Creo que el ambiente en el que se está dando la transición de un régimen a otro es insólito. No tiene el tono de conflicto y resistencia de la transición de 2006. También carece de los destellos de esperanza que tuvo la del año 2000, cuando creímos que la alternancia en el Poder Ejecutivo con Fox abriría las puertas de la democracia. Hoy predomina un tono gris y un ritmo denso. Este cambio se inscribe en una larga etapa de decadencia. El país ha perdido muchas de las condiciones que constituían su fuerza, su importancia y su esperanza de ser lo que potencialmente es: una gran nación. Es lógico que el ánimo general sea la depresión. Es decir, una tristeza profunda y difusa que se extiende a todas las capas de la población. El PRI quiere repetir todos los ritos del viejo sistema. Viajes al extranjero, declaraciones que intentan ser portadoras de esperanza, especulación con los colaboradores. Nada despierta el optimismo y mucho menos el entusiasmo.
Además, los hechos que publican y resaltan los medios alimentan esta visión negativa. Por ejemplo: el triunfo de los grandes caciques sindicales que se oponen a la modernización y anidan una corrupción sin límites. Los asesinatos, los asaltos, los secuestros, las imágenes sangrientas de cada día. La impunidad en 90 por ciento de los delitos, incluyendo el saqueo generalizado. El cinismo, la perversión de las instituciones, la débil respuesta de los trabajadores a la agresión de una reforma patronal, y así podríamos seguir.
Sin embargo, debajo de esta obscura costra de tiempos malos y turbulentos podemos adivinar una energía y un cambio profundo que se manifestará en los próximos tiempos. La reforma laboral se ha enredado y la perdió el PRI y el presidente electo. Es evidente que los sondeos de opinión seguramente desfavorables, que no han trascendido, obligaron a cambiar la posición de PRI y PAN, porque una reforma impopular dañaría aun más la precaria legitimidad de Enrique Peña y aceleraría el proceso de descomposición del PAN.
Como señaló Pablo González Casanova al recibir el premio Cosío Villegas, que le otorgó El Colegio de México: los pueblos originarios y los jóvenes, al hacer valer su inconformidad, abren el camino de los cambios. El duro trabajo de organización de Morena permite vislumbrar que en los congresos distritales, y ahora en los estatales, emerge una nueva organización que puede constituir una oposición verdadera. Una corriente que rompa con el proceso de derechización y que encuentre su energía y su inspiración en la nueva cultura política de México que, como una revolución silenciosa, crece cada día sin prisa y sin pausa.
Como señaló Pablo González Casanova al recibir el premio Cosío Villegas, que le otorgó El Colegio de México: los pueblos originarios y los jóvenes, al hacer valer su inconformidad, abren el camino de los cambios. El duro trabajo de organización de Morena permite vislumbrar que en los congresos distritales, y ahora en los estatales, emerge una nueva organización que puede constituir una oposición verdadera. Una corriente que rompa con el proceso de derechización y que encuentre su energía y su inspiración en la nueva cultura política de México que, como una revolución silenciosa, crece cada día sin prisa y sin pausa.
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