Sepelio de las víctimas del Ejército en Antúnez, Michoacán. Foto: Miguel Dimayuga |
APATZINGÁN, Mich. (apro).- En esta ciudad todo parece volver a la normalidad. Los niños han regresado a clases, los negocios han abierto en el centro, el palacio municipal está funcionando y se observa gente en la calle por las noches. En apariencia todo va bien, según el discurso oficial.
Pero lo que no es normal son los cientos o miles de policías federales y soldados fuertemente armados a bordo de camionetas artilladas que hacen sus rondines por toda las calles y avenidas; las detenciones arbitrarias que están realizando; la presencia de aviones y helicópteros sobrevolando por toda la región; la ausencia de policías municipales acusados de colaborar con los Caballeros Templarios, y las balaceras que de pronto se suscitan en los poblados aledaños a esta ciudad. Esa es la normalidad que hoy hay en Apatzingán.
La estrategia militar-policiaca que ha desplegado el gobierno de Enrique Peña Nieto por la zona de la Tierra Caliente de Michoacán fue para apaciguar los ánimos de los grupos de autodefensa ciudadana que ya avanzaban en varios municipios para después tomar y “liberar” la ciudad de Apatzingán.
Si los autodefensas no hubieran liberado los municipios de Parácuaro, Tancítaro, Nueva Italia, Múgica, La Huacana y Churumuco, amenazando con tomar Apatztingán, el gobierno de Peña Nieto no hubiera cambiado la estrategia de contención que desde hace un año viene desplegando con un fracaso evidente.
El incremento de policías y soldados en la zona de Tierra Caliente ha provocado que los Templarios tomen posiciones de guerrilla urbana, escondiéndose en sus casas, en los cerros o que se vayan a otros estados en lo que se llama “el efecto cucaracha”, pero con una actitud de respuesta armada como sucedió el martes en la noche en un poblado en las mediaciones entre Parácuaro y Apatzingán.
Los ataques a tiendas de conveniencia en Hidalgo por presuntos miembros de los Templarios podría ser parte de este fenómeno que tanto temen en el gobierno: acciones de terrorismo y dispersión de los Caballeros Templarios en otras entidades donde tienen presencia, como el Estado de México, Morelos, Guerrero y Guanajuato.
La presencia de militares y soldados sólo detuvo momentáneamente las intenciones del grupo de autodefensas ciudadanos de restablecer la paz y la tranquilidad en toda la región desde que se hicieron públicas el 24 de febrero del año pasado, lo que no han podido lograr ni el gobierno federal ni el estatal.
Hasta ahora las fuerzas armadas no han logrado minar la estructura de mando de los Caballeros Templarios ni la cultura de complicidad que creó el grupo en 12 años de dominio y gobierno. Su trabajo ha sido de contención a pesar de que la gente les decía dónde estaban ubicados los Caballeros Templarios.
Al final, el gobierno federal sólo está desempeñando un papel de réferi en una pelea entre michoacanos, una guerra no convencional que es observada por miles de policías y soldados que siguen realizando rondines en las poblaciones de Tierra Caliente, labores de vigilancia y de seguridad y no de combate al crimen organizado, como exige la gravedad de la situación.
Twitter: @GilOlmos
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