V
erlo en las reuniones en casa de Lilia y Chema Pérez Gay era un espectáculo. Ya sentado en el gran sofá de la izquierda, empezaba a gesticular, a sacudir la cabeza, a alzar los hombros, a enojarse y uno se preguntaba quién domaría a este hombre de una inteligencia implacable. Siempre a contracorriente, se levantaba como resorte a protestar, a interrumpir al orador en turno, a demostrar que estaba equivocado. Su campo magnético era mucho mayor que el de cualquiera. A a su lado, Antonio Gershenson, aplastado como flan de sémola, cerraba los ojos quizá para abrirlos un minuto más tarde y rebatirlo.
Andrés Manuel no se inmutaba por más encendidas sus diatribas. Lo escuchaba con gran respeto. Que AMLO siguiera al pie de la letra las indicaciones cordovianas ya es otra cosa, pero jamás lo interrumpía a diferencia de los
ya, ya, ya, ya, cálmate, Arnaldode los demás politólogos.
En un país ignorante, conservador y autoritario como México, su pasión por el conocimiento y su crítica feroz del régimen lo convirtió en un radical. Rechazó siempre el dominio del Estado sobre la sociedad y el de nuestro presidencialismo autoritario. Córdova buscaba ante todo que el pueblo decidiera y luchaba por la llamada
sociedad civil. Siempre le apostó a la gente al igual que Andrés Manuel López Obrador.
Si están ustedes de acuerdo levanten la mano–le pedía AMLO a un millón de hombres y mujeres en el Zócalo.
Nada de provocaciones, estamos en contra de la violencia.
Arnaldo Córdova irrumpió con su inteligencia áspera y veraz en la historia de México y desmontó mitos como el de Zapata al escribir que Emiliano Zapata no era un hombre de poder y mucho menos de Estado, ansioso de sentarse en la silla. Para Córdova, Zapata buscaba que les devolvieran la tierra a los campesinos. Para él, cualquier gobierno que lo hiciera sería un buen gobierno. El otro mito que analizó fue la respuesta del pueblo a ese gran estadista que se inclinó por los pobres: Lázaro Cárdenas. El General quiso que la CTM y CNC, progresistas y populares, defendieran a los que menos tienen pero no previó que a la larga, las dos instancias caerían en el corporativismo y surgiría un Romero Deschamps además de los Cinco Lobitos.
¿Las discusiones hubieran terminado en pelea? No lo creo. Arnaldo era un contrincante noble. Podía disentir e indignarse pero sólo destrozaba con la palabra.
En una de las reuniones de Andrés Manuel López Obrador, se presentó una tarde después de mucho tiempo de soledad, con una chavita con cara de manzana, entusiasta de AMLO, muy politizada, la militante Mónica Hernández Abascal. Jesús Ramírez me explicó que ella era radical, feminista, adicta a las movilizaciones, marchas, huelgas y plantones. Me sorprendió su juventud, su pelo largo, sus jeans y su mirada apasionada y persuasiva. Pero más me apasionó que Arnoldo y ella se tomaran de la mano y olvidados del mundo se cubrieran de besos mientras Andrés Manuel explicaba punto por punto, sin desviar la mirada, cómo sería la reforma energética. Yo mantenía los ojos fijos en la energía de sus besos y pensé que si cada uno de nosotros acudiera a la reunión con un canchanchán a inaugurar una conducta totalmente inesperada, a lo mejor daríamos en el quid del tan vapuleado consenso en la izquierda mexicana. Pensé que Arnaldo era un suertudo porque tenía el privilegio de vivir, en su tercera juventud, una gran historia de amor y eso sólo puede sucederles a los izquierdistas que saben que es indispensable restaurar la vida sentimental. Ante todo, lo personal es político y al revés volteado.
Cinco personajes, cinco hombres de ideas se han ido. Primero Luis Javier Garrido a quien Monsi llamaba
el anti-Pristo, luego el propio Monsiváis más tarde Bolívar Echeverría y después de una larga enfermedad, Chema Pérez Gay. El 30 de junio pasado, Arnaldo Córdova, el polemista, el historiador, murió de cáncer. Quise despedirme de él, Jesús Ramírez me advertía:
Vamos, apenas Mónica me diga que está mejor. Nunca estuvo mejor, al contrario sufrió hasta el descanso final. Me quedé con la imagen de su dinamismo, su energía generadora de un mundo político para mí totalmente nuevo, su introducción de nuevas conductas amorosas, el nivel elevado de su pensamiento crítico y el ejemplo de que el amor es la mayor central de energía y quizá el antídoto contra las felonías del PRIAN, su fino casimir y la tartufería de sus senadores y diputados.
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