José Agustín Ortiz Pinchetti
En cuanto supe que Eric Hobsbawm había muerto, me apresuré a entrevistarlo. Imaginé que me recibiría en una túnica resplandeciente y no fue así. Tiene el tipo de profeta del viejo testamento: larga cara judía, enormes orejas, melena blanca alborotada, vestía como terrícola normal, un poco descuidado, y movía sus manos para enfatizar lo que decía. Rescato algunos fragmentos de nuestra conversación, que se parecen demasiado al último párrafo del libro Hobsbawm Historia del siglo XX.
JAOP: ¿Desde su altura podría intentar una predicción para este siglo XXI?EH: Nuestras esperanzas o temores no son predicciones. Sería un despropósito describir que aspecto tendrá un paisaje que ha quedado irreconocible por los movimientos tectónicos del siglo XX y que ha quedado aún más irreconocible con los que se han producido con los primeros años del siglo XXI.
–¿No hay nada que despierte la esperanza?
–A mediados de los 80 del siglo XX tenía razones para pensar que el siglo XXI sería mejor. Quizas dentro de un cuarto de siglo o medio siglo la situación sea más prometedora, hoy no podemos decir si la humanidad puede resolver los problemas que enfrenta desde la última década del milenio, ni tampoco como puede hacerlo.
–¿A quién podemos responsabilizar de que este siglo se haya vuelto tan oscuro?
–A la pobre capacidad de comprensión de los hombres y las mujeres que tomaron las principales decisiones públicas en la segunda mitad del siglo XX y a su aún más escasa capacidad de anticipar –y aún menos de prever –lo que iba a suceder.
–Estoy de acuerdo en que la historia no ayuda a hacer profecías pero las grandes fuerzas históricas siguen actuando…
–Sí, vivimos en un mundo cautivo desarraigado y transformado por el colosal proceso económico y técnico científico del capitalismo de los dos o tres siglos precedentes. El futuro no puede ser una prolongación del pasado, hay síntomas internos y externos de que hemos alcanzado un punto de crisis histórica. Nuestro mundo corre riesgo a la vez de explosión y de implosión y debe cambiar.
Es obvio. El mundo y México deben cambiar pero la perspectiva no es clara.
Hay algo que está claro. Si la humanidad debe tener un futuro no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad.
–A la pobre capacidad de comprensión de los hombres y las mujeres que tomaron las principales decisiones públicas en la segunda mitad del siglo XX y a su aún más escasa capacidad de anticipar –y aún menos de prever –lo que iba a suceder.
–Estoy de acuerdo en que la historia no ayuda a hacer profecías pero las grandes fuerzas históricas siguen actuando…
–Sí, vivimos en un mundo cautivo desarraigado y transformado por el colosal proceso económico y técnico científico del capitalismo de los dos o tres siglos precedentes. El futuro no puede ser una prolongación del pasado, hay síntomas internos y externos de que hemos alcanzado un punto de crisis histórica. Nuestro mundo corre riesgo a la vez de explosión y de implosión y debe cambiar.
Es obvio. El mundo y México deben cambiar pero la perspectiva no es clara.
Hay algo que está claro. Si la humanidad debe tener un futuro no será prolongando el pasado o el presente. Si intentamos construir el tercer milenio sobre estas bases fracasaremos. Y el precio del fracaso, esto es, la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad.
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