T
uve un maestro en la preparatoria de San Ildefonso, de nombre, si no recuerdo mal, Adolfo Maldonado, militar y profesor de historia universal; de él oí hablar por vez primera de los caballeros templarios, no como es evidente, de los michoacanos de nuestro tiempo, acosados por policías y ejército a punto de ser
abatidos, esto es, exterminados. El maestro Maldonado nos alentaba a leer libros de historia, en especial acerca de la Edad Media, de la que era apasionado; nos envió a la biblioteca del INAH, entonces en las calles de Moneda, a buscar el famoso Lavisse, obra erudita y apreciada y luego, ya por mi cuenta di en una librería de las calles de Guatemala con los dos tomos de laHistoria de las Cruzadas, de Harold Lamb, libro hermoso como un poema épico; el segundo, La llama del Islam,ilustrado con una reproducción no muy buena del cuadro de Georges ClairinBendición de las espadas.
Desde entonces; la expresión
templariosdespierta mi imaginación e interés. Aprendí que en 1118, poco tiempo después de que Godofredo de Bouillon al frente de los barones bajo su mando conquistó Jerusalén, se fundó esa orden de monjes guerreros para defender los santos lugares y ayudar y proteger a los peregrinos que viajaban a Palestina; supe que la orden creció, que usaban como emblema una gran cruz roja sobre su manto blanco o gris, que montaban dos en un solo caballo, que se hicieron ricos y banqueros y dueños de innumerables castillos en Europa y en Cercano Oriente. Lo más importante, que eran vslientes y firmes en la batalla, siempre en el lugar de mayor peligro.
Ese recuerdo e interés intelectual por los caballeros, las espadas y las buenas causas se removió en mí cuando aparecieron en la prensa las primeras noticias de los nuevos templarios, los del siglo XXI en la Tierra Caliente de Michoacán; me interesó esa banda ocártel de delincuentes, señalados así por autoridades y medios de comunicación, y tuve en alguna ocasión en mis manos un pequeño folleto con los
principiosde este grupo sui generis, documento lleno de buenas intenciones, cruces y juramentos de lealtad, reglas reales o ficticias de estos hombres armados, acusados de infinidad de delitos, empezando por el narcotráfico, los secuestros y las extorsiones, pero que, a pesar de sus fechorías, sostenían la extraña actitud de presentarse como defensores de la justicia y del pueblo de Michoacán.
Ni los Zetas, ni la Nueva Generación, ni los cárteles del Golfo o del Pacífico, que yo sepa, han sustentado una especie de declaración de principios como lo hicieron Los templarios. El dato es interesante y sin duda servirá a historiadores del futuro, como punto de partida para el estudio de las motivaciones de quienes dejan su vida, podemos decir normal, y se integran a la denominada delincuencia organizada; entre las causas estarán, sin duda, la pobreza, el desempleo, también la búsqueda de aventuras, la ambición de riquezas, pero no dudaría que pudiera estar presente el hartazgo por los abusos de policías, caciques, jueces venales y otras autoridades atrabiliarias, y también el descontento por la falta de justicia social.
Los templarios de la Edad Media fueron perseguidos y extinguidos en 1307; la historia relata que la causa fue la codicia por sus riquezas y la envidia por su poder, así como por ser una orden popular que reclutaba a sus monjes entre los segundones de las casas feudales y entre los más inquietos de la burguesía naciente, jóvenes deseosos de hazañas y con la esperanza de ganar el cielo defendiendo su noble causa con las armas en la mano.
Su perseguidor fue un guapito de entonces, Felipe el Hermoso, rey de Francia, que con anuencia del papa Clemente V, hombre débil y enfermo, pagó testigos falsos, detuvo sorpresivamente a los monjes guerreros, los torturó y, después de abrumarlos de acusaciones y de desprestigiarlos ante la opinión de entonces, mandó a la hoguera a la mayoría y se quedó con riquezas y castillo. Harold Lamb dice que
se inició una campaña de propaganda, se hizo circular el texto de las confesionesy
publicistas imparciales (especialistas en derecho público) aparecieron en la Corte protestando airadamente contra los templarios; al pueblo se le dijo que sí eran herejes, los que tenían deudas con ellos ya no tendrían que pagarlas.
Los templarios contemporáneos también han sido acusados reiteradamente de crímenes atroces, de cobrar extorsiones y derecho de piso; parece que sí son autores de estos delitos; sin embargo, las autoridades que los persiguen no han actuado con total honradez intelectual al dar a conocer lo que pasa en Michoacán, mantienen a la opinión pública informada a medias, en un laberinto de declaraciones cada vez más complicado. Sería de esperar queLa Tuta, jefe templario, no fuera
abatido, sino presentado ante un juez; así la opinión pública se enteraría, por voz de él mismo, de su historia verdadera y sus razones y motivaciones.
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