Redacción Eje Central | 01/08/2014 ,2:21 pm
El 27 de junio de 2013, Sandra Camacho de 17 años, se preparó para tener una cita. Como toda chica de su edad, eligió la ropa más linda, el perfume adecuado, y toda la tarde pensó en lo que sería el primer encuentro con Javier. Nunca imaginó el desenlace.
Se conocieron por Facebook, entre charlas, Sandra le confesó que estaba muy triste porque no había salido en listas en la UNAM , y hasta le contó que quería buscar trabajo como edecán o bailarina, él le contaba de sus logros en la escuela, ya que había sido condecorado con medalla de oro por la Olimpiada Nacional de Física en 2011. Javier, en su buena intención, se ofreció a ayudarle a encontrar trabajo.
Interminables charlas de chat convencieron a Sandra de querer conocer a Méndez Ovalle, el 27 de junio por fin acordaron la cita. Se vieron en el Metro Tlatelolco, de ahí se fueron al parque y al centro comercial para ver una película, después, Javier la convenció de ir a su departamento ubicado en uno de los complejos habitacionales de Tlatelolco, en el interior, él trató de convencerla de algo (no se precisó de qué), ella no accedió. La tensión lo llevó a agredirla, y para evitar que gritara pidiendo auxilio, optó por asfixiarla hasta la muerte.
Con un cuchillo de cocina intentó ocultar el crimen. La destazó y repartió sus partes en seis botes de basura distintos; regresó al departamento y limpió la sangre, para después irse a dormir.
Al día siguiente, el entonces estudiante del CECyT 9 del Instituto Politécnico Nacional (IPN), esperó a que sus papás fueran por él, y regresaron a Tecamac, Estado de México. Él no les comentó nada. Ese mismo día, la policía encontró el cuerpo diseccionado de la chica de 17 años.
Elementos de la Policía Cibernética realizaron un análisis a la computadora de Sandra y así ubicaron la dirección IP de Javier. Las cámaras de seguridad del Metro determinaron que Ovalle fue la última persona que estuvo con ella.
Acudieron al departamento que ocupaba Javier y determinaron que el feminicidio se había realizado allí. Llamaron a sus padres, y al cuestionarlo, éste no supo reaccionar de otro modo que no fuera huir. Se fue a Querétaro donde trabajó como mesero, y un año y un mes después del crimen que cometió fue detenido en la ciudad de San Juan del Río, Querétaro, y puesto a disposición de las autoridades. Se había cambiado el nombre a José Carlos Méndez.
No refutó nada, confesó a detalle todo el móvil del asesinato. Tras rendir su declaración, Javier fue ingresado al Reclusorio Norte, acusado del delito de feminicidio y fue puesto a disposición del juez Séptimo Penal, quien definirá la situación jurídica en el término constitucional del ‘Descuartizador de Tlatelolco’.
MENTES BRILLANTES Y CRIMINALES
Sin entrar en polémicas de comparación y tomando su justa proporción. El perfil de Javier es el común denominador de los asesinos seriales, él sólo cometió un crimen, pero con el móvil de un experto en la materia.
Las características genéticas son muy comunes, un chico más brillante que el promedio, recientemente se confirmó que 95% de los asesinos capturados presentan traumas en la parte frontal del cerebro, lo que indica un nivel de agresividad mayor que el promedio.
Sus libros favoritos son ‘Ángeles y Demonios’ ‘El Código da Vinci’, de Dan Brown, un seguidor de la música de Chopin y de series de comedia como Friends, en pocas palabras, un chico ordinario.
Un experto en el estudio de mentes criminales, investigador del CTI Manuel Antonio Rocha, determinó cómo es que trabajan estas mentes, que casi siempre actúan por un factor detonante.
“El asesino nace y la sociedad se encarga de perfeccionarlo”, dice Rocha, tras argumentar que “los genes cargan el peso de lo que cada persona es y cómo se comporta”.
Sus teorías también las basa en el entorno social, la falta de oportunidades, clase social, cultural y hasta religiosa. “No siempre el más feo es el asesino y tampoco el más pobre es el que roba”, acota el investigador de 46 años.
Para él no existe un crimen perfecto y resulta curioso que el delincuente siempre deja y se lleva algo del sitio de los acontecimientos. ”Muchos no son tan malos como parecen pero hay circunstancias que los cambian y resultan de la noche a la mañana convertidos en tiernos angelitos después de haber sido el matón más matón“, explica.
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