domingo, 13 de febrero de 2011
Carmen Aristegui Víctor Orozco
¿Es Felipe Calderón responsable del despido de Carmen Aristegui y de la clausura de su espacio informativo, entre los de mayor audiencia y credibilidad en el país? Una encuesta en las redes sociales realizada por varios periodistas dice que casi el 90 por ciento de los mexicanos opina que sí y poco más de 1 por ciento que no. (Entre éstos últimos se encuentran Gustavo Madero y César Nava, dirigente formal del PAN el primero e influyente diputado de este partido el segundo). ¿Cumplió Aristegui con la ética periodística al preguntar públicamente si el Presidente padece de alcoholismo y pedir a su oficina que responda a un cuestionamiento persistente desde hace años? ¿Constituye la cancelación del noticiero un ataque a la libertad de prensa? Igual, una abrumadora mayoría de los ciudadanos piensa que sí. (Entre la casi infinitesimal minoría que responde negativamente se encuentra Pedro Ferriz de Con, cuyo noticiario es el reverso del de Aristegui por lo que hace a prestigio y credibilidad). Si continuamos formulando las preguntas a compañeros de trabajo, de aulas, a servidores públicos, periodistas, es casi seguro que la alineación será aproximadamente la misma: encontraremos quizá a unos cuantos altos funcionarios del gobierno aceptando la versión de la Presidencia de la República y del empresario dueño de la concesión que corrió a la comunicadora y al resto afirmando que desde Los Pinos emanó la orden que violenta la libertad de expresión en México. La misma opinión sustentan de forma unánime –al menos los que alcancé a mirar– los medios internacionales.
El “asunto Aristegui” como lo llamó el vocero del grupo MVS, plantea varios temas de pertinencia en el México del siglo XXI. El primero se refiere a la fragilidad que regresa en algunas de nuestras instituciones, construidas con mucho trabajo y empeños sangrientos a largo de dos siglos. Jesús Reyes Heroles escribió hace más de media centuria que la libertad de prensa, –como llamaron los primeros reclamos y textos constitucionales a la libertad de expresión–, fue la hija que ayudó a parir a la madre, esto es, a la libertad de conciencia, porque sólo a fuerza del penoso ejercicio que hicieron de ella heroicos periodistas, (destacadamente Francisco Zarco) es que se conquistó la segunda, con la expedición de la ley que garantizaba la libertad de cultos en México al final de la Guerra de Reforma. Sin embargo, esta hija combativa y arrogante, no ha podido nunca sentarse a desempeñar su benéfico trabajo con tranquilidad y sin el recelo –el susirio dicen en Chihuahua– de recibir en cualquier momento un mandoble de los que ejercen el poder. Es más, éstos se aferran a mantenerla confinada, libre pero sólo en el área previamente diseñada y cercada, a la manera de un campo de prisión. Tal es lo que representa este sistema por virtud del cual el Estado otorga concesiones a los grandes empresarios y éstos se reservan el derecho de decidir qué periodistas pueden publicar o hablar en los medios, colocando el grueso de ellos su buena relación con los titulares del gobierno por encima del derecho que tiene el público a informarse y de recibir la diversidad de criterios, así como la del comunicador a decir su convicción con libertad. En el caso de Carmen Aristegui, los dueños de la empresa prefirieron sacrificar a su periodista estrella, antes que poner en peligro los papeles de la nueva concesión para explotar el espacio radioeléctrico, todavía en el escritorio del Presidente. Así que, prestos, aceptaron la sugerencia-orden para propinar el machetazo a dos de los derechos salvaguardados por las cartas internacionales, el de información y el de expresión.
Un segundo tema del affaire, (que puede llegar tan lejos como el clásico caso Dreyfus en la preguerra europea) es el discernir si un hipotético padecimiento del principal funcionario estatal del país es asunto público o privado. Aristegui se resolvió por la primera de las opciones, como creo que es el caso de cualquier persona sensata. En efecto, no tengo porque demandarle al vecino que aclare si es o no dipsómano, como se comenta en el barrio, pero sí a saber si la persona que toma en este país decisiones que afectan a todos, lo hace con pleno uso de sus facultades. ¿Por qué razón? Pues por la sencilla de que desde hace años periodistas y otras figuras públicas (primero el ex dirigente panista Carlos Castillo Peraza, otro, el presidenciable priísta Manlio Fabio Beltrones: “Calderón es, además, un alcohólico que puede estar queriendo colocar a otro como él”) han venido difundiendo la presunta y desmedida afición a las bebidas embriagantes del actual presidente. En casi todos los círculos se ha propagado la misma especie. ¿Es verdad o no lo es? Aristegui lo único que hizo fue recoger la inquietud al formularla pública y directamente, con lo cual hizo al país un gran servicio, porque casi todo el mundo conviene en que no es prudente para un país tener en la oficina presidencial a un alcohólico y por ello, el titular debe dejar claro cuál es su condición.
Encontré dos argumentos para defender a Calderón. Uno que parece convincente reprueba a la periodista porque lanza una acusación y pretende obligar al acusado a probar su inocencia. No es de ninguna manera el caso, pues no está imputando nada, sino pidiendo aclaraciones y no se trata de “un asunto entre particulares” como despectivamente lo afirma César Nava, sino del deber asumido por quien ejerce una función pública, la del más alto rango en la República, de precisar ante los ciudadanos que los dichos y afirmaciones sobre su alcoholismo carecen de fundamento, aunque sea sólo para que los mexicanos tengamos una preocupación menos. (Ya con la imparable ola de sangre nos basta y sobra). Andrés Pascoe, un joven editorialista, radical crítico de Aristegui, nos proporcionó otra insólita razón a favor del Presidente: “Me van a perdonar, pero muchísima gente toma sus mejores decisiones borracha”. Es poco probable que encuentre adherentes a su tesis, pues se conocen de sobra los estragos que hace el alcohol en el entendimiento. Aristegui afirma que su despido es producto de un berrinche presidencial, y todo parece indicar que tiene razón, pues es tan desmesurada la orden y tan desconsiderada con la opinión pública, que da lugar a otra pregunta: ¿La giró estando borracho?
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