El Despertar
José Agustín Ortiz Pinchetti
La ausencia de Miguel Ángel Granados Chapa magnifica su presencia y me da pauta para repensarla en el contexto de nuestra generación, la que ya está oyendo Las golondrinas. Vivió su época hasta la última gota y, como lo demuestra la oleada de reconocimientos, formó parte de la minoría rectora de sus coetáneos.
Granados Chapa y su generación padecimos y/o disfrutamos el impacto de varias revoluciones. La revolución sexual, que además de extender el dulce ejercicio que la Iglesia prescribe sólo para los casados permitió que una legión de mujeres dejaran el sosiego del hogar para emular a los hombres, trepar en la escala, enviciarse con el estrés, reducir su esperanza de vida y competir como panteras entre sí y/o con los varones.
Otro cambio que padeció Granados Chapa: la declinación de la religión. Aunque muchos se siguen diciendo católicos, en realidad son agnósticos. Las iglesias se quedan vacías. Él conservó como atavismo un núcleo católico. Otro cambio incompleto: el eclipse del Estado autoritario, aunque la democracia en México tenga destino difuso y naufragio próximo. Conservó cierta simpatía por el viejo PRI y repudió al nuevo.
Fue un self made man que, con el impulso inicial de una madre maravillosa, logró superar una dura condición social. Provinciano y pobre, se convirtió en capitalino y próspero. Se aclimató muy bien a la capital sin perder el amor por su matria, a la que intentó gobernar sin logarlo, para mala suerte de ella.
No sabía inglés ni estudió en el extranjero; muchos del pelotón de triunfadores a que pertenecía lo hicieron. Él se formó en la UNAM, la que todavía funcionaba como vía regia para la capilaridad social y el impulso de los mejores. Vivió alianzas, afectos entrañables, confrontaciones, rupturas desgarradoras propias de su gremio; los jornalistas, el más pasional de todos.
Granados Chapa fue discípulo destacado de muchos grandes pensadores y periodistas; sus biógrafos harán la enumeración. Fue profesor universitario de muchos y aunque a veces muy áspero, fue entrenador de periodistas noveles. No deja escuela: es imposible emular su monstruosa productividad y su estilo a la vez barroco y preciso, pero pasará a la historia con el título de Maestro. Quien esto escribe tuvo la oportunidad de entrenarlo brevemente en la práctica del derecho para después recibir de él apoyos, consejos, debates muy útiles y necesarios en mi tardía incorporación al periodismo, la literatura y la política. Esto genera la gratitud que inspira esta nota.
joseaorpin@hotmail.com
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