José Agustín Ortiz Pinchetti
¿P
uede uno mezclar la felicidad con la política? Es difícil definir a la felicidad y mucho más asociarla con el ruido y la furia de la política. El tema vale la pena porque cada vez es más observada la religión de la felicidad. La gente espera cada vez menos que ésta se ubique en otro mundo y la quiere ahora, al contado y en efectivo. Así, la felicidad se convierte en el centro de la filosofía práctica y esto sí afecta al poder. Incluso, muchos recuerdan que la Constitución estadunidense y la nuestra de Apatzingán la veían como el objetivo natural de la vida y del estado. Es cada vez más frecuente que el bienestar y no los números del producto interno bruto sea el índice para medir el progreso. No tardará en que la felicidad humana se vuelva bandera y propuesta de muchos movimientos o partidos políticos. Morena quiere introducir el tema en el gran debate por la nación.
Se dice que la felicidad es una valoración subjetiva. Cada quien determina si es feliz y en qué consiste ese concepto. Hay quien lo ve como momento de éxtasis que se produce raramente. ¿Pudiéramos llegar a un acuerdo? Pienso que una persona feliz es la que está contenta con su vida. Quizás alguien añadiría que la felicidad implica alegría de vivir. Pero no hay duda que esto no se vincula a los bienes materiales, ni grados académicos y, de ninguna manera, al poder. Comunidades muy pobres se consideran felices, aunque a sus coetáneos les parezca absurdo. Una función de los gobiernos sería ordenar sus acciones para que el mayor número de personas pudiera quedar satisfecha de sus propias existencias y del ambiente social en que transcurren.
¿La práctica de la política podría conducir a la felicidad? He conocido algunos políticos importantes que se apasionan con la política, pero que más bien la padecen. Quizá porque el motor que mueve a la mayoría de los políticos es la ambición. Según estudios recientes, la ambición es el más grave obstáculo para lograr la felicidad. Conozco también algunos pocos políticos exitosos que son felices practicando la política. Y que no dejarían por nada esa profesión. Quizá los políticos desdichados son aquellos que esquivan los grandes principios éticos y que buscan el poder por sí mismo. En cambio, los políticos felices son aquellos que se consideran como instrumento al servicio de los demás. No están exentos de derrotas pero mantienen su entusiasmo porque en el fondo saben que el poder para el servicio se vuelve virtud y la virtud tiene como premio la felicidad.
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