…y sin traiciones, por cierto. Lo que intento es reflexionar sobre tres mujeres protagonistas de nuestro tiempo, que hoy llaman la atención por motivos diversos y con diferentes intensidades.
Primero Isabel Miranda de Wallace, quien sorpresivamente fue postulada por el PAN como su candidata a la jefatura de gobierno del Distrito Federal. Una designación que sorprendió todavía más porque pasó por encima de al menos cuatro precandidatos panistas y fue tan fast track que no requirió ni de encuestas ni debates; vaya, ni siquiera una convocatoria. Una urdimbre tan discreta y definitoria que sólo pudo provenir de Los Pinos en conexión con la colonia Del Valle. Para algunos una maniobra desesperada y para otros una jugada maestra que al menos abre la posibilidad de una presencia blanquiazul en un pleito que parecía exclusivo entre el PRD y el PRI desde hace casi 20 años.
Nacida a la vida pública en el dolor indecible del crimen de su hijo y fraguada en su largo peregrinaje en reclamo de justicia, Isabel se ha convertido en una figura conocida y respetada. Aunque nadie puede asegurar si esos atributos se traducirán o no en convencimiento y votos. Si además, la admiración que suscita se acompañará también del carisma y la empatía indispensables para contender en una batalla que se anticipa cerrada y hasta cruel. Por lo pronto, priístas y perredistas ya le dijeron que la respetan mucho pero que bienvenida a la realidad y que la que se lleva se aguanta. A los señalamientos sobre su falta de experiencia y el oportunismo de su candidatura se suman no pocas voces que, con una buena dosis de machismo, se le han lanzado al cuello con la consigna de exhibirla como ingenua y vulnerable. Más aún, comienzan a circular historias negras de cuando la señora Wallace era “magnata” de los anuncios espectaculares.
Es evidente que Isabel tiene mucho que aprender. Pero me temo que se equivocan quienes creen que será una candidata débil y asustadiza. Por el contrario, creo que el coraje y la tenacidad que ha demostrado se traducirán pronto en una campaña que indiscutiblemente viene a refrescar un proceso que empezaba a ser fastidioso.
El falso debate de si debía haberse quedado en la iluminación de los luchadores sociales en lugar de sucumbir a las oscuridades del poder ya está rebasado. ¿Quién podría ser el moralino de la primera piedra? Por lo pronto, yo creo que en este otro terreno habría que darle la bienvenida porque será una guerrera formidable.
En segundo lugar, y si de mujeres hablamos, es absolutamente necesario referirnos a Josefina Vázquez Mota. Por sí misma un personaje telenovelesco desde que alcanzó notoriedad con aquel clásico de los libros de autoayuda: Dios mío, hazme viuda, por favor, ha tenido una carrera fulgurante y contrastante en la política, donde ha navegado con habilidad en las aguas procelosas de los sexenios de Fox y Calderón. Lo mismo implementó el exitoso programa de Oportunidades como secretaria de Desarrollo Social que se paralizó en la Secretaría de Educación Pública para revivir como diputada y coordinadora de la bancada del PAN, de donde emergió para buscar la candidatura de su partido a la Presidencia de la República, a contrapelo del presidente Calderón, que ha tenido como su evidente “delfín” al señor Cordero.
Por cierto, hoy nadie duda que Josefina será la candidata si nos atenemos a la contundencia de sus números en encuestas sobre los señores Santiago y no se diga Ernesto. Donde hay toda suerte de especulaciones es en lo que sucederá después: desde un apretado triunfo sobre Peña y López Obrador en un inédito cierre tripartito, hasta una declinación a favor del segundo lugar o un mutis llamado voto útil.
Por lo pronto, Josefina seguirá haciendo historia: por primera vez una candidata mujer competitiva. Nada más, pero nada menos.
Por último, pero jamás en orden decreciente, quiero dejar testimonio de homenaje y solidaridad a Lydia Cacho.
Lo primero, por su trayectoria única de firmeza y congruencia. Como periodista, en una línea recta inamovible contra viento y marea. Son bien sabidas las consecuencias que Lydia ha enfrentado con un valor a toda prueba ante el poder desvergonzado y obsecuente del tristemente célebre “góber precioso” en una inolvidable batalla. En la que si bien no se hizo justicia, sí se alcanzó un brillante triunfo moral en el que Lydia nos condujo a todos nosotros.
Su otra faceta es no menos admirable. En ella la conocí. Como fundadora e infatigable directora del Centro Integral de Atención a las Mujeres y sus hijos en Cancún, su tierra adoptiva. Una y otra vez documenté en reportajes su ternura infinita para acompañar los sufrimientos del prójimo, su firmeza para mantener el timón en la desesperación de la escasez de recursos. Y sobre todo, su valor inaudito contra las amenazas de muerte y hasta los disparos contra aquellos muros amorosos de parte de los golpeadores de tiempo completo.
Hoy me duele —aunque sé que no tanto como a ella— el saber que el CIAM cerrará sus puertas por falta de ese apoyo oficial que se prodiga a los incondicionales y se escamotea a los críticos.
Mi único consuelo es saber que Lydia seguirá luchando. Y durante mucho tiempo.
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