(26 de enero, 2015).- Los cuerpos de los estudiantes asesinados la noche del 26 de septiembre quedaron tendidos en el piso, a 10 metros de ellos estaban los soldados, quienes impedían que los presentes se acercaran.
Eran las dos de la mañana del viernes 26 de septiembre. Sólo algunos pasaban por las calles. Algunos de los reporteros ahí presentes se sorprendían por la presencia de un taxista que observaba a los cuerpos.
Inclusive los militares señalaban que los taxistas y motociclistas que por ahí circulaban eran halcones. Así pasó hora y media antes de que llegaran los elementos del Ministerio Público y los peritos de la Procuraduría del Estado y el Servicio Médico Forense (SEMEFO).
Una hora después se recogieron los cuerpos, en medio de una lluvia. Jonathan Cuevas, uno de los reporteros que presenciaron los hechos relata que los rumores eran fuertes desde el principio, se trataba de dos estudiantes de primer grado de la normal rural de Ayotzinapa, “Raúl Isidro Burgos”. Ninguno de los nueve comunicadores tenía duda de ello a esa altura de la noche.
A continuación se reproduce un fragmento del relato de Cuevas:
“Los nueve reporteros enviados desde Chilpancingo fueron los únicos testigos de aquella triste escena. Antes, unos 5 comunicadores locales había atestiguado el atentado más cruel sucedido en los últimos años, en el Estado de Guerrero.
Esos cinco vivieron la peor parte. Fueron balaceados justo en el momento en que entrevistaban a los líderes del movimiento de Ayotzinapa. En esa entrevista los estudiantes relataban que ya habían sido atacados con armas de fuego como a las 21:00 horas de ese 26 de septiembre.
En esa entrevista también había maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (CETEG), que habían llegado a brindar apoyo a los muchachos de “ayotzi”.
Pero luego vino el ataque más perverso. No concluía la entrevista cuando hombres vestidos de policías y algunos civiles se instalaron en tres puntos para acorralar a sus víctimas. Sin aviso alguno empezaron a disparar.
Los jóvenes que estuvieron ahí afirman que había una lluvia de balas que pasaban a centímetros de sus cuerpos. Varias toparon con carne humana. A dos les alcanzaron a arrebatar la vida en ese instante; varios más lograron huir heridos.
Todos corrieron para donde pudieron y, fueron perseguidos. Muchos pretendieron esconderse en algunos autobuses que estaban ahí varados, pero tomaron la peor decisión. De ahí los bajaron algunos sujetos que portaban armas largas.
Los victimarios se dieron el tiempo de tirar al suelo a decenas de jóvenes y escoger a algunos para llevárselos en camionetas oficiales del gobierno municipal. Se fueron con 44 estudiantes de los cuales 42 aún no aparecen (a la fecha del 25 de enero del 2015).
Uno fue localizado la mañana del día siguiente (27 de septiembre del 2014), desollado. Al otro ni siquiera tuvieron la oportunidad de reconocerlo sus padres, pues según el gobierno, fue calcinado por sus victimarios.
Varios sobrevivientes fueron perseguidos por diversas partes de la ciudad. Tenían que resguardarse entre los montes, en matorrales o donde pudieran.
Cerca de la medianoche llegó el Ejército solo para resguardar a los dos caídos. Antes, durante los atentados y las persecuciones, jamás aparecieron.
Pero cuando arribaron a la zona del crimen, los sobrevivientes rogaron ayuda para que rescataran de la barandilla municipal a sus compañeros que, imaginaban, se habían llevado presos. Los efectivos del ejército se negaron a acudir a la comandancia de la policía y, por el contrario, dijeron a los jóvenes que ellos mismos se habían buscado el sanguinario ataque.
Los cinco reporteros que sobrevivieron se escondieron donde pudieron y no volvieron a salir en toda la noche. A los estudiantes de Ayotzinapa les cerraron las puertas en hospitales y las casas de los vecinos de esa zona.”
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