Adolfo Sánchez Rebolledo
El precandidato Cordero se esfuerza por presentarse como la opción ante Enrique Peña Nieto, favorito de los dueños del poder económico y mediático del país o, al menos, de sus representantes más conspicuos. En una inesperada respuesta a la aclamación de los empresarios a Peña en Querétaro, reclamó los derechos de autor del PAN sobre la idea de abrir Pemex al capital privado, planteada y recibida con una ovación clamorosa durante la reunión del Consejo de Hombres de Negocios, que hoy encabeza Miguel Alemán, hijo del ex presidente del mismo nombre y a quien, con justicia histórica, debiera adjudicarse el primero de los intentos serios de compartir la empresa petrolera saltándose la Constitución de la República.
La queja de Cordero, reiterada luego por el propio presidente Calderón, así como las acusaciones de mezquindad lanzadas en las últimas horas contra los priístas, expresan la situación patética de debilidad o desventaja en la que se halla el partido de la derecha de cara a la sucesión presidencial.
La tragedia del PAN, si es que se puede hablar de ese modo, es que el poderoso lobby empresarial cuyos favores reclama ya no lo ve como solución, sino como parte del problema, tras dos sexenios de mediocridad económica y enrarecimiento de la vida política. Aunque Calderón se ha esforzado por satisfacer las exigencias de los que quieren una oportunidad para enriquecerse en el terreno energético, es obvio que, para los grandes capitales, nada de lo conseguido hasta hoy resulta suficiente. Eso explica que estemos en presencia de una ofensiva para imponer la “apertura” total promovida dentro y fuera del país, pues, como acertadamente escribió en este diario David Márquez Ayala, son “demasiadas voces al mismo tiempo y en el mismo tono para ser una casualidad”.
Tal estrategia tiene varios objetivos inmediatos de gran calado que se concentran en dos consignas primarias: conseguir la mencionada privatización del sector energético, incluso sin negar la propiedad de la nación sobre los hidrocarburos y la derogación de las disposiciones que hoy limitan la mercantilización de la política mediante los medios de comunicación masiva.
En un sentido general se busca enterrar los últimos vestigios del viejo “proyecto constitucional de desarrollo” para entrar, pese a las evidencias negativas de la crisis internacional, en un proceso de recomposicion capitalista sin los obstáculos interpuestos por los “tabúes” derivados de la “ideología” subsistente (como caricaturescamente la concibe el pragmático ex gobernador del estado de México), pero sin definir con claridad los postulados del nuevo Estado, que seria gobernado sin medias tintas por los intereses privados, gracias a una presidencia fuerte capaz de lidiar con los efectos perturbadores de la creciente desigualdad social.
Peña Nieto, que en esta materia no es todo el PRI, cree decir algo nuevo, pero, en realidad, repite de viva voz y como promesas todo aquello que sus interlocutores quieren escuchar, como si leyera un guión escrito con ese fin. Ante los dueños de la radio y la tv no tuvo más oferta que hacer del Estado un seguro escribiente de sus pretensiones. Lo suyo no es, como se quiere hacer ver, mera, pero imposible restauración; tampoco un nuevo pacto social y político, sino la recreación del acuerdo para la “modernización” ensayado con los descalabros conocidos durante casi cinco sexenios, subrayando, como añadido indispensable, la urgencia de un gobierno fuerte que imponga orden, “eficacia”, sobre un Estado debilitado y sin proyecto de futuro. En otras palabras: pura ideología, continuidad con resabios autoritarios a cuenta del supuesto sentido común de sus patrocinadores.
Los empresarios que horas después aclamaron a Lula por su intervención en el foro de Querétaro no sacaron, sin embargo, la leccion principal: para avanzar en el mundo globalizado de hoy se requiere una política propia, no subordinada a los intereses de fuera. Sólo a partir de esa perspectiva nacional con fuerte respaldo es que se puede pensar cómo preservar y fortalecer el patrimonio en la globalización, que es, hay que decirlo, una globalizacion en crisis, en lugar de buscar el enriquecimiento súbito de unos cuantos a costa de la mayoria como gran palanca para el desarrollo.
México, advirtió Lula, “es un país muy grande para contentarse con solamente estar mirando hacia el norte”. Pero eso es exactamente el camino seguido por nuestras elites. Y es ahí donde se empantanan las propuestas de Peña Nieto, quien, antes de ser nombrado candidato, quiso dejar en claro a quiénes representa, aunque Acción Nacional se sienta excluido del arreglo.
Las pasarelas de los días recientes han sido muy útiles para identificar qué se juega en la sucesion presidencial de 2012, así como para descartar la idea de que entre el PAN y el PRI cupular hay grandes diferencias programáticas. Ahí están los discursos para comprobarlo. Pero también deberían servir para afianzar la necesidad que tiene la izquierda de profundizar en su oferta, estimulado la convergencia y descartando la simplificación que todo lo reduce a las candidaturas, cuando está en disputa el presente inmediato, pero tambien el futuro de este país.
PD. ¿Y el PRD? En lo suyo.
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