Jenaro Villamil
El partido político más antiguo de América Latina retornó al poder presidencial tras 12 años de frustrada alternancia. El PRI, una invención netamente mexicana, mezcla de partido de Estado, con franquicias estatales y retórica de nacionalismo revolucionario, convertido ahora en plataforma neoliberal, retornó con Enrique Peña Nieto a Los Pinos.
No era una novedad el regreso del PRI a Los Pinos. Mucho menos que Peña Nieto, el administrador de la franquicia más grande, con mayores recursos y más ambición (la del PRI Estado de México-Grupo Atlacomulco) lograra esta hazaña con millonarios recursos y mercadotecnia invasiva. Desde el 2009, era claro que el PRI desplazaba al PAN, lanzaba sus dardos contra una izquierda fragmentada e impondría a Peña Nieto como su estandarte.
La novedad fue el surgimiento, en el corazón de la campaña electoral del 2012, de un movimiento sui géneris, de jóvenes universitarios, de clase media, usuarios de nuevas plataformas de comunicación, que no se desarrollaron bajo el régimen priista, que vienen de la decepción de la transición democrática y le plantaron cara a la maquinaria mediática y política de Peña Nieto.
El #YoSoy132 es un movimiento social, no un partido político. Su símbolo y sus demandas, especialmente la democratización del régimen de medios y sus críticas al dominio y control social de Televisa, han trascendido al núcleo inicial de universitarios que lo formaron. Fue la contraparte del ascenso del PRI y de Peña Nieto al poder. Y quizá lo siga siendo durante varios meses.
El PRI intentó utilizar sus viejas artimañas para debilitar al #YoSoy132. Le pagó a columnistas que les llaman “ternuritas” o “pejezombies”. Menospreció su crítica a la represión en Atenco y a las complicidades ilegales entre Televisa y Peña Nieto. Maniobró para dividirlo. Utilizó el viejo recurso de la cooptación –por la vía de la pantalla televisiva- para vanidades frágiles. Y el 1 de diciembre consintió una provocación de altos vuelos para criminalizar a los jóvenes que nunca han sido violentos en sus manifestaciones. Con el PRI retornó el porrismo que tanto recuerdan los mexicanos de la generación del 68 y de los años 70.
No ha sido fácil la organización para estos jóvenes sin experiencias previas de activismo y menos enfrentándose a una maquinaria de poder que si no somete arrasa. A pesar de eso, el #YoSoy132 encabezó dos grandes manifestaciones en la Ciudad de México. Logró el apoyo inmediato de sectores jóvenes y opositores al PRI y a Peña Nieto en todo el país. Logró sortear los intentos de control del PAN y de no pocos simpatizantes de López Obrador. Organizó un debate presidencial con la ausencia visible de Peña Nieto. Convocó a cientos de jóvenes a la vigilancia electoral. Mantiene viva la demanda de la democratización de los medios.
Algunos analistas, presurosos para lanzar certificados de defunción anticipados, han insistido que el #YoSoy132 fue derrotado. Que la victoria del PRI se impuso a pesar de este movimiento, que son un núcleo minoritario en una sociedad de más de 100 millones de mexicanos, que no tienen liderazgos ni voceros claros, que son instrumentos del lopezobradorismo. En fin, los argumentos tradicionales para tratar a movimientos sociales como si fueran empresas políticas.
Los escépticos ignoran que antes del #YoSoy132 no existía un movimiento social, ajeno a filiaciones partidistas, que le plantara un desafío al retorno del PRI remasterizado con el sello Televisa. Ignoran que estos jóvenes son la respuesta generacional al vacío partidista. El PAN perdió la brújula y el apoyo social frente a una guerra infame contra el narco que lo llevó al tercer lugar electoral. El PRD se fragmentó, se encapsuló en su eterna batalla burocrática y, a pesar de la intensidad de la crítica y de la polarización, López Obrador quedó como segunda fuerza electoral.
Peña Nieto y el PRI no ganaron con el margen que necesitaban y para el cual invirtieron fortunas del erario y de otras fuentes poco claras. Quedaron con menos de 40 por ciento de los votos. No fueron derrotados, pero tampoco ganaron con el “bono de mayoría” que ellos querían. Las encuestadoras quedaron en ridículo al no medir el impacto real de movimientos como #YoSoy132 y otros grupos ciudadanos opositores.
El 2013 iniciará con un escenario favorable para Peña Nieto y el PRI, al menos desde el espacio de confort en el que pretenden gobernar a través de pactos cupulares, anuncios espectaculares y el reparto de un botín que se quedó 12 años a la espera.
Sin embargo, una buena parte de la batalla cultural la ganó el #YoSoy132. Eso es lo que no le perdonarán los viejos dinosaurios disfrazados de jóvenes políticos. El problema no es sólo el PRI sino las fórmulas anacrónicas de hacer política en México a partir de intereses mafiosos y demagogia vacía. #YoSoy132 fue una ola muy fresca en un mar de confusiones.
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