores. Estoy convencido de que, en principio, estos personajes no saben que lo que hacen está mal. No saben que no saben. Hasta que el conflicto derivado de su actuar explota en manifestaciones públicas se enteran tardíamente de que su conducta era ilegal o al menos, inapropiada. Esto es más grave que el cinismo porque: a) pone de relieve que en la cultura política están arraigadas la corrupción y la impunidad como atributos del poder y por tanto es algo “normal”, de lo que no hay que sentirse mal en modo alguno, razón por la cual lo comparten, lo exhiben y se enorgullecen de que lo pueden hacer, acaso como si se tratara de una revista de sociales donde hombres y mujeres muestran lo que pueden comprar con su patrimonio; b) muestra que es necesario socializar en la clase política lo que es correcto y aquello que no lo es. Es como, por ejemplo, si en conciencia un político no aceptara un no como respuesta y abusara de una mujer o un hombre, sin ningún ápice de remordimiento y c) refleja la elasticidad del marco interno de ética pública y personal de un porcentaje no menor de políticos que están seguros de que ejercer el poder constituye un seguro contra toda arbitrariedad que no es percibida como tal por un gran porcentaje de los políticos, sino como un reflejo de que el poder es un ejercicio patrimonial y no una labor que se explica sólo y sólo sí por la confianza ciudadana, que día con día está sujeto al escrutinio público.
Tercero. El cínico sabe que lo que hace está mal, pero lo sigue haciendo porque cree que puede hacerlo sin consecuencias negativas o porque confía en que a él no le va a pasar nada. El que no sabe que no sabe ni siquiera alcanza a distinguir que lo que hace está mal, hasta que la indignación popular le estalla en las manos y el conocimiento de lo correcto e incorrecto le cae de pronto encima. El gran problema es que esto pasa de la cúspide a la base del ejercicio del poder, de la política y de quienes hacen negocios con quienes tienen el poder. Se trata de un caso sistémico. En algunos casos la corrupción se ha legalizado como, por ejemplo, en los casos siguientes de manera enunciativa: a) los gastos de representación, que en Suecia están estrictamente prohibidos; b) la creación de acuerdos especiales de pensiones especiales donde bastan meses incluso de trabajo para ser beneficiario de esos privilegios y, además, con cifras estratosféricas, que rompen con la estructura de las leyes aplicables a la sociedad, como las del ISSSTE o las del IMSS y c) la aceptación de créditos a tasas simbólicas por constructoras y no por entidades financieras autorizadas para tal efecto, sin que ese acto genere al menos una duda o sospecha en los beneficiarios, o al menos en buena parte de ellos. La gravedad de las acciones del que no sabe que no sabe es permanente, transversal hasta que se le ponga un alto. El cínico tiene la capacidad de discernir que lo que hace está mal y puede interpretar cuándo matizar o eliminar transitoriamente sus acciones. La importancia de la sociedad y los medios es vital para que este escenario no se siga repitiendo hasta el infinito.
ernestovillanueva@hushmail.com
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