E
nrique Peña Nieto parecen encantarle los retos. “Hace cerca de tres meses –escribió el pasado lunes–, desde Palacio Nacional, me comprometí a ejercer un gobierno eficaz con resultados concretos. Hoy, una vez más, desde el mismo sitio, rendí cuentas a la sociedad mexicana de mis primeros cien días de gobierno”. Con ello, nos está indicando que ha cumplido los compromisos que adquirió en un principio y, también, que los ha cumplido a cabalidad. Agrega, además, que
como presidente de México asumí el reto, no sólo de administrar nuestro país, sino de transformarlo. Estamos aquí para mover a México hacia el gran futuro que le espera. En estos cien días cada decisión tomada, cada acción emprendida responden a este objetivo.
El reto de transformar a México y no sólo de administrarlo es, por supuesto, una generalidad que no lo compromete en absoluto. Pero el mensaje es: estamos trabajando y lo estamos haciendo muy bien. Eso, desde luego, está por verse y, por lo pronto, no es más que una autoalabanza que busca que se esté de acuerdo con él, pero que no se preocupa por demostrarlo con hechos. Es la primera vez que habla de una transformación del país, pero siempre ha insistido en que su objetivo es, en efecto, hacer de él un país diferente. Es muy pronto, sin duda alguna, para sacar conclusiones de un periodo de tiempo tan corto. Pero se da el caso de que es el propio Peña Nieto el que las saca.
Quién sabe por qué, los primeros cien días de un gobierno parecen siempre tan emblemáticos. Todo mundo quiere hacer balances a los primeros cien días. Después de todo se trata solamente de un darse ánimos y tratar de hacer ver que las cosas están marchando como se habían previsto desde un principio. No parece ser que Peña Nieto busque otra cosa: “El gobierno de la República –nos dice– tiene visión y rumbo claro del país que quiere”. Ya en otra ocasión señalé que a los priístas les encanta la palabra
rumbo. La usan desde hace muchos años y, cuando querían ser autocríticos, por ejemplo durante los años del sexenio zedillista, afirmaban que
no había rumbo.
¿Cuál es el
rumbo claroque Peña Nieto ve en sus primeros cien días de gobierno? Todo lo que señala como ilustración de su dicho no pasan de los buenos deseos:
lograr un México en paz, tener un México incluyente, alcanzar un México con educación de calidad para todos, construir un México próspero y hacer de México un actor con responsabilidad global. Son deseos que viene expresando desde la campaña electoral y que sigue blandiendo como nuevas banderas ideológicas.
Peña Nieto pudo haber señalado como un logro la concertación del Pacto por México y señalar, por ejemplo, que es un propósito de alta política gobernar de acuerdo con todos los actores en el escenario nacional. Siempre será positivo que se trate de gobernar incluso con los adversarios y con todos los aliados que sea posible. Pero Peña tenía que esperar un poco más de tiempo para hacer un balance al respecto, digamos un año, pues apenas se está en proceso de sacar las diferentes reformas a través del pacto. La llamada reforma educativa, aun ya convertida en letra constitucional, y sin que sepamos acerca de muchos dobles fondos que lleva la valija, no es más que un enunciado.
En realidad, Peña Nieto no hizo ningún balance de sus primeros cien días, por la sencilla razón de que no podía hacer ninguno. Pensar nada más en los rubros en que expresó sus buenos deseos o sus propósitos nos hace ver que no hay nada detrás. Lograr un México en paz es una finalidad que se va a las calendas griegas y no puede ser de otra manera. Se nos dice que ya ha regresado a sus cuarteles un 16 por ciento de las tropas puestas en campaña. Pero las cifras de muertos, desaparecidos, secuestrados y, en general, las víctimas del crimen siguen siendo pavorosas. No cesa la violencia en ningún lado del país donde desde antes se había radicado y la imagen que tenemos en el exterior es vergonzosa.
Es difícil saber qué quiere decir el presidente priísta con aquello de
tener un México incluyente, pero si se refiere al tema de la igualdad el panorama es desolador. Cada día aumentan nuestros pobres y nuestros indigentes y los ricos de México son cada vez más ricos y poderosos. Todavía tenemos que recibir datos ciertos sobre la andadura que el problema ha tenido en los tres meses de gobierno peñista; pero es un hecho que el drama no ha disminuido y que no hay alivio a esta dolencia nacional. La libertad que ahora su partido le ha dado a Peña Nieto de aplicar IVA a medicinas y alimentos y el propósito claro de hacerlo no auguran una
inclusión, sino todo lo contrario.
La
educación de calidad para todosno se garantiza con la llamada reforma educativa. El ajuste de cuentas a la Gordillo no es garantía de nada; muchos temen y con razón que el asunto se va a quedar, simplemente, en un cambio de dirección sindical y la pudrición que el dominio del sindicato ha generado en la SEP seguirá como siempre. También es de temerse que la evaluación y la promoción del personal docente que instituye la reforma no quede sino en un colosal ajuste que deje en la calle y sin trabajo a miles de profesores de la enseñanza básica. Para promover la buena educación hace falta, desde luego, dedicarle muchos más recursos y de eso nadie dice nada.
Eso tiene relación con otro emblema de Peña Nieto, el de
construir un México próspero. En el mejor de los casos, todo se reduce a meras expectativas. Las reformas que se anuncian en materia económica no son en sí mismas promesas de mejoramiento para el país y su población. Habrá que ver qué resulta, por ejemplo, de la nueva legislación en telecomunicaciones; sería positivo que se recuperara para la Nación la plena soberanía sobre su espacio radioeléctrico y se abriera la competencia entre prestadores de servicios. Y respecto a la llamada reforma fiscal no hay nada claro, excepto que se cobrará IVA en alimentos y medicinas.
Con relación a la industria petrolera, verdadera locomotora de las finanzas públicas, no es para nada buen indicio el tan pregonado propósito de
asociara los empresarios privados con Pemex. Lo que hemos podido ver en los tres meses de gobierno de Peña Nieto es que nada ha cambiado en el modo de operar nuestra empresa nacional petrolera y, como lo ha venido mostrando nuestro compañero Antonio Gershenson en sus artículos dominicales, se sigue llevando el grueso de la inversión a zonas improductivas y en etapa de simple exploración, como Chicontepec, pero que son fuente de verdaderos atracos al dinero de la Nación.
Un México
con responsabilidad global, el último de los emblemas de Peña Nieto es, como todos los demás, una incógnita cuando observamos la actuación del gobierno en sus primeros cien días. Fue un acierto de Peña Nieto asistir a los funerales de Chávez en Venezuela, acto que hizo venir roña a nuestros reaccionarios criollos. Ello es indicativo de que puede haber una recuperación del liderazgo histórico que México tuvo en un pasado lejano en América Latina. Pero muchas cosas andan todavía en el aire, en especial, la reforma migratoria en Estados Unidos y no hay todavía la suficiente claridad para ver qué podrá pasar en este sentido.
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