Se queja Gustavo Madero Muñoz de que el PAN de hoy es víctima de “cobardes difamaciones sin voz y sin rostro” cuando arremete contra la prensa por difundir informaciones que juzga calumniosas contra su partido, aun cuando provengan en su mayoría de sus propios militantes. No le bastan las denuncias reiteradas, que él ha solapado, sobre la adulteración del padrón interno de su partido y la afiliación corporativa, masiva e ilegal de militantes en el DF. Ni los hechos consignados por los medios sobre el tráfico de “moches” para signar partidas presupuestarias, ni los negocios turbios en torno a los casinos y sus concesiones, como en Nuevo León. Tampoco la evidencia documentada de la misoginia, la vulgaridad y el racismo de panistas, hoy funcionarios públicos. Menos las constancias judiciales de los delitos cometidos por altos funcionarios panistas de la Delegación Benito Juárez del Distrito Federal al agredir sexualmente a una mujer brasileña y luego golpear bestialmente al marido que trató de defenderla. Niega veracidad incluso a los videos sobre la fiesta de los diputados panistas en Puerto Vallarta, en los que bebieron y convivieron felices de la vida con varias chicas taiboleras, no obstante que por esos hechos tuvo que destituir al coordinador y al vicecoordinador de la bancada panista. Ni siquiera le inquieta que la única delegación gobernada por su partido en la capital, la BJ, sea la puntera en el DF en número de casinos y casas de apuestas –varias de ellos irregulares– ni que en esa demarcación proliferen los giros negros y la trata de personas, como ha sido una y otra vez denunciado inclusive por una exdiputada federal panista, Rosi Orozco.
Creo que el señor Madero tiene razón: hacen falta las voces y los rostros –y también los nombres digo yo–, de quienes les gritan traidores y corruptos a los actuales dirigentes y coordinadores legislativos del partido. Hombres y mujeres que a lo largo de muchos años arriesgaron de veras su seguridad, su tranquilidad, su familia, su patrimonio, algunos al grado de entregar su vida por una causa, una lucha, unos principios que han sido traicionados. Estoy seguro que bien podría ser don Manuel Gómez Morín el primero en espetarles el reproche. Y hasta una escupitina. Por mi parte, podría referirme solamente a algunos de los que he conocido y tratado personalmente al acompañar periodísticamente a lo largo de más de cuatro décadas la lucha democrática en nuestro país. Menciono de pura memoria a algunos de los que ya no están, pero estuvieron dispuestos a entregarlo todo: Salvador Rosas Magallón y Norberto Corella Gil Samaniego, en Baja California; Manuel J. Clouthier, en Sinaloa y en la candidatura presidencial; Luis Calderón Vega, en Michoacán; Carlos Castillo Peraza, en Yucatán y en el CEN; Francisco Villarreal, en Ciudad Juárez; Guillermo Prieto Lujan, en Chihuahua; Ramón Martín Huerta, en Guanajuato. Mexicanos dignos todos ellos, como también lo han sido muchos otros, sobrevivientes todavía, a quienes aludo también de memoria: Luis H. Álvarez, Ernesto Ruffo Appel, Francisco Barrio Terrazas, Alberto Cárdenas Jiménez, Javier Corral Jurado, Luis Bravo Mena, Margarita Zavala, Juan José Rodríguez Prats, Carlos Medina Plascencia y el mismo Vicente Fox Quesada. ¿Tienen ellos la calidad moral y política para reprocharles su comportamiento, señor Madero?
Más que en ellos, sin embargo, pienso en los millones de mexicanos que en Baja California o en Chihuahua, en Yucatán o Michoacán, en Guanajuato y San Luis Potosi, en Durango, Nuevo León, Veracruz y Coahuila, han sido traicionados por el partido que dijo enarbolar banderas democráticas y que ahora está convertido en mal, pésimo, triste, remedo del PRI. Pienso en esos rostros, señor Madero, que me tocó ver tantas veces a lo largo de las carreteras durante las marchas por la democracia, en los puentes tomados por la ciudadanía de Ciudad Juárez, en las plazas de Chihuahua, Cuauhtémoc y Ciudad Juárez, en Guanajuato y León, en Mérida, en Boca del Río, en el Paseo de la Reforma del DF: ahí tiene sus rostros, señor Madero. Esa gente ha sido engañada, usada por ustedes para llegado al poder y hacerse de puestos públicos con sueldos que ustedes, mediocres profesionales en el mejor de los casos, nunca podrían haber ganado. Pienso en esos hombre y mujeres que fueron víctimas de fraudes electorales y despojos inauditos y que padecieron persecución y represiones, golpes, injurias, torturas, amenazas. ¿Tienen esos rostros, señor Madero, la calidad moral suficiente para poder llamarles a los actuales dueños del PAN traidores, corruptos y ladrones?
Tras el exabrupto del dirigente nacional panista contra la prensa, Vicente Fox habló a los reporteros allá en su guanajuatense rancho San Cristóbal. Lo hizo con una claridad y una coherencia que pocas veces se le reconocen. Así, con todas sus letras: “Tal parece que el interés del dinero, el interés de los puestos, el interés de colarse a la política, ha dominado ya el conjunto de valores que a otra generación nos guiaron y nos llevaron a entregar cuerpo y alma sin pedir nada a cambio, sin pedir sueldos ni salarios, sino a trabajar por México”. El expresidente fue enfático al decir que los panistas, que él ya no lo es formalmente, “debemos regresar a nuestros valores democráticos que también se están perdiendo. Es otra mala costumbre que estamos copiando a quienes nunca fueron democráticos y parece que el PAN ha caído en la trampa de otros comportamientos que tanto criticamos en el pasado”.
Fox coincidió en esa forma con la visión del primer gobernador del PAN en la historia, el bajacaliforniano Ernesto Ruffo Appel, que en una charla con Por la libre, hace un par de semanas, aseguró que a su partido le pasó “algo muy humano y muy triste: a los panistas que llegaron al gobierno y recibieron su primer sueldo, les gustó. Así de sencillo. Yo lo miré en mi gobierno en Baja California desde bien temprano. Empezaron a actuar no por la convicción, sino por el interés, por el hueso. Y acabaron por traicionar a la doctrina para no perder ese poder y ese interés personal.”
Veo precisamente ahí el verdadero pecado del PAN. Lo grave de su irresponsable comportamiento (del que tarde o temprano tendrán que responder) no es tanto la pérdida del poder ni el retroceso que significa para la transición democrática el regreso del PRI a los Pinos. Lo verdaderamente imperdonable es el engaño, la simulación, la mentira, la doble moral que de manera abusiva utilizaron contra una ciudadanía noble, ingenua, capaz de grandes heroísmos en tratándose de grandes anhelos democráticos, como la simple posibilidad de que su voto fuera contado y respetado, como lo demandaba su ilustre antepasado. En eso tan esencial, señor Madero, ha sido en los que ustedes le fallaron a este país. Y bien haría, pienso, en dejar de acusar a los medios de informaciones malintencionadas y asumir la sensata recomendación que Bravo Mena hace a su partido en un libro de reciente aparición ante el cúmulo de errores, abusos y corruptelas cometidos: arrodillarse y medirle perdón a México. Válgame.
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