domingo, 27 de enero de 2013

México: hambre y sed de decencia


El despertar José Agustín Ortiz Pinchetti
E
l título de esta nota es una frase de Gabriel Zaid. Creo en la reserva formidable de rectitud de la gente común. Lo aprendí trabajando con ellos durante las elecciones, pero también percibí y percibo una dura corteza de escepticismo. El asunto es algo pragmático. Si México quiere modernizarse tendrá que rectificar su cultura ética. El peligro es nada menos que la desintegración. Si continúa la descomposición de las instituciones y de las elites no tendremos salida. Por favor repasen los hechos graves denunciados en este diario en las últimas dos semanas. Verán ustedes el desfile atroz de irregularidades, sobornos, desvíos de gobernadores y alcaldes. Violación constante de los derechos humanos, adulteración de la información pública, resistencia a la transparencia del gobierno y de los sindicatos, actos monumentales de populismo y montajes, donde se corrompe a la justicia en golpes de propaganda.
Es fácil demostrar que la corrupción no sólo provoca mala administración, sino desigualdad que destruye el mercado libre y las políticas ecológicas, que enferma a la sociedad. Los síntomas del desarrollo son la justicia social y la disminución de la corrupción. México está entre los 10 países más corruptos de la tierra, de los más desiguales y los de menor crecimiento en la última década. Todo ello está asociado.
El nuevo gobierno dice que quiere atajarla, pero así como no se puede intentar reformar la sociedad con un gobierno reaccionario, tampoco puede pensarse en nueva moral si en el equipo predominan antecedentes de latrocinio y abuso.
Un nuevo partido político de oposición tiene que tomar como tarea fundamental un cambio en la conciencia popular. Una transformación del espíritu de las gentes que sirva como motor de los cambios sociales y económicos que la agrupación propone en su programa a la sociedad. Esto puede resultar extravagante en un país donde los políticos se dan el lujo de robar, mentir y traicionar sin ni siquiera perder prestigio.
Morena tendrá que trabajar la transformación ética y espiritual en dos vertientes: inculcando en sus militantes una actitud que los convierta en eficaces organizadores y a la vez en referentes ejemplares de una nueva forma de hacer política. Además, tendrá que difundir estos valores en la sociedad utilizando todos los medios a su alcance, sobre todo la formidable red de intercomunicación que se extiende cada día. El pueblo no sólo deberá adquirir conciencia de su propio poder, sino avivar esa hambre y sed de decencia que puede impulsar la transformación de la patria.

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