Estudiantes rechazados de la UNAM protestan en Rectoría.
Foto: Miguel Dimayuga
GUADALAJARA, Jal. (Proceso Jalisco).- Son números fríos y duros. Hablan por sí mismos. En las universidades públicas mayores del país la cifra de los aspirantes rechazados supera toda lógica. Sólo la UNAM escapa de esta dinámica perversa. En 2004 albergó a 276 mil alumnos; este año ocupan sus espacios 336 mil estudiantes, un incremento de 31%. En contraste, en la UdeG, de acuerdo al nuevo ingreso por el calendario 2013B, de 41mil 661 aspirantes, sólo fueron admitidos 15 mil 829 (38%), mientras los rechazados suman 25 mil 832 (62%).
Mucho peor están los datos de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM): de 36 mil 166 aspirantes sólo fueron admitidos 3 mil 582 (9.9%). “La UAM se ha negado de manera permanente a abrir más espacios”, según informó La Jornada el jueves 11.
Hay en la ensaladera más variables, por ejemplo el de la carrera aspirada. Al revisar los datos de la UdeG, mientras la medicina, la abogacía y la psicología son las más peleadas, las que reciben menos solicitudes son ingeniería en teleinformática, geografía y agrobiotecnología. Se entiende que el interés por los estudios de la producción agropecuaria no atraiga a los jóvenes, sobre todo si el campo está tronado. Pero es raro que la informática sufra un rechazo tan notorio.
Algunas carreras tradicionales, de bajo perfil en cuestión de población estudiantil, mantienen su estatus. Es el caso de física, matemáticas o filosofía, actividades de alcurnia universitaria que no enfrentan proceso de deterioro, aunque la oferta universitaria misma sea de bajo caletre. La práctica particular de filósofos o matemáticos locales no degrada todavía el prestigio milenario de estas actividades.
Cuando se revisa el comportamiento de lo universitario, es usual fijar la lupa sólo en variables de financiamiento educativo o en las dinámicas exclusivas suyas. Se le encasilla en la torre de marfil del mundo académico. Se rechaza vincularlo con las directrices financieras que rigen el sórdido mundo cotidiano. Sin embargo, su complejidad encuentra mejor explicación cuando los analistas se embijan en tales coordenadas. Tratemos entonces de establecer nexos del ingreso y la permanencia de los jóvenes en los espacios universitarios con eso que llaman ahora pomposamente “los mercados”.
Todo mundo afirma que vivimos una nueva etapa de la humanidad. No hay consenso en el nombre. Se ensayan distintas denominaciones: globalización, mundialización, revolución post-industrial, post-capitalismo, economía del free trade. Esto quiere decir que la organización mundial del trabajo, de los flujos comerciales y el valor del dinero ya no se fijan en las regiones o en los cotos llamados naciones, sino en un solo centro neurálgico mundial y vale para todos los habitantes del planeta Tierra.
Esta nueva realidad se atiene al libre flujo de capitales y de productos por el mundo, que ha generado la anulación de las fronteras y los capitales nacionales, más la aniquilación de los mercados internos. Los poderes públicos, llamados nacionales, ahora son obsoletos. Se mantienen funcionando sólo mientras sirvan para adecuar las viejas estructuras a los nuevos reclamos de la globalización.
Con todos sus vaivenes y avatares, la propuesta nacionalista mexicana nos duró de 1917 a 1993. Esta propuesta mantenía como argamasa el pacto social provenido de nuestra vieja revolución del 10-17, ya devaluada a nuestros propios ojos como tantas otras cosas nuestras. En 1993 firmamos un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Al hacerlo, abrimos los ojos a una lacerante realidad que se nos impuso brutalmente.
El NAFTA (nombre del tratado, por sus siglas en inglés) ensayó a reformar el campo mexicano, con 25% de la población. Había que reducir ese porcentaje, según sus parámetros, a 5%, para volver eficiente nuestra economía. Ése es el porcentaje de fuerza de trabajo que emplean en el renglón primario los países desarrollados. Lo que no nos explicaron fue su propuesta para el 20% que se excluiría. Se infiere que esperaban que se murieran, o que se hundieran en el mar, tal vez; o que se esfumaran, o… Pero no contaban con nuestra astucia: los mandamos de mojados a Estados Unidos.
Cuando se visualizó el nuevo panorama que crearía el libre mercado o neoliberalismo en nuestro país, seguramente se supuso que sólo la vieja generación sufriría el paquete de las desgracias por venir y de ella se afectaría sólo a los campesinos. La joven generación, los muchachos por quienes se estaba recreando el mundo, serían los grandes beneficiarios, los ganones. La expectativa para ellos cubría sólo dos opciones: ganar–ganar. Pues resulta que no les salieron bien las cuentas.
A veinte años de implantar con trucos y engaños las coordenadas del acuerdo, nuestros jóvenes andan de paganos tanto como los campesinos y la generación adulta. Mandamos a los campesinos de mojados, para entretener tantito a los gringos. Ya no hallan aquéllos qué hacer con tal excedente poblacional llegado de nuestros lares. Buscan frenar el flujo con una nueva edición del Muro de Berlín, o muro de la vergüenza, entre dos países que signaron un pacto de libre flujo de bienes y capitales. Por supuesto que no es la solución, ni para ellos ni para nosotros.
Acá nos reprueba cualquier estadística y cualquier información seria que volquemos sobre el caso. Aún los números oficiales tienen que registrar el desastre. Ya vimos arriba la confluencia a los espacios universitarios. Pero ojalá fuera el único frente donde no hallamos la puerta. El propio Peña Nieto acaba de hablar de una cruzada contra la informalidad, pues es un subejercicio laboral que engloba a 28 millones de mexicanos.
Lo más lacerante de estos datos es que el desempleo, el subempleo, la marginación, se ensañen con nuestros jóvenes, con la tropa jovial que mira al mundo con ojos de optimismo y que hará de relevo a la generación cansada y de salida. ¿Cómo entrará al ruedo con alegría y desparpajo, si ya lleva por adelantado cortada la coleta?
En distintos foros se calcula conservadoramente en 7 millones a nuestros jóvenes en situación ni-ni. No los integramos a los espacios educativos. No los integramos a espacios laborales. No tienen opción de migrar al gran mercado laboral que mantienen a siete llaves los gringos en el norte. Si se insertan por su cuenta a actividades ilícitas (pues no aceptamos que nuestra propia deformidad económica los empuja a buscar esta solución), los perseguimos y masacramos. “La cifra oficial reconocida de desaparecidos es de 16 mil en todo el país. De ellos, al menos 2 mil 230 son jaliscienses… De éstos, 765 son menores de 17 años y estudiantes…” (Peligrosa desinformación gubernamental, Proceso Jalisco 454)
No tenemos respuestas particulares atinadas, por más espeluznante que nos resulte el cuadro. Esta deshumanización, que hace presa sobre todo de nuestra juventud actual, es la que rige nuestro presente. Marx nos lo había advertido, pero no le hicimos caso: “la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Carlos Marx: El capital, T. I, sec. IV: “Plusvalía relativa”, FCE, México, 1975, p. 424)
Estudiantes rechazados de la UNAM protestan en Rectoría.
Foto: Miguel Dimayuga
Foto: Miguel Dimayuga
GUADALAJARA, Jal. (Proceso Jalisco).- Son números fríos y duros. Hablan por sí mismos. En las universidades públicas mayores del país la cifra de los aspirantes rechazados supera toda lógica. Sólo la UNAM escapa de esta dinámica perversa. En 2004 albergó a 276 mil alumnos; este año ocupan sus espacios 336 mil estudiantes, un incremento de 31%. En contraste, en la UdeG, de acuerdo al nuevo ingreso por el calendario 2013B, de 41mil 661 aspirantes, sólo fueron admitidos 15 mil 829 (38%), mientras los rechazados suman 25 mil 832 (62%).
Mucho peor están los datos de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM): de 36 mil 166 aspirantes sólo fueron admitidos 3 mil 582 (9.9%). “La UAM se ha negado de manera permanente a abrir más espacios”, según informó La Jornada el jueves 11.
Hay en la ensaladera más variables, por ejemplo el de la carrera aspirada. Al revisar los datos de la UdeG, mientras la medicina, la abogacía y la psicología son las más peleadas, las que reciben menos solicitudes son ingeniería en teleinformática, geografía y agrobiotecnología. Se entiende que el interés por los estudios de la producción agropecuaria no atraiga a los jóvenes, sobre todo si el campo está tronado. Pero es raro que la informática sufra un rechazo tan notorio.
Algunas carreras tradicionales, de bajo perfil en cuestión de población estudiantil, mantienen su estatus. Es el caso de física, matemáticas o filosofía, actividades de alcurnia universitaria que no enfrentan proceso de deterioro, aunque la oferta universitaria misma sea de bajo caletre. La práctica particular de filósofos o matemáticos locales no degrada todavía el prestigio milenario de estas actividades.
Cuando se revisa el comportamiento de lo universitario, es usual fijar la lupa sólo en variables de financiamiento educativo o en las dinámicas exclusivas suyas. Se le encasilla en la torre de marfil del mundo académico. Se rechaza vincularlo con las directrices financieras que rigen el sórdido mundo cotidiano. Sin embargo, su complejidad encuentra mejor explicación cuando los analistas se embijan en tales coordenadas. Tratemos entonces de establecer nexos del ingreso y la permanencia de los jóvenes en los espacios universitarios con eso que llaman ahora pomposamente “los mercados”.
Todo mundo afirma que vivimos una nueva etapa de la humanidad. No hay consenso en el nombre. Se ensayan distintas denominaciones: globalización, mundialización, revolución post-industrial, post-capitalismo, economía del free trade. Esto quiere decir que la organización mundial del trabajo, de los flujos comerciales y el valor del dinero ya no se fijan en las regiones o en los cotos llamados naciones, sino en un solo centro neurálgico mundial y vale para todos los habitantes del planeta Tierra.
Esta nueva realidad se atiene al libre flujo de capitales y de productos por el mundo, que ha generado la anulación de las fronteras y los capitales nacionales, más la aniquilación de los mercados internos. Los poderes públicos, llamados nacionales, ahora son obsoletos. Se mantienen funcionando sólo mientras sirvan para adecuar las viejas estructuras a los nuevos reclamos de la globalización.
Con todos sus vaivenes y avatares, la propuesta nacionalista mexicana nos duró de 1917 a 1993. Esta propuesta mantenía como argamasa el pacto social provenido de nuestra vieja revolución del 10-17, ya devaluada a nuestros propios ojos como tantas otras cosas nuestras. En 1993 firmamos un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Al hacerlo, abrimos los ojos a una lacerante realidad que se nos impuso brutalmente.
El NAFTA (nombre del tratado, por sus siglas en inglés) ensayó a reformar el campo mexicano, con 25% de la población. Había que reducir ese porcentaje, según sus parámetros, a 5%, para volver eficiente nuestra economía. Ése es el porcentaje de fuerza de trabajo que emplean en el renglón primario los países desarrollados. Lo que no nos explicaron fue su propuesta para el 20% que se excluiría. Se infiere que esperaban que se murieran, o que se hundieran en el mar, tal vez; o que se esfumaran, o… Pero no contaban con nuestra astucia: los mandamos de mojados a Estados Unidos.
Cuando se visualizó el nuevo panorama que crearía el libre mercado o neoliberalismo en nuestro país, seguramente se supuso que sólo la vieja generación sufriría el paquete de las desgracias por venir y de ella se afectaría sólo a los campesinos. La joven generación, los muchachos por quienes se estaba recreando el mundo, serían los grandes beneficiarios, los ganones. La expectativa para ellos cubría sólo dos opciones: ganar–ganar. Pues resulta que no les salieron bien las cuentas.
A veinte años de implantar con trucos y engaños las coordenadas del acuerdo, nuestros jóvenes andan de paganos tanto como los campesinos y la generación adulta. Mandamos a los campesinos de mojados, para entretener tantito a los gringos. Ya no hallan aquéllos qué hacer con tal excedente poblacional llegado de nuestros lares. Buscan frenar el flujo con una nueva edición del Muro de Berlín, o muro de la vergüenza, entre dos países que signaron un pacto de libre flujo de bienes y capitales. Por supuesto que no es la solución, ni para ellos ni para nosotros.
Acá nos reprueba cualquier estadística y cualquier información seria que volquemos sobre el caso. Aún los números oficiales tienen que registrar el desastre. Ya vimos arriba la confluencia a los espacios universitarios. Pero ojalá fuera el único frente donde no hallamos la puerta. El propio Peña Nieto acaba de hablar de una cruzada contra la informalidad, pues es un subejercicio laboral que engloba a 28 millones de mexicanos.
Lo más lacerante de estos datos es que el desempleo, el subempleo, la marginación, se ensañen con nuestros jóvenes, con la tropa jovial que mira al mundo con ojos de optimismo y que hará de relevo a la generación cansada y de salida. ¿Cómo entrará al ruedo con alegría y desparpajo, si ya lleva por adelantado cortada la coleta?
En distintos foros se calcula conservadoramente en 7 millones a nuestros jóvenes en situación ni-ni. No los integramos a los espacios educativos. No los integramos a espacios laborales. No tienen opción de migrar al gran mercado laboral que mantienen a siete llaves los gringos en el norte. Si se insertan por su cuenta a actividades ilícitas (pues no aceptamos que nuestra propia deformidad económica los empuja a buscar esta solución), los perseguimos y masacramos. “La cifra oficial reconocida de desaparecidos es de 16 mil en todo el país. De ellos, al menos 2 mil 230 son jaliscienses… De éstos, 765 son menores de 17 años y estudiantes…” (Peligrosa desinformación gubernamental, Proceso Jalisco 454)
No tenemos respuestas particulares atinadas, por más espeluznante que nos resulte el cuadro. Esta deshumanización, que hace presa sobre todo de nuestra juventud actual, es la que rige nuestro presente. Marx nos lo había advertido, pero no le hicimos caso: “la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Carlos Marx: El capital, T. I, sec. IV: “Plusvalía relativa”, FCE, México, 1975, p. 424)
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