Ojo por ojo ÁLVARO CUEVA
Nunca me tomé un café con Gabriel García Márquez, pero fue una persona fundamental en mi vida.
¿Por qué? Porque pertenezco a una generación que leyó muchas de sus obras.
Unas nos las pedían en la escuela. Otras, las buscábamos porque nos gustaba su estilo. Y algunas más las íbamos descubriendo conforme se iban lanzando.
Gabriel García Márquez no era un escritor, era alguien de la familia, y sí tengo que decir esto porque, desgraciadamente, para muchas personas hablar de escritores es hablar de gente sangrona, presumida, fría, rebuscada, triste, angustiada, distante, prepotente.
Don Gabriel no era eso, era un señor muy sencillo, amable, cálido, amoroso, feliz, cercano, como un tío que te visita de vez en cuando para regalarte cosas maravillosas y contarte historias que jamás te hubieras imaginado.
Con García Márquez aprendí a querer a los escritores y amar los libros a un nivel diferente, como se ama una canción o una película.
Con textos como Cien años de soledad entendí que la literatura no necesariamente tenía que ser esa cosa anquilosada de los suplementos culturales, sino una actividad entretenida, divertida, parecida al espectáculo.
Cuando me enteré de la noticia de su muerte traté de fingir, me concreté a mandar unos cuantos mensajes a través de las redes sociales y traté de hacer mi vida con naturalidad.
Pero conforme pasaron las horas me fui poniendo mal, muy mal, cada vez peor.
El golpe fue tremendo. Lo lloré como no he llorado a muchas personas a las que sí he tenido físicamente a mi lado. Se me fue el sueño.
Fue espantoso. Ahí fue cuando se me ocurrió intercambiar mensajes con la gente en Twitter y Facebook. Finalmente, todos tenemos una historia alrededor de Gabriel García Márquez.
La respuesta fue impresionante, desde personas que lo conocieron y convivieron mucho con él hasta chavos que lo leyeron en la secundaria, pasando por señoras que recordaban sus primeros libros y por señores que lo admiraban.
Lo que más me llamó la atención fue la enorme cantidad de adolescentes que lo adoraban.
¿Pues no se supone que en este país nadie lee? ¿No se supone que nuestros jóvenes odian los libros? ¿No se supone que aquí los libros son pocos, son caros y que nuestras masas están negadas para la cultura?
Gabriel García Márquez es la confirmación de muchas cosas, entre ellas, el engaño en el que vivimos respecto a nuestra relación con los libros y los escritores.
El gran público, el que hace las ventas, el que suma los ratings, el que llena los estadios, también ama la literatura.
Y ama La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La increíble y triste historia de la cándida Eréndiray su abuela desalmada, El amor en los tiempos del cólera y Memoria de mis putas tristes, entre muchos libros más.
Esto sin considerar sus aportaciones en ámbitos como el periodismo y la cinematografía y los temas políticos, académicos y sociales.
Pero también pasó una cosa muy curiosa. Así como aparecieron los fanáticos, apareció un grupo de gente, alguna más amargada que otra, atacando a los que estábamos recordando a este gran escritor colombiano.
Sus argumento iban desde el “ahora resulta que todos leían y conocían a Gabriel García Márquez” hasta “no te creo que hayas leído algo de él”.
Perdón, pero aquí sí es distinto. García Márquez era muy leído y muy querido. Qué pena que a algunos de los más grandes promotores de la lectura, que fueron los que más se quejaron, estén molestos con esta situación.
¿Entonces qué quieren? ¿Que mueran personalidades como don Gabriel y que nadie diga nada para entonces sí lucirse y quedar con las únicas personas cultas de México?
¿De eso se trata? ¿De elitismo? ¿De vanidad? ¿De una pose?
Si quieren o no quieren creer en la popularidad de este autor, es su problema.
Nadie tiene que sacar su tesis de doctorado en literatura hispanoamericana para tener permiso de decir que le fascinaba este escritor, que amaba sus obras y que su pluma nos va a hacer mucha falta.
Tenemos un problema, se nos murió Gabriel García Márquez. Pero tenemos uno más grande, que su partida también se está ensuciando con la epidemia de odio que nuestro pobre país está padeciendo.
¿Lo vamos a permitir? Yo, no. Esta historia es diferente. Esta historia sí es de amor. ¿O usted qué opina?
¡Atrévase a opinar! alvarocueva@milenio.com
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