Por Francisco Rodríguez
Quienes lo han frecuentado en fechas recientes platican que Ernesto Zedillo vive en la frugalidad y casi casi en el anonimato. Me platican, por ejemplo, que cada ocasión que se reúne alguno de los consejos empresariales de los que el ex Presidente es miembro –lo que generalmente ocurre en el headquarter neoyorquino de la empresa de la que se trate—, éste tiene a su disposición un jet privado, una limousine, alojamiento en cualquier súper suite de hoteles como el Pierre o el Mandarin Soho, y comidas en restaurantes cual La Grenouille o el 21 Club de la llamada Urbe de Hierro…
Pero ¿sabe usted qué hace Zedillo? Le ahorra dinero a las compañías. En lugar de jet, aborda el Metroliner de Amtrak en New Haven, Connecticut, donde tiene su domicilio por sus tareas académicas en la Universidad de Yale. Se hace acompañar de un ayudante que a la vez es escolta y, claro, de un libro con el que se entretiene durante el viaje de poco más de una hora. Y en lugar de limousine aborda un taxi, acude a su compromiso, come un hot dog adquirido en un puesto callejero… y –pa’trás los fielders— de vuelta a casa en el campus de la universidad a la que, por sobre el Poli, Zedillo considera su verdadera Alma Mater.
Esa vida frugal, empero, se alteró la mañana de este lunes 19 de septiembre. Día de sismos. El del triste recuerdo. El de los simulacros. El que seguramente sacudió a Zedillo al abrir las páginas del principal diario de New Haven, la capital estatal de Connecticut.
Esa mañana, en efecto, el The Hartford Courant daba a conocer una demanda en contra del ex Presidente mexicano, por el papel que éste desempeñó en la masacre de Acteal, a finales de 1997.
Seguro que el tremor provocó que Zedillo, cuando menos, se cayera de la cama.
Sucesos estremecedores, sí, los de aquel 22 de diciembre de 1997 cuando 90 paramilitares opuestos al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) mataron a 45 de sus hermanos tzotziles de forma brutal mientras rezaban en el interior de la iglesia de Acteal. De las víctimas, 16 eran niños, niñas y adolescentes; 20 eran mujeres y nueve hombres adultos. Siete de las mujeres estaban embarazadas.
A pesar de esta desgracia, en Acteal, situado en la región de Los Altos de Chiapas, en el municipio de Chenalhó, resiste hasta hoy la sociedad civil Las Abejas, un grupo organizado que lucha por su autonomía, para reivindicar sus derechos, para defender sus tierras y, como dicen ellos, para “la construcción del buen vivir”.
Esa resistencia, empero, no contempla la contratación de un despacho de abogados estadounidenses, cual apenas refirió Víctor Hugo López, director del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, quien dijo desconocer la denuncia en contra del ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León por crímenes de lesa humanidad que interpusieron presuntamente familiares de los masacrados en Acteal en 1997 ante un tribunal en Connecticut, Estados Unidos.
Una acción que, claro, cuesta muchísimos dólares. Más de los que, por ejemplo, todo lo que queda del EZLN pudiesen recabar a través de donativos y solidaridad nacional e internacional.
Luego, entonces, si no son los ezelenitas quienes interponen la demanda en contra de Zedillo, ¿quién lo hace? ¿De parte de quién?, podría interrogar el ex mandatario.
Una primera posible respuesta sería que es de parte del PAN. Más concretamente, de los calderonistas que tendrían como objetivo presentar a los priístas como asesinos o, cuando menos, cómplices de crímenes de lesa humanidad. Tal, calcularían, mínimo emparejaría cartones, pues están más o menos conscientes de que, al término de este malhadado sexenio, el ocupante de Los Pinos corre el riesgo de ser llevado ante tribunales internacionales por el genocidio que, desde 2006, se ha dado en el país.
Otra, también atribuida a los calderonistas, pero ahora en la vertiente de la guerra sucia electorera a la que éstos son adictos: que se trata de perjudicar a Enrique Peña Nieto, al conocerse que asomaría el copete con un reiterado “sí aspiro”—, llevando al baile de las consecuencias jurídicas de la matanza de Acteal a cuando menos dos de sus colaboradores y porristas más cercanos: Emilio Chuayffet, hoy presidente de la Cámara Baja y en 1997 secretario de Gobernación, lo mismo que a Liébano Sáenz, que fuera secretario particular de la Presidencia zedillista y ahora asesora al mexiquense en sus ambiciones presidencialistas.
¿De parte de quién?
Eso es por supuesto lo importante a desentrañar.
Mientras, Zedillo habrá de abandonar sus costumbres de ciudadano común y corriente. Tendrá que aceptar el jet, la limo…
Índice Flamígero: La belicosidad de Carlos Salinas de Gortari en contra de su sucesor en Los Pinos es épica. También las de los testaferros salinistas, quienes al poner sobre el papel sus fobias antizedillistas hacen pensar que fue el propio “Innombrable” quien orquestó la demanda por el caso Acteal.
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